Rousseau nació en el año 1712 en Ginebra, Suiza y falleció en 1778, en Francia. Huérfano de madre desde temprana edad, fue criado por una tía materna y por su padre, un relojero. Sus estudios a través de los años y las diferentes experiencias que vivió, lo llevaron a ser considerado un filósofo y pedagogo, además, de músico, naturalista y un escritor lleno de contradicciones, que arremetió contra las ideas de progreso de su época, llegando a enfrentar a los principales representantes de la Ilustración, al extremo que Voltaire no lo soportaba y lo criticaba constantemente. A pesar de eso, algunas de sus ideas, al igual que las de Voltaire, influyeron para la aparición de la Revolución francesa y, además, quedaron plasmadas en la Declaración de los Derechos de los Hombres en 1789 en Francia.

Gracias a la amistad que logró entablar con Diderot y D’Alembert, pudo publicar artículos en la famosa Enciclopedia francesa que ellos habían creado y que le dieron mucho prestigio. Al final, ambos se distanciaron de él por sus intemperancias.

Entre las ideas que Jean-Jacques introdujo en el año 1740 y siguientes y que fueron motivo de grandes discrepancias está una que señalaba que la ciencia, la educación y las artes, o sea la cultura en general y la civilización a que dieron lugar, no eran buenas, como se había pensado entonces, sino definitivamente perjudiciales, así como las instituciones y la propiedad privada (la que consideraba un hecho irreversible), pues todo lo anterior corrompe al individuo y provoca el egoísmo, el odio, los vicios y las guerras y éste se vuelve malvado. Él denunciaba la incongruencia que suponía denominar progreso humano a lo que era mero desarrollo tecnológico, y aunque se había avanzado en el dominio de la naturaleza y aumentado el patrimonio de las Bellas Artes, no se había logrado un hombre más libre y feliz.

Otra de sus ideas decía que los sentimientos deberían sustituir a la razón como referentes en la vida, como en los juicios que deban emitir las personas, tanto en el ámbito privado como en el público. Jean-Jaques deseaba que la sociedad permitiera dar rienda suelta a los sentimientos y a las emociones de las personas que las conforman, en especial los niños ya que no impulsan el desarrollo de las inclinaciones espontáneas del niño, facilitando el contacto con la naturaleza, que es sabia y educativa. Predicaba que, a los niños, a diferencia de lo establecido en la educación de éstos donde se le enseñaba a ser ordenados y a respetar una serie de valores, no se les debe reprimir ni disciplinar las tendencias naturales de ellos y en lugar de educar con la palabra y los libros, se debe educar con los ejemplos, es decir, estando en contacto con la realidad; rechazaba así la pedagogía tradicional. Por estas y otras ideas se le considera un padre de la pedagogía moderna.

Sostenía, además, que la sociedad humana es un ser colectivo con una voluntad propia que difiere de la suma de todas las voluntades particulares de las personas que las componen y éstas deberían someterse a los designios de esta voluntad general. Al sostener la necesidad del sacrificio del individuo en beneficio de la colectividad, prácticamente aparecía como representante de un totalitarismo y se contradecía a si mismo ya que también sostenía que no eran válidas las restricciones en cuanto a los derechos y las libertades individuales y lanzaba consignas contra el absolutismo de derecho divino del rey o de la iglesia, y, defendía el principio de soberanía nacional, y donde un gobierno permita que la voluntad general de los ciudadanos pueda expresarse.

Aclarando lo anterior, de acuerdo con el primer punto Rousseau sostiene que el ser humano nace bueno, pero se corrompe a medida que la sociedad lo contamina. Él sostenía que el hombre es bueno por naturaleza, «el buen salvaje», pero es obligado a crecer en una sociedad que frustra sus instintos naturales y reprime sus sentimientos y lo obliga a aceptar cosas que no siente ni comparte.

Sin embargo, luego llegó a aceptar que los seres humanos no tienen ninguna posibilidad de subsistir fuera de la civilización como él pretendía, ya que, el ser humano debe aceptar los valores establecidos para poder vivir en ella. Ya Aristóteles había señalado que «el hombre es un ser social y para desarrollar sus capacidades y resolver sus necesidades debe vivir en sociedad. Una vez que el hombre nace en la civilización ya no hay posibilidad de retornar a un estado primitivo».

Pero en lo que sí Rousseau tenía razón era en exigir que, por lo menos deberíamos intentar civilizar a la propia civilización o humanizar al hombre para que sepa distinguir el bien del mal y actúe en consonancia.

El filósofo aceptaba que el pueblo pudiera delegar la puesta en práctica de las leyes en el gobierno que creyera más conveniente, ya que reconocía que el pueblo no podía gobernar directamente y era necesario crear un gobierno ya sea de una monarquía, un grupo de políticos o un militar (dictadura), pues la mayoría del pueblo carece de disciplina, educación y visión del futuro para gobernar.

A este respecto aquí parece paradójico aceptar esto por Rousseau, ya que contradice el pensamiento del filósofo inglés John Locke, quien preconizaba que el gobierno debe dar protección y defender las libertades individuales. En cuanto a esto, Rousseau señalaba: «No, no estoy en contra de ese postulado de Locke, recibí influencia de él sobre esto y para mí la soberanía del pueblo está constituida por la suma de las libertades individuales, no puede cederse ni condicionarse, siempre será su depositaria el pueblo, poco importan las formas de gobierno que se tengan».

En relación la desigualdad entre los hombres decía: En estado natural no existen desigualdades entre los hombres, esto es el resultado de la separación que se hace en la sociedad entre hombres y propietario, y hombre y ciudadano. Esta concepción filosófica trataba de condenar las injusticias del mundo de su tiempo. Sin embargo, él llegó a reconocer que esa idea era un concepto teórico propio de él, de que en estado natural el hombre no haya estado jerarquizado, pues luego llegó a aceptar que la historia muestra que siempre han existido diferencias entre los hombres.

A los 16 años y después de haber abandonado su hogar, encontró otro donde la señora baronesa de Warens, que tenía varios hijos y lo aceptó como uno más en su residencia en Chambéry. Se convirtió así, al principio en la madre que había perdido y en su protectora por años. Luego terminó siendo su amante. En 1742, se fue a vivir a París a la casa de otra amiga.

Rousseau, desde joven, cambiaba continuamente de trabajos y amantes, era un mal padre, ya que tuvo varios hijos ilegítimos a los que no ayudó; se le tilda, además, de mal agradecido con sus mecenas y amigos, con quienes se peleó y sin embargo se valía de ellos para vivir, poder escribir y figurar en la sociedad de París y Londres. Primero fue de religión calvinista, luego se hizo católicos y finalmente termino siendo deísta una religión natural y sin teología.

Él reconocía que su vida no fue precisamente un ejemplo de moralidad y ésta, por años, transcurrió en franca discrepancia con sus ideas, pues llevaba una vida desordenada, a veces ridícula a veces trágica, pero es difícil encontrar un conjunto de ideas que hayan levantado más polémicas que las suyas, lo cual lo obligó a exilarse en diferentes países y por varios años.

Sus escritos como: El discurso sobre las ciencias y las artes, La nueva Eloisa, Emilio y El contrato social, así como su autobiografía Confesiones fueron tremendamente polémicos.

En su Julia o La Nueva Eloísa que publicó en 1756, nos habla de Julia, un modelo de mujer a seguir, una hembra ideal virtuosa (ninguna de sus mujeres lo fueron). Señalaba que el vínculo matrimonial debe fundarse no en las artificiales convenciones de la sociedad, sino en la libre opción, dictada por el amor “amor libre” como el que él practicó. Por esa razón la Iglesia se puso de inmediato en su contra. Además, para él la mujer era como un apéndice del hombre, con lo cual se mostraba como un misógino. Este libro fue inspirado en su pasión no correspondida por la cuñada de Madame d’Epinay, en cuya residencia vivía en París.

En su novela Emilio o De la educación (1762), sugería la educación del niño ya señalado. Sostenía que nacemos capacitados para aprender, pero no sabiendo ni conociendo nada, debemos capacitarnos por experiencias. Señalaba que la educación religiosa no debía iniciarse hasta que el joven estuviera en la edad de la razón, y pudiera preguntar «el porqué» de todo lo que se le decía.

En El contrato social intenta articular la integración de los individuos en una sociedad; donde las exigencias de la libertad del ciudadano han de verse garantizadas a través de un contrato social que, estipule la entrega total de cada asociado a la comunidad, de forma que su extrema dependencia respecto a la sociedad lo libere de aquello que tiene respecto a otros ciudadanos y de su egoísmo particular. No siendo posible reducir al hombre a su estado natural, devolviéndolo a su humanidad primitiva, se debe transformar a la sociedad de modo que no anule, sino que potencie su libertad, ya que «el hombre ha nacido libre y sin embargo está encadenado», y que la verdadera unión entre los individuos sólo puede basarse en el libre consentimiento y en el respeto recíproco de la libertad individual.

Todos los miembros de la sociedad reconocen la autoridad de la razón para unirse por medio de una ley común en un mismo cuerpo político. A esta sociedad le llamaba República, donde cada individuo vive de acuerdo con todos. Insistía en construir mediante la educación de todos, un concepto de libertad más concreto que fuera estructurado por la razón de cada uno ya que el individuo en esa sociedad llega así a ser más racional.

Al morir fue enterrado en el pueblo francés donde vivía, pero luego sus restos fueron trasladados en 1794 al Panteón de Paris, donde yacen junto a los de Voltaire.

Un pensamiento final de Rousseau era que él

trató de humanizar a la civilización con sus ideas.

Bibliografía

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