Revisando la actualidad —voluble, bronca, irracional hasta extremos delirantes— la tentación de la nostalgia acecha. Septiembre, como colofón del verano, siempre trae ese regusto agridulce de la luz de los buenos momentos vividos en el verano y, por otra parte, la vuelta a la rutina. Pero, más aún, es una promesa de reinicio. Una vuelta a lo cotidiano conocido, pero con energía suficiente como para reinventarnos, superarnos, hacer las cosas mejor.

En estos días, la actualidad rosa que disecciona la vida de jet setters y famosos televisivos, pero también la actualidad mediática, judicial y política, traen a la palestra la figura de reyes caídos como Messi, en lo deportivo, o Juan Carlos I, en lo institucional. Acerca de este último —dejando a un lado amantes rubias con ínfulas de realeza—, la nostalgia trae a la memoria una imagen clara de una noche de verano en 1992. El aplauso, la emoción de Juan Carlos I y de todo un pueblo al ver a un entonces príncipe Felipe —hoy Felipe VI— abanderando la expedición de atletas españoles en las olimpiadas de Barcelona. Una imagen fresca, orgullosa que representaba, aquel día, el impulso de todo un país que volvía a presentarse ante el mundo con fuerza y energía, pero, ante todo, con ilusión y esperanza en el futuro.

Hoy, en este pandémico y extraño 2020, la sociedad asiste atónita a la ruptura de aquel sueño de una noche de verano. El padre del abanderado se ha ido del país, a la espera de que su examante testifique. El reino está desorganizado en pequeñas taifas, por mequetrefes parlantes, pícaros sin escrúpulos, pero con mucho afán de poder, atrincherados en sus escaños de servidores públicos, ignorando en todo al pueblo que les necesita y, teóricamente, representan. No hay campaña de mercadotecnia o de comunicación que cubra la bajeza o la mentira. Hasta las mentes más brillantes del empresariado apoyan los discursos soporíferos y los slogans pretendidamente efectistas de estos vividores sin escrúpulos, sostenidos por grandes profesionales de la comunicación como Iván Redondo. ¿Cómo hemos podido llegar de aquel sueño del futuro a esta pesadilla de desesperanza y frustración?

Tengo una amiga psicóloga muy sabia que suele decir que, en general, el ser humano, ante un problema, focaliza su atención un 99% en el problema y un 10% en la solución, cuando debería ser al revés. Es muy del alma católica española buscar culpables y apalear a la cabeza de turco. Pero la crisis institucional, social, económica y, sí, también sanitaria, no se soluciona con decir que «saldremos más unidos y fuertes», sino haciendo que esto sea posible. Dejando a un lado el circo mediático para medrar en el grupo de poder político y gestionando la realidad. Cuidando las instituciones, no utilizándolas para fines propios. Siendo humildes, conscientes de la altura de los retos, afrontándolos rodeados de los mejores para encontrar soluciones efectivas. No soltando la primera estupidez que viene a la mente con lenguaje alambicado en una rueda de prensa.

La nostalgia no sirve de nada en este momento. Solo ayuda la acción consciente de ciudadanos responsables para apoyarnos entre todos y cambiar el rumbo. Porque si aquel sueño de 1992 se hizo realidad, fue por la voluntad y el impulso de todos. Solo unidos, ya lo preconizó sabiamente el hoy defenestrado Juan Carlos I, habremos ganado el futuro e iniciado un nuevo comienzo.