La mañana estaba lluviosa y fría, como de costumbre, ese 30 de noviembre de 1803. Un viento gélido atravesaba el puerto mientras que en la bahía se balanceaba la rápida y liviana corbeta de 160 toneladas María Pita, gallarda y veterana de mil mares lejanos. En cubierta, un hombre en traje de oficial médico marinero, que parecía remontar los cincuenta años, se paseaba parsimoniosamente mientras miraba impaciente hacia los muelles. Buscaba algunas figuras conocidas, mientras se apretaba un último botón de su capote. Esa iba a ser la misión de su vida, por la que había lucha con ahínco, hasta convencer a su majestad, Carlos IV. Le había costado tiempo y recursos pero valía la pena.

Le debemos ese favor a nuestras provincias de América [le dijo suplicante al rey]. Recuerde que les llevamos esa plaga maligna la cual por poco, no acabó con todos sus aborígenes. Nos ayudó, cierto es, en la conquista de los principales reinos, pero les causamos gran daño y desolación. Esa misma viruela, que en mala hora, ocasionó la muerte de su bendita hija, Majestad. Es hora de reparar en algo ese horror que les causamos, aunque por supuesto, Dios no lo quiera, sin quererlo. La expedición le traerá gloria, su Majestad. Las generaciones futuras verán en su Excelencia, un gran benefactor de la población de América y de Asia, si Ud. está de acuerdo en extender la misión hasta allá, para abarcar nuestras posiciones en las Filipinas. Les llevaremos la vacuna, ese invento maravilloso que un inglés de apellido Jenner, acaba de descubrir y que impide el contagio de la viruela.

Con algo tan simple como la linfa de una pústula de la benigna viruela de las vacas (cow pox), aplicada a la piel del brazo de una persona sana, queda por siempre y para siempre, resistente a la viruela (smallpox, le llaman esos ingleses). La humanidad tiene, al fin, un remedio en contra de ese maldito mal. Encárgueme de la misión, Su Majestad, que no le pesará. Estoy dispuesto a perder mi última gota de sangre, en llevarla a cabo con todo el éxito posible.

Ahora, al fin lo había logrado, estaba al mando de la «Real Expedición Filantrópica de la Vacuna».

Yo, Francisco Xavier de Balmis, Cirujano de Cámara Real, cumpliré con la promesa que me hice, y ofrecí al Rey. Y si la suerte me acompaña en el empeño, volveré a entregarle cuentas a su Majestad. Y es posible también que la historia me enseñe su sonrisa. No seré recordado por mis andanzas y quehaceres médicos con los ejércitos reales en los confines del mundo, sino por haber contribuido a librar al hombre del Nuevo Mundo de los rigores de la viruela.

Volvió de su ensueño pasajero cuando una mano poderosa tocó su hombro. Doctor, fíjese, ya vienen, le dijo mientras volvía su rostro hacía tierra, y se podía ver un grupo grande de niños, entre los cuales sobresalía una mujer que llevaba a un niño de la mano. El capitán Pedro del Barco, nacido en Somorrostro, Vizcaya, un verdadero lobo de los siete mares, valiente e inteligente bajó las gradas con rapidez mientras ordenaba a la tripulación preparar los botes para subir a bordo a los pasajeros.

Ya pronto podremos hacernos a la mar. Estamos preparados para ello, solo esperábamos por los invitados.

Los niños en tierra, de edades comprendidas entre los tres y los nueve años, de dos en dos, el mayor agarrando la mano de uno menor, hicieron fila para abordar los botes que los llevarían al navío. En el medio de ellos, una mujer todavía joven y hermosa, solícita iba de un lado a otro de la fila, poniendo orden entre la chiquillería y procurando que nada le pasara a ninguno de ellos. Cuando todos estaban en los botes, subió a uno de ellos, llevando de la mano a un menor que atendía con amor. Era su único hijo, adoptado, de nombre Benito Vélez a quién llevaba con ella, en su aventurado destino. Isabel Zendal no sentía miedo a lo que le esperaba. Estaba segura su decisión. Dejaba atrás un mundo de miseria y trabajo. Tenía ahora una gran misión que cumplir. Cuidar de esos niños durante el viaje, que transportaban la vacuna en sus brazos, hasta entregar el relevo en tierras americana.

Los héroes

El Dr. Francisco Xavier Balmis Berenguer nació en Alicante el 2 de diciembre de 1753, siendo hijo y nieto de cirujanos barberos, por lo que nada de raro tuvo que siguiera la profesión de sus antepasados, pero con una particularidad muy suya. Estaba dispuesto a subir unos escalones más y como mínimo sería médico con todas las calificaciones del caso. Antes de encargarse de la Expedición Filantrópica, pasó por varias pruebas que templaron su carácter y lo prepararon para futuras empresas. Luchó contra los piratas berberiscos en Argel, estudió para presentar las pruebas de cirujano, ingresó a la sanidad militar y poco tiempo después, ascendió a cirujano del Ejército.

Estando con el regimiento de Zamora, embarcó para América, en donde accedió a ser médico cirujano, al fallecer casi todos sus colegas debido a una epidemia desatadas entre las filas castrenses. Balmis estuvo en Cuba, de donde pasó a México, prestando servicios en Veracruz, Xalapa y la ciudad capital. En ese país, dedica tiempo para estudiar la flora y remedios indígenas.

Tiempo después escribe un libro sobre los efectos curativos del ágave y de la begonia, polemizando con ciertos facultativos en España acerca de su eficacia. Pero hasta el Vaticano le reconoce sus descubrimientos. Poco tiempo después del descubrimiento de Jenner, traduce un libro sobre la viruela del francés Jacques Louis Moreau de la Sarthe, con un largo prólogo escrito por el mismo Balmis (Prodavinci). Es entonces cuando, ya rodeado de una sólida fama, conocedor a fondo de América, se atreve a sugerirle a Carlos IV el financiamiento de la Expedición Filantrópica de la Vacuna.

El resto de las personas que lo acompañarían fue escogido por él directamente. Director: Francisco Xavier Balmis y Berenguer. Subdirector: José Salvany y Lleopart. Ayudantes: Manuel Julián Grajales Antonio Gutiérrez Robredo. Practicantes: Francisco Pastor y Balmis Rafael Lozano Pérez. Enfermeros: Basilio Bolaños Antonio Pastor Pedro Ortega. Rectora de la Casa de Expósitos de Coruña: Isabel Sendales (Zendal). Y los más importantes: 22 niños que llevarían la vacuna contra la viruela, pasándosela de dos en dos hasta llegar a tierra y tener un relevo. Se trataba de niños expósitos, que habían sido abandonados por sus madres en casas que había para ese fin, en A Coruña, Madrid y Santiago. Todos con un futuro desolador cuando al crecer tenían que salir a ganarse la vida en la calle o en el Ejército. Pero ellos eran la vacuna. De hecho, constituían «el único eslabón de la cadena insustituible… Y sin vacuna no había Expedición, ni Real ni Filantropía» (Antonio López Mariño).

El subdirector de la misión, el Dr. Salvany, nació en Barcelona en 1771. Se graduó en cirugía y prestó servicios en el Ejército. Siempre tuvo mala salud y no estaba a gusto en las asignaciones que le ocasionaba su cargo militar. Estaba disponible cuando se le escoge para formar parte de la expedición bajo el mando del Dr. Balmis y esperaba actuar en mejores climas para mejorar su estado general. Era un ser bondadoso, alejado de toda envidia (Emilio Balaguer Periguell, Rosa Ballester Añón).

Manuel Julián Grajales fue uno de los ayudantes médicos. Se gradúa de cirujano médico justo antes de alistarse en la expedición. Hizo su trabajo con dedicación y a pesar de su carácter brusco, que le hizo chocar en ocasiones con Salvany, éste no dudo en recomendarlo para que le dieran los honores de cirujano de cámara. El otro ayudante médico fue Antonio Gutiérrez Robredo, escogido personalmente por Balmis y considerado como su mejor discípulo.

De todas las figuras que participaron en la expedición, la más enigmática y menos conocida hasta hace unas dos décadas, sin duda fue la rectora de la Casa de Expósitos de A Coruña, la conocida también como enfermera, Isabel Zendal Gómez. Su apellido apareció escrito de diversas maneras, como Sendales, Zendala, Sandalla, y hasta una calle de A Coruña que lleva su nombre, fue mal escrito, ya que se lee «Isabel López Gandalia». El enigma fue desvelado por el periodista Antonio López Gómez, quien logró encontrar en los archivos de bautismo, matrimonio y defunción de la parroquia de Santa Mariña de Parada, en el municipio de Ordes, Galicia, los padres y demás familiares de Isabel Zendal Gómez. Por fin se pudo conocer el verdadero nombre de esa noble e intrépida mujer que viajó al nuevo mundo, protegiendo a unos menores que iban a llevar la vacuna en sus brazos, con la cual se iban a vacunar millones de americanos. Esta gran mujer ahora es considerada la primera enfermera española de la historia y, de acuerdo a la OMS, la primera enfermera en misión internacional (Enfermería en desarrollo). Justicieramente, su nombre ha sido rescatado de la historia.

El viaje

La primera escala la hicieron en Santa Cruz de Tenerife y visitaron las demás islas Canarias. Sobre todos ellos llovieron homenajes y celebraciones. Era la primera vez que se vacunaba en los territorios canarios y fue todo un acontecimiento. Repuestos y contentos, después de un mes de estadía, los expedicionarios reemprendieron viaje. El 9 de febrero llegan a Puerto Rico, pero el recibimiento no es el esperado. El médico de origen catalán Francisco Oller ya se había adelantado aplicando la vacuna en los insulares, habiéndola conseguida en la isla inglesa de Santo Tomás. Hubo roces entre ambos grupos y las autoridades de la isla apoyaron al Dr. Oller. Se embarcan y llegan a la Habana y de nuevo la sorpresa. Un médico cubano, Tomás Romay dos años antes, ya había realizado vacunaciones en la isla. Sin embargo, dejan manales de vacunación y crean la junta de vacunación.

Balmis sigue su viaje y llega a la capitanía de Venezuela. Primero desembarca en Puerto Cabello, iniciando allí la vacunación. La expedición a continuación, se divide en tres grupos. Uno de ellos capitaneado por Balmis se dirige por tierra a Caracas, vacunando a su paso por Maracay y otras poblaciones. Otro dirigido por Grajales se enfila por mar a La Guaira, mientras que Salvany se queda en Puerto Cabello. Posteriormente este último se reunirá con los demás en Caracas, en donde reina un verdadero carnaval en honor a los vacunadores. Se organizan actos para celebrar la presencia de Balmis y sus hombres. Entre los asistentes sobresale un brillante joven intelectual y poeta de 23 años, Don Andrés Bello, quién escribe para la ocasión una Oda a la Vacuna y una obra teatral que titula Venezuela consolada. De seguido es nombrado secretario de la “Junta Central de Vacunación”.

La REFV decide dividirse en Venezuela para continuar su misión. Balmis se dirige a México, vía La Habana, vacunando por donde pasa, incluyendo Guatemala, y le acompañan Gutiérrez, sus sobrinos Francisco y Antonio, así como Ortega, Crespo e Isabel Zendal. Posteriormente se embarca en Acapulco con 25 huérfanos mexicanos para dirigirse a Manila, Filipinas y proceder a vacunar en sus islas. Luego sigue viaje por el mar llegando a Macao y China continental. En 1806 decide regresar a España. Mientras tanto, su lugarteniente el Dr. Salvany, junto con Grajales, Lozano y Bolaños, llegan a Colombia y deciden remontar el río Magdalena para llegar al centro del país. Naufragan y aunque Salvany pierde un ojo, sobrevive y continua el viaje. Pasa con sus acompañantes a Ecuador, siempre vacunando, dejando atrás instaladas las juntas de vacunación, así como gente enseñada a vacunar, con sus respectivos libretos instructivos. Atraviesa Perú y en Cochabamba le encuentra la muerte. Salvany se hallaba agotado y las alturas peruanas y bolivianas lesionaron su débil corazón. Luchó para que le asignaran un cargo fijo en cualquier ciudad importante por la que pasó, para dar reposo a su cuerpo, pero ninguna autoridad atendió sus pedimentos. Sus ayudantes Grajales y Bolaños siguieron hasta Argentina y Chile, regresando de allí en 1812. Les había tocado la parte más larga y difícil de la misión.

El final

Isabel Zendal terminó sus días en México, acompañada por su hijo. En la ciudad de Puebla, en donde vivió muchos de esos años, la escuela de enfermeras lleva su nombre y se le considera una heroína de la profesión. La medalla oficial que reconoce el mérito de las enfermeras lleva su nombre. En España ahora se le conoce y admira. Una novela escrita por Javier Moro, que lleva el nombre A flor de piel, está basada en su vida. También se han realizado películas y series televisivas que retratan su existencia.

El Dr. Balmis, rodeado del reconocimiento general y bendecido por la gloria, fallece a los 66 años de edad el 12 de febrero de 1819. Había sido el responsable de una de las hazañas más memorable en la historia de la prevención de enfermedades. El mismo Edward Jenner llegó a decir: «No imagino que los anales de la historia nos proporcionen un ejemplo de filantropía tan noble y extenso como éste». El padre de la historia de la medicina mexicana, el Dr. Enrique Bustamante, por su parte afirmó: «La expedición de la vacuna permanece inigualada y corresponde a sus miembros la primacía en la aplicación científica, a escala mundial, de un nuevo y maravilloso procedimiento preventivo» (Antonio López Mariño).