Desde los doce años recuerdo atesorar libros, como novelas sencillas, hasta textos de mi profesión. En realidad, tengo tres pequeñas bibliotecas. Si detallo, son tres separadas, debido a la distancia que las aparta y su temática. Es un pequeño orgullo e inversión, que es parte de mi esencia; además, refleja la importancia que le doy en mi vida a lo escrito, cómo eso influye en mí y a quiénes admiro sirviéndome de ejemplo.

Biblioteca principal

En la sala del apartamento se encuentra el grueso de textos. Aproximadamente, son doscientos libros entre novelas iniciales y recientes como: Los Miserables de Víctor Hugo, Cien años de soledad del Gabo, El viejo y el mar de Hemingway, Democracia en América de Tocqueville, El año de Saeko de Katayama, y muchas más. Por supuesto, ahí se encuentran la Enciclopedia Hispánica, el Diccionario de la Real Academia Española, manuales de redacción y estilo; textos de cocina y licores; libros sobre música, que incluye clásica hasta rock (por cierto, me falta jazz); algo de cine y mucho teatro. Poesía leo poco, sin embargo, tengo algo del cumanés Andrés Eloy Blanco, José Martí, W.B. Yeats.

Toda esta biblioteca base la adquirí con los años, en solitario y junto con mi esposa. Era costumbre ir a librerías, incluso estando en otras ciudades, al menos una vez al mes y comprar algo interesante o que consideraba que debía tener. También he prestado sin esperar el retorno. Desde hace como un lustro no compro nada, un texto promedio nuevo y de calidad supera los 20 dólares americanos.

Algunos libros de naturaleza, pintura y arquitectura tengo acumulados. Mis dos tesis de grado y mis dos libros editados; textos de regiones, atlas, mapas, astronomía e historia universal y de Venezuela —mucha historia me interesa— completan mi colección de papel escrito y encuadernado.

Biblioteca profesional

La tengo en la oficina, son menos de un centenar de libros, antes eran más; sin embargo, vendí y regalé muchos a colegas necesitados (¿o soy yo el necesitado?). Básicamente son textos de biología, oceanografía, botánica, ecología, arrecifes de corales, contaminación, tratados sobre cetáceos, tortugas marinas, conservación e impacto ambiental. También hay clásicos como Viaje a las regiones equinocciales de Alexander von Humboldt y, por supuesto, El origen de las especies de Charles Darwin.

También hay muchos manuales e informes técnicos, libros de fotografía de naturaleza, y algunos ejemplares de revistas científicas y divulgativas de ciencia y ambiente. Recientemente, la pasé a un armario resguardado del polvo, donde mi amiga y colega Eva Dubois.

Biblioteca de Historia militar

La tengo en el estudio junto a mis modelos a escala, son como unos 75 ejemplares de la colección Osprey Publishing de ases y unidades de la aviación del mundo, historias de batallas, militares destacados de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Muchos libros tienen más de 60 años; regalos del inglés Mr. Rutherford cuando se fue de Caracas a su retiro en su amada Gran Bretaña. La biblioteca era más grande que la de mi hermano, diría más de 5,000 volúmenes, pero como le gustaba leer de lo bélico, él decía: no puedo llevarme esto, que lo disfruten otros.

He tenido la suerte de comprar cuando se podía, pedir desde el extranjero y, hasta los grandes amigos, me han regalado de ese tema y otros gustos. Tengo algunos atlas de heráldica, uniformes, planos de batallas, periodos y guerras particulares. También libros de artes de aviación que me legó el coronel Flores Blanco, curador del Museo Aeronáutico de Maracay.

Hoy en día, y cuando el polvo asecha mis bibliotecas, retiro cada libro de los estantes y les paso un trapo húmedo. Releo y consulto los textos. Extraño añadir más volúmenes a la colección. He sustituido la compra por la descarga de PDF; sin electricidad ni un computador no puedes leerlos, ni mucho menos sentirlos en tus manos ni, como dice mi hija Nicole, oler el delicado y sabroso aroma del papel. De mí doctorado, desde 2017, todos los libros base (como 30 textos) son digitales, el único libro en papel me lo regaló mi tutor. Gracias de nuevo Diego.

Es un pequeño orgullo tener su, o sus, bibliotecas. Son notables esas casas con una habitación o sala colmada de libros. Leerlos todos es muy difícil, casi todos es más posible. La consulta de dudas, releer una buena novela, investigar con sus esposas, la pregunta o la tarea de sus hijos, las consultas para familiares y amigos están allí. Es triste no tener comida en casa; sin embargo, el alimento intelectual también es vital.