Optimista es el que os mira a los ojos,
pesimista, el que os mira a los pies.

(Gilbert K. Chesterton)

Siempre es bueno reflexionar sobre el pensamiento de las personas que nos recuerdan la virtud del trabajo constante, de la belleza en el hacer y en el pensar, de la alegría y del placer de vivir. Esto sin necesidad de coincidir en todo; tan solo se requiere identificar la excelencia ahí donde exista. Este es el caso de Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), el príncipe de las paradojas; genial periodista inglés conocido por ser un «personaje bohemio y excéntrico, irónico y lúcido…» (Ayllón, J., 2011, p. 15). En vida cultivó el ensayo, la narración, la lírica, el periodismo, las historias de viajes y la biografía.

I. Contrapunto

Leer a Chesterton, más allá de las diferencias intelectuales que puedan tenerse con él, es constatar la posibilidad y la realidad de la excelencia. Basta uno solo de sus comentarios para caer en la cuenta de que algunos telenoticieros, algunos programas faranduleros, algunas resoluciones de instancias académicas, algunas opiniones y gritos en salas y calles desbordadas de medianía constituyen una tortura de la que obtienen placer los habituados al menor esfuerzo y a las mediocridades mentales y emocionales. Chesterton es la antítesis de esta mediocridad reinante.

II. La rebelión de Chesterton

Frente a los decadentes y pesimistas, que al decir de este periodista dominaban la cultura de su época —algo semejante ocurre hoy—, él propone lo que llama una «teoría provisional», cuyo contenido define al explicar que «…la mera existencia es lo bastante extraordinaria como para ser emocionante». Cualquier cosa es «magnífica» comparada con el vacío cultural que nos envuelve y aun la luz del día es un «sueño amable, no una pesadilla» si se le contrasta con la maledicencia cotidiana. (2011, p. 41). Estas palabras expresan la rebelión de Chesterton frente a la cultura de su época; su decisión de no dejarse encarcelar por el espíritu débil, epidérmico e incongruente de los gurús socio culturales de su época, ya fuesen seculares o religiosos, contra los cuales sostiene que «la vida es tan preciosa como enigmática, que es emocionante porque es una aventura, y que es una aventura porque toda ella es una oportunidad fugaz» (2011, p. 87). ¡Cuánto mejor sería la vida si existieran menos dogmas, sectas y fanatismos, menos ideologías y manipulaciones! Esto quería Chesterton para su tiempo y esto necesita con urgencia el tiempo presente.

III. Compromisos y promesas

«El hombre [el ser humano] que hace una promesa —continúa Chesterton su rebelión— se cita consigo mismo en algún lugar y tiempo distante. El peligro que esto conlleva es que no acuda a la cita» (2011, p. 66). En los días que corren, el riesgo del que habla Chesterton se ha convertido en una epidemia; hoy lo común es hacer promesas y no cumplirlas, ser desleal y no acudir a citas programadas, se considera todo esto como algo normal. Basta observar las dinámicas políticas para comprobar que la costumbre de no asistir a la cita de la promesa formulada y anunciada se ha transformado en una pandemia social de consecuencias desastrosas. Engañar y engañarse, mentir, en suma, es una enfermedad que corroe el alma de las personas, en especial de las más jóvenes. Muchas personas de nuestro tiempo desean los «placeres de los conquistadores sin los sufrimientos de los soldados» (2011, p. 66), son pusilánimes y agazapados trepadores que, cuando se arrastran en el lodo, se creen exitosos. Pero Chesterton nos recuerda que:

[…] hay otra emoción que solo es conocida por el soldado que defiende su bandera, por el asceta en su alumbramiento espiritual, por el amante que entrega su libertad. Y es esta disciplina transfiguradora de uno mismo la que hace del compromiso algo verdaderamente inteligente (2011, p. 67) […] Yo necesito sentir que me obligo con mis pactos; que mis juramentos y compromisos son tomados en serio […] (2011, p. 70).

¡Cuánto bien se obtendría si cada ciudadano —y ciudadana— sintiera la obligación de la cual habla el periodista inglés!

IV. Un lugar indómito

La rebelión de Chesterton alcanza una agudeza sobresaliente cuando en afán polémico —para él el periodismo es inseparable de la polémica bien fundamentada— contrasta al hogar con el mundo.

Fuera del hogar hay que aceptar las reglas estrictas de la empresa, el hotel, el club o el museo. Pero en la propia casa uno puede comer en el suelo si le apetece […] El hogar no es el espacio domesticado y manso en medio de un mundo lleno de aventuras. En realidad es el sitio indómito y libre dentro de un mundo lleno de reglas y rutinas. (2011, pp. 65-66).

La expresión de Chesterton exagera el contraste de modo deliberado, con afán polémico; pero lo cierto es que para él, tanto en el hogar como en el mundo, es factible vivir la libertad y gozar la vida. En ambos lugares se observan experiencias negativas, autodestructivas y limitaciones opresivas plagadas de dogmas, hipocresía y violencias; esto último cualquiera que sea el tipo de hogar del que se hable.

VI. Verdad, nada y universo

Cuando el «príncipe de las paradojas» incursiona en terrenos poco habituales, al discurrir cotidiano de las personas, llega a exteriorizar pensamientos que parecen dichos en el atribulado siglo XXI, no en la Inglaterra de principios del siglo XX. Enfrentado al tema de qué es verdadero y qué es falso, sostiene que: «El hombre está hecho para dudar de sí mismo, no para dudar de la verdad, y hoy se han invertido los términos» (2011, p. 85). Este diagnóstico se aplica a los inicios del siglo XXI; siglo corroído por la cultura de la post-verdad que proclama en lo más alto «verdades» de individuos y de grupos como si fuesen únicas y absolutas. Se olvida que, a través de la búsqueda compartida y de los métodos racionales, es posible alcanzar verdades comunes y sólidas que trasciendan los frágiles feudos del egocentrismo personal e institucional. Esta observación es de mucha importancia para una humanidad donde deliberar, analizar, investigar, buscar en común son prácticas sustituidas por una colección de insultos; palabras que se dicen sin ton ni son y en carnaval de ideologías que estupidizan a la gente.

Finalmente, llevado a discurrir sobre temas cosmológicos —lo que en Chesterton era un atrevimiento porque él no era cosmólogo ni nada que se parezca—, sostiene un argumento que parece escrito en diálogo con el gran Stephen Hawking: el universo es «algo que procede de la nada» es creer en una «una inmensa inundación de agua saliendo de ningún sitio» (2011, p. 92). Quizás Hawking le contestaría que creer en un Dios creador desde la nada es más descabellado aún porque deja sin respuesta la pregunta sobre el origen de ese hipotético Dios. Chesterton recuerda, en ese marco, que sostener la eternidad del cosmos constituye una hipótesis del pensamiento racional desde el siglo XIII (y aun antes). Él no era científico, pero sí un periodista de sentido común y cultura enciclopédica, algo que, salvo en poquísimas excepciones, brilla por su ausencia en estos días de insulto y circo.

Este periodista fue también creador de novelas bellísimas como El hombre que fue jueves, El hombre que sabía demasiado y El poeta y los lunáticos; fue creador de ensayos reveladores como «Apreciaciones y críticas sobre las obras de Charles Dickens»; fue creador de poemas y cuentos; escribió siete biografías: Charles Dickens, George Bernard Shaw, William Blake, Francisco de Asís, William Cobbett y Robert Louis Stevenson. Algunos expertos de la literatura encuentran similitudes extraordinarias y profundas de su estilo —basado en la paradoja, la parábola y el símbolo— con las obras de Jorge Luis Borges y Franz Kafka. En fin, Chesterton fue un creador extraordinario, de mirada aguda y clara, que no exigía complacencia ni coincidencia con su singular visión y experiencia, pero sí excelencia y profundidad.

Nota

Ayllón, J. (2011). Ciudadano Chesterton: Una antropología escandalosa. Madrid: Palabra.