Para los seres humanos, los años pasan como se caen los pétalos de una flor: parece que se desprenden más deprisa, cuando se acerca el final. La muerte nos llegará a todos sin excepción. Para algunas personas, conocer «el cuándo», es un privilegio digno de héroes; para otras, que nos sorprenda dormidos, es la mejor opción. Al final, ¿quién sabe exactamente cuánto tiempo nos queda en este mundo?

Ha terminado el año 2019. Ese fue el año escogido en 1982 por los creadores de la película Blade Runner de Ridley Scott para ambientarla. Oda existencial extrema, es un poema visual que ilustra un mundo apocalíptico.

El escenario, envuelto por la magia musical de Vangelis describe una ciudad de Los Ángeles, California, que, según la película, se encuentra perpetuamente contaminada. El aire gris predominante solo es iluminado en ocasiones por fogonazos de chimeneas industriales, las cuales, evidentemente, siguen quemando hidrocarburos como principal combustible.

Los monstruosos rascacielos, piramidales a veces, parecen superar la nube tóxica que rastrea el suelo. Los inquilinos de estos edificios, al elevarse y alejarse de las calles, lo hacen también de la miseria que viven los pobladores de la semiabandonada ciudad. Un ambiente contaminado visualmente también por la publicidad sin medida de pocas corporaciones claramente superdominantes. En la cinta se describe un imperio de inequidad socioeconómica extrema.

La mayoría de las especies animales se han extinguido y es posible reconocerlas en réplicas genéticamente copiadas por estas corporaciones, que todo lo poseen, producen y comercializan. Las réplicas humanoides o replicantes son fuerza laboral y militar, del proceso de colonización y conquista de nuevos planetas. Están prohibidos en la tierra. Si se atreven a regresar, serán cazados y retirados (eliminados) por los blade runner.

En la trama, pocos replicantes se han amotinado en alguna de las colonias interplanetarias y han regresado a la tierra en busca de extenderla. Saben que van a morir pronto, por la caducidad definida desde su diseño. Se hace de esta manera, ya que sus fabricantes tienen miedo de que la inteligencia artificial que portan pueda desarrollar aprendiendo otras emociones más allá de las impuestas originalmente para su propósito.

Los replicantes son creados como adultos y para otorgarles estabilidad emocional básica, les implantan recuerdos elaborados para ese fin o copiados de otros seres humanos. La película nos dice con claridad que al final los seres humanos somos una combinación de lo que vivimos, recordamos y contamos. Somos lo que impresiona nuestra memoria.

En la búsqueda de la verdad, o al menos, de su verdad, los replicantes amotinados se encuentran con algunos de sus creadores. Al conocerlos, descubren que todos ellos, se maravillan de la perfección de su trabajo reflejado en los replicantes. Todos ellos, portadores de alguna cualidad o algún defecto. Todos, muy humanos.

Cuando el líder de los replicantes, junto a su pandilla, se presenta ante el creador de sus ojos, lo hace citando a William Blake. Declama, un fragmento adaptado de América, una Profecía:

Ardientes, los ángeles se levantaron, y cuando se levantaron profundos truenos rodaron. Alrededor de sus costas: indignación ardiendo con los fuegos de Orco. Y el ángel de los bostonianos gritó en voz alta mientras volaban a través de la noche oscura.

Los ojos del replicante reflejan fuego y luces al llegar por primera vez a la Tierra. Ojos que han visto cosas increíbles, le dice al creador de los suyos. Ojos diseñados para ver más allá de lo que alguna vez había visto persona alguna.

De hecho, la única prueba definitiva para saber si alguien es un ser humano o un replicante en el relato, es la prueba de Voight-Kampff. Al aplicarla, el evaluador monitoriza en la mirada del ojo del evaluado, la reacción de las emociones y la empatía que genera ante distintas situaciones cotidianas expuestas por el evaluador. ¿Ser o no ser? Clásica pregunta shakespeariana. Ojos como ventanas del alma. Ojos como reflejo del Ser.

En los 80, se pensó que el mundo descrito en la novela en que se inspira esta película — ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? — de Philip K. Dick y publicada en 1968, se podría ambientar en noviembre de 2019. ¿Se equivocaron? No necesariamente. Sólo han exagerado y se han adelantado unas décadas a los hechos. Sin embargo, las coordenadas que han fijado nuestro destino y nos quieren llevar ahí, fueron instauradas y definidas hace mucho tiempo ya.

El ritmo de avance más peligroso se instauró en el siglo XIX. Hoy desaparecen 150 especies animales al día. Algunas recién descubiertas, están en proceso de clasificación todavía. Cada año se descubren 18.000 especies nuevas. La deforestación de bosques tropicales en el mundo avanza, al escandaloso ritmo de 30 campos de fútbol por minuto. Y el 2019 cerró como el año que identificó tan solo 6 países como 100% productores de energía renovable. Con este ritmo de avance, retrocedemos. Todos los días se consuma una tragedia ambiental sin precedente en la historia.

Por esa razón, en el año 2017, se estrenó la secuela del filme, llamada Blade Runner 2049. Cómo si sus autores quisieran recordarnos que aún tenemos otra oportunidad, nos la señalan con esta segunda parte. Nos estimulan a pensar que aún es tiempo para revertir este comportamiento autodestructivo, que irremediablemente nos obligará a lidiar con dos opciones de futuro: cambiar y sobrevivir en la Tierra o colonizar nuevos mundos para subsistir. Si queremos cambiar el rumbo de nuestra relación con nuestro planeta, la vida que aún existe en él y con nosotros mismos como especie, debemos actuar ya.

No es casualidad que, hasta ahora, los acuerdos alcanzados en todas las Conferencias de Las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, hayan causado un pobre impacto en el cambio de este rumbo. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) nos advirtió, que, debemos alcanzar cero emisiones a nivel global para el año 2050. De lo contrario, la afectación ambiental será tan grande, que la mayoría de las especies estarán en riesgo de desaparición, si no se habrán eclipsado ya o «la inundación sin diluvio» advertida, nos habrá cubierto. No es accidental que la trama de la réplica de Blade Runner se desarrolle en el año 2049.

Esta segunda parte de la historia profundiza en los efectos futuros del medioambiente, cobijados con sobrias melodías de Hans Zimmer & Benjamin Wallfisch. Zonas contaminadas por micropartículas y polvo radiactivo están presentes en extensas regiones. Predominan indomables océanos en una parte del planeta y zonas completamente desérticas en otras, donde la madera es una rareza, ni que decir, la existencia de una flor. La única que vimos en la pantalla, una flor amarilla vibrante que, al marchitarse, perderá sus pétalos como los seres humanos descuentan sus años poco antes de morir: se pasan más deprisa, cuando se acerca el final.

En ambas versiones existe un blade runner principal. Deckard en la primera y K en la segunda. Ambos, supuestamente replicantes a la larga. Y, además, existen otros personajes, como el líder de los replicantes rebeldes, llamado Roy o Joi, el holograma personal de K. Joi, mucho más que una simple inteligencia artificial, es compañera y amante de K y Roy, un replicante que, al borde de su muerte, se humaniza más que los humanos y salva la vida de Rick Deckard, otro de los suyos, no sin antes decirle:

Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de Ataque en llamas más allá del hombro de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.

Este famoso monólogo existencial, Lágrimas en la lluvia, que se le atribuye al guionista David Webb Peoples y que fue elegantemente modificado la noche antes de la filmación por Rutger Hauer, actor que interpretó a Roy Batty, es simplemente sublime, en el momento oportuno de la película.

Con el monólogo, la cinta concluye al final que los replicantes son una combinación de lo que viven, recuerdan y cuentan. Son la impresión que dejan en la memoria colectiva.

El blade runner Deckard se enamora irremediablemente de una replicante llamada Rachael, con quien huye, procrea una hija «milagro» y se convierte en su condena, al tener que separarse de ellas, para que sobrevivan. La Joi de K, por el contrario, representa esa alegría que todos necesitamos, determinada e incondicional, que aconseja y acompaña, que nos exige y demanda, dependiente, dispuesta a salvarnos siempre y a sacrificar mucho o sacrificarse, si es necesario. Es la inteligencia artificial que ha aprendido a amar. Sin rendirse, da la lucha y sin remedio fenece cruelmente.

En la actualidad, algunos prometen que la nueva tecnología conseguirá limpiar nuestro planeta a tiempo. Nos prometen lo que existe parcialmente, ya que los proyectos de limpieza del planeta siguen siendo proyectos piloto o pequeños proyectos aislados a escala local. Nos lo venden como panacea terrenal y encima quieren que lo financiemos todo.

¿Es acaso que hemos convertido la mugre en un negocio? ¿O es que nuestro negocio ahora es precisamente la mugre?

Pareciera que algunos simplemente esperan a que la labor de limpieza alcance un nivel de necesidad tan grande, y se acompañe de un nivel de tensión social suficiente, que el precio que tendremos que pagar todos por ella, simplemente crezca tanto, como para que la rentabilidad de hacerlo supere a la rentabilidad de seguir ensuciando.

Los dueños de esa tecnología «salvadora de la Tierra» nos obligarán a comprarla, antes de que el tiempo demuestre su fracaso. Tiempo que escasea. Los árboles son ya la mejor tecnología. Debemos detener las excusas. La urgencia es inminente, seguimos intentando construir una respuesta contundente. ¿Está en venta nuestra supervivencia?

La franquicia de Blade Runner nos advierte una y una segunda vez que el ritmo de cambio que tenemos, el discurso político que lo sustenta y los limitados avances, son insuficientes.