Las relaciones entre Estados Unidos y China, tienden a ser cada día más tensas y divergentes. Cualquier motivo es aprovechado para confrontarse. Se veía venir, en la medida en que una de estas potencias se empina sobre la otra, obtiene una inmediata reacción de su oponente. De nada sirve si vivimos, o más exactamente, vivíamos, en la era de la globalización, antes de la pandemia, que hoy se perfila en sentido inverso. Tendían a complementarse, o disputar mercados e intercambios, según las normas del libre comercio. Sin embargo, todo cambió, y resulta claro que China lo practica, y Estados Unidos procura acotarlo sólo en su beneficio, derrotando cualquier competidor. Debemos considerar, además, que no actúan en igualdad de condiciones institucionales. China no arriesga ningún escrutinio eleccionario, pues Xi Jinping estará firmemente controlando el país por largo tiempo. Estados Unidos, en cambio, siempre se encontrará sometido a elecciones sucesivas propias de su democracia, donde el predominio de los principales partidos dependerá de las mayorías que obtengan. Realidad adicional que incita al enfrentamiento.

Hoy, medio mundo se encuentra aislado procurando paliar los efectos de la pandemia, sin conocer todos sus alcances, aunque se anticipen devastadores, y eso que creíamos tener las respuestas en la medicina y control de enfermedades. Ojalá se encuentre la solución lo antes posible, aunque sabemos que no todo será como antes, pues habrá innumerables secuelas, en lo internacional como para las personas. Ya se evidencian en las relaciones chino-norteamericanas, donde sus recriminaciones crecen y el alejamiento se acentúa, teniendo ahora como foco agregado, el campo de las responsabilidades en la contaminación sanitaria y su control. Situación agudizada por las inminentes elecciones presidenciales norteamericanas, las acusaciones de negligencia china en la expansión del virus, y la manipulación de las estadísticas. Un nuevo ámbito, que se añade a muchos más, donde las dos mayores potencias, como tales, tienden a chocar, teniendo al mundo como escenario. Al resto de los países sólo cabe arriesgar una postura apoyando alguno u observar prudentemente.

Estados Unidos, con Trump, no puede aceptar que su objetivo principal, recuperar el mayor crecimiento de su economía y la primacía mundial, se vea seriamente comprometido por una pandemia paralizante que comprometerá su principal punto de apoyo, la economía, y la reelección del presidente en noviembre, en plena crisis. Tiene que encontrar un responsable y China es el blanco indicado. Sin evidencias ciertas del contagio inicial, sospecha de maniobras deliberadas o presuntas para ocultarlo, sin faltar teorías conspirativas fáciles de difundir, la hacen el adversario ideal, sumada a la durísima confrontación comercial que la hizo retroceder. Comenzó este nuevo frente, centrado en el prestigio, a falta de pruebas concretas.

Estados Unidos golpea directamente a la credibilidad china y a quienes debieron advertir la pandemia, como la OMS, vacilante, sin tomar el control sanitario ni aportar soluciones globales, y dirigida por un funcionario impulsado por Pekín, un organismo técnico, pero que actúa, como todos, bajo parámetros políticos. Otro organismo Internacional en su mira, como lo fue la Unesco por el ingreso de Palestina, para dejar de participar y contribuir, manteniendo la incertidumbre de si continuará.

Por su parte, China reacciona con una muy activa campaña de provisión de fondos, apoyo sanitario, y entrega de equipamientos a quien lo requiera, que sea su amigo, para contrarrestar la impresión y la campaña comunicacional de que tendría más de alguna responsabilidad. Por ello, ha multiplicado su actividad operativa en la crisis, demostrando solidaridad y otorgando ayudas efectivas, mientras Estados Unidos las reserva internamente.

Más allá de esta contingencia, lo verdaderamente grave sería que la falta de entendimiento y la rivalidad, se transformara en permanente entre los dos Estados. La trascendencia que tienen para el resto del mundo, todo lo que hagan o dejen de hacer, sin entendimiento, perjudicará a la comunidad internacional. Un punto nada despreciable, pues no habrá excepciones entre los afectados, en lo sanitario, y en las consecuencias para la economía en recesión planetaria, tal vez de más largo plazo y mayor intensidad que lo previsto. Una relación menos agresiva es lo que el mundo requiere, para superar infinitos campos de consecuencias. Ningún país, por poderoso que crea serlo, podría superar tanto desafío actuando solo, y creyendo que tiene tal capacidad sin la colaboración de nadie. Otro tanto para el funcionamiento de los Organismos Internacionales, en especial, los de crédito y ayuda monetaria (FMI o Banco Mundial). Sin los fondos suficientes que proveen una economía sana y en funcionamiento, la inmensa ayuda requerida, no podría materializarse adecuadamente.

Muchas actividades post-crisis, no seguirán realizándose de la manera acostumbrada, cambiadas definitivamente. La era de las comunicaciones electrónicas, y todo lo que la componen, como redes, plataformas de servicios, satélites, computadoras, o celulares, de última generación, serán cada vez más requeridas, y una necesidad urgente, a pesar de las desigualdades tecnológicas entre países, para seguir interconectados.

Las diferencias políticas siempre existirán y sería ingenuo pensar que pudieren desaparecer con motivo de la emergencia sanitaria mundial. Ha quedado demostrado que, a falta de reales conocimientos científicos, los actores políticos han seguido operando en el único campo que saben: las posiciones ideológicas. Sobresale el recuento a veces morboso, de enfermos y víctimas, como si fuera una competencia, contaminando lo epidemiológico con las consignas habituales y las ácidas críticas interesadas a quienes tengan más muertes. Prueba de que poco o nada se ha logrado en la colaboración y seguimiento de las normas sanitarias indispensables, aunque nadie tenga la verdad revelada para terminar con la pandemia, y menos los inhábiles opinantes. Reiterar las consabidas posturas políticas, a propósito de esta nueva realidad, no sólo tiene graves consecuencias para el resto de los países, sino que en definitiva, para ellos mismos. En nada contribuyen a la real solución.

No obstante, Estados Unidos y China, así están, en medio de una relación viral.