Las protestas en Estados Unidos de los últimos días tienen un trasfondo que va mucho más allá de la situación de racismo en el país, que es un tema de muchos años de darse, con movimientos supremacistas que promueven este tipo de prácticas, tales como el Ku Klux Klan (KKK), Aryan Nation (Nación Aria), entre otros.

El asesinato del ciudadano afroamericano George Floyd se ha transformado en un símbolo del desgaste social que el país vive, donde las minorías son las principales afectadas en el descontento de los ciudadanos norteamericanos, lo cual obviamente no es un elemento nuevo.

Como en muchos países las desigualdades están a la orden del día y quizás lo que se ha logrado en los últimos tres años de este Gobierno estadounidense de la mano de Donald Trump, es sacarse la careta de una falsa sensación que no pasaba nada y mostrar que realmente ocurren situaciones anómalas en el país.

Se han combinado varios elementos para que esta situación esté en la gravedad del caso. La llegada de Donald Trump como un outsider de la política estadounidense, que contó con la mayoría necesaria para alcanzar la Casa Blanca, demostrando el descontento con la candidatura demócrata, que se encontró golpeada por la dañada perspectiva de lo que representaba para el país la pareja Clinton, principalmente el escándalo por la filtración de correos cuando Hillary fungía como Secretaria de Estado.

En cuanto al fenómeno Trump, hay que señalar que su llegada a Washington no fue accidental; pese a su falta de inteligencia emocional, su arribo a la Casa Blanca fue sin duda un golpe en la mesa contra la forma de hacer política de manera tradicional, para las dos facciones más importantes de la política estadounidense.

Su forma de comportarse «políticamente incorrecta», la manera en la cual ha respondido a la oposición desde la trinchera de las «redes sociales», más su comportamiento a la hora de tomar decisiones, fortalece el criterio que su elección para dirigir a la nación más poderosa del mundo fue gracias al desgaste del liderazgo político del país.

Hay una visión más ampliada del fenómeno social estadounidense y es el que plantea Aleksandr Dugin, filósofo ruso, principal precursor de la teoría neoeurasianista y consejero del Gobierno de Putin, quien ha señalado en varios artículos que Trump es «un síntoma» de la sociedad estadounidense, y que el «trumpismo» en verdad es el reflejo de una sociedad antiglobalista que pide su lugar y se enfrenta a lo que considera la élite conformada por los liberales de derecha y de izquierda que están solo para hacer valer su agenda exclusivista, aunque esto les lleve casi a una «guerra civil», anticipando de esta manera el ocaso del poderío occidental.

Trump es el perfecto «chivo expiatorio» del descontento social y político en los Estados Unidos. Su imagen ha sido explotada negativamente desde todos los frentes existentes por parte de la prensa y la opinión pública; incluyendo las redes sociales donde es un asiduo participante.

Se ha convertido en el tema predilecto de aquellos que han buscado zafar un poco de temas coyunturales importantes, echando mano de los comentarios y acciones desafortunadas del presidente, que sin duda no se ayuda tampoco por su personalidad tan peculiar.

Se ha convertido en el símbolo de la polarización del país, y podría ser el gestor de lo que algunos denominarían una «Primavera estadounidense», encaminado a transformarse en un crudo invierno en Washington, donde ni una eventual llegada al poder por parte del Partido Demócrata podrá calmar el descontento, porque la molestia es generalizada, no solo contra el gobernante de turno, sino contra todo lo que significa el «Establishment», incluyendo la élite que se considerada a sí misma como intocable.

Es importante, además, sumar la participación de actores internos y externos que podrían ser elementos de ignición de la llama de una crisis mayor, o la excusa perfecta para sacar luego la atención lo que está pasando, incluyendo culpar a países como China o Rusia de intentar aprovecharse de la inestabilidad para golpear la integridad estadounidense.

Uno de estos grupos no gubernamentales de la actualidad son los hackers de Anonymous, quienes tienen un comportamiento poco descifrable, y podrían ser un mecanismo de desviación de la atención o la sazón para acentuar la violencia. Además de los grupos que han aprovechado el caos para delinquir, robar, golpear negocios, etc. desvirtúan la lucha social y se les confunde irracionalmente con organizaciones antifascistas o con anarquistas antigubernamentales.

Los que consideran la respuesta del gobierno al covid o a las revueltas sociales como «referendos» a la gestión de Trump, están siendo muy simplistas, ya que al creer que el descontento social se acabará con un cambio de presidente en las elecciones de noviembre minimiza el trasfondo real del resentimiento social estadounidense.

No claman solo por un cambio de gobernante, sino por evolucionar las estructuras hacia la equidad. Por lo cual, si los pronósticos fatalistas de ideólogos como Dugin se cumplen, el tema en vez de mermar se acentuará con el paso de los días hasta llevar a una ruptura completa del orden existente.