Un infausto día de fines de mayo de 2005 acudí al funeral del egregio científico Gil Chaverri Rodríguez, exprofesor mío de química, colega de mi hermano Niko, así como padre de amigos muy queridos, como Adelaida, Gabriela, Diego, Julián, Aurora, Irene y Paulina Chaverri Polini, algunos de ellos hoy ausentes, tristemente. Por diversas circunstancias, nunca había estado en un acto fúnebre en el que el ataúd estuviera cubierto con la bandera de mi alma mater, la Universidad de Costa Rica (UCR). Eso fue realmente estremecedor pues, en el simbolismo del féretro así ataviado de alguna manera sentí que, con la partida de don Gil, casi llegaba a su fin una estirpe de académicos de muy alto nivel, selectiva y sabiamente elegidos por el rector Rodrigo Facio y sus colaboradores, para asentar sobre sólidos cimientos académicos y culturales esa casa de estudios superiores, a partir de la célebre Reforma de 1957.

Tiempo después, en una fecha que no preciso, le comenté esta percepción al Dr. Alfonso Mata Jiménez, exprofesor de química, colega de afanes conservacionistas y querido amigo, en lo cual coincidió conmigo. Pero, además, ofreció enviarme una fotografía que me anticipó que me gustaría mucho, lo cual hizo con prontitud. En efecto, me encantó y conmovió dicha foto, pues en ella estaban casi todos los pioneros académicos de dicha reforma. Desde entonces la conservé en mi computadora, como un preciado obsequio de quien, como el recordado Alfonso, también fue un académico de muy altos quilates, así como un intelectual brillante y de muy vasta cultura, además de políglota y pianista, como don Gil.

Al observar una y otra vez dicha imagen, evoqué la insistencia con la que, casi hasta el cansancio, en el curso Filosofía de la Cultura —una materia electiva, con muy baja matrícula, por cierto— el Dr. Luis Barahona Jiménez nos insistía en que la concepción de la universidad napoleónica, centrada de manera exclusiva en la formación de profesionales, había sido superada por la noción del humanismo. Es decir, por supuesto que formar profesionales útiles para impulsar el desarrollo de la sociedad —abogados, médicos, farmacéuticos, agrimensores y agrónomos, en los albores de nuestra educación superior—, pero con un mínimo de cultura universal y con la capacidad para pensar por cuenta propia, así como para interpretar el mundo circundante con una visión más comprensiva, que sobrepasara el ámbito de sus especialidades.

Para lograr esto, cuando en 1970 ingresé a la UCR, en los llamados Estudios Generales o Humanidades se tomaba una tríada medular de materias (Historia de la Cultura, Fundamentos de Filosofía y Castellano), complementada con varios de los llamados repertorios, a escoger entre disciplinas como la sociología, la antropología, la biología, el arte y la cinematografía, según la carrera elegida. En otras palabras, se trataba de evitar la formación de los bárbaros de la especialización de que hablaba el gran pensador español José Ortega y Gasset, tan comunes desde siempre, y sobre todo hoy.

En efecto, en la actualidad, cuando en una sociedad centrada en la tecnocracia de manera excesiva se califica a esas asignaturas como «una pérdida de tiempo», hay que repetir cuantas veces sea necesario la interrogante «¿Para qué tractores sin violines?». Este es un feliz y oportuno aserto con el que don Pepe Figueres, a pesar de no ser académico, sino empresario y político, sintetizó con meridiana claridad la necesaria y hasta urgente conjunción que debe haber entre las demandas del sector productivo y el cultivo de las letras y las bellas artes, que tanto enriquecen el espíritu. Por cierto, en una entrevista para nuestro libro Los viejos y los árboles, después de fungir tres veces como presidente de la República, de su condición de político nos indicó que era «lo que menos soy. Soy un hombre de estudio y de pensamiento, dedicado a una amplia gama de cosas».

Ahora bien, para retornar a la fotografía que justifica este artículo, en febrero de 2014 volví a buscarla, a raíz de una conferencia sobre el Dr. Antonio Balli —biólogo y filósofo—, que el Dr. Alfio Piva Mesén me solicitó que diera en la Casa Italia. Al contemplarla de nuevo, y ya con mayor detenimiento e interés, no me resultó difícil identificar a algunos de los 17 profesores ahí retratados, pero no tenía idea de quiénes eran los demás. Fue por ello que, por vía electrónica, recurrí al Dr. Claudio Gutiérrez Carranza, filósofo y figura importante de la Reforma, así como rector posteriormente. Con la gentileza que lo caracteriza, don Claudio se tomó el tiempo para identificar a casi todos los miembros de ese elenco, del cual, con 90 años de edad hoy, es el único sobreviviente.

Hecho esto, dejé la foto en reposo, hasta que el biólogo Rafael Lucas Rodríguez Sevilla me solicitó que revisara el borrador del libro Rafael Lucas Rodríguez Caballero: botánico, artista y humanista, a lo cual accedí con inmenso gusto. Al hacerlo, con alegría me topé con dicha imagen —en la que está su padre—, y le indiqué que, para acrecentar su valor histórico, era importante consignar los nombres, la especialidad académica y la nacionalidad de todos los profesores en ella presentes, por lo que le entregué la información que don Claudio me había aportado. Le sugerí que le consultara a su madre acerca de los que faltaban, así como de sus nombres completos, pues doña Hortensia Sevilla trabajó toda su vida en la UCR. Así lo hizo y, al final, la página 119 quedó engalanada por una imagen espléndida, acompañada por dicha información.

Sin embargo, la doy a conocer ahora y por esta vía, debido a lo que esta foto evoca, así como por lo que significa en el plano personal, aunque mi carrera como docente e investigador en entomología aplicada a los campos agrícola y forestal la desarrollé en la Universidad Nacional (UNA) y en el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE). Asimismo, aún con el encomiable esfuerzo de doña Hortensia, quedaron unos pocos nombres sin su segundo apellido, por lo que me propuse completarlos, gracias sobre todo a que ahora, en una minuciosa y meritoria labor del Archivo Universitario Rafael Obregón Loría (AUROL), están disponibles en internet las actas del Consejo Universitario. Cabe acotar que, a pesar de lo aburrido y monótono que es leer actas de sesiones de cualquier entidad —casi tanto como leer instrucciones de aparatos—, al hacer esto me entretuve al conocer los avatares que hubo en la contratación de algunos de los docentes extranjeros, al punto de alcanzar tintes casi de novela en ciertos casos.

Así que, ya completada la información, esta es la nómina de los notables académicos que impulsaron la Reforma del 57, quienes posan frente al entonces recién construido y muy simbólico edificio de la Escuela de Estudios Generales: Roberto Saumells Panadés (filósofo y matemático, España), Rafael Obregón Loría (historiador), Carlos Monge Alfaro (historiador, Secretario General), Claudio Gutiérrez Carranza (filósofo, Oficial Mayor), Salvador Aguado Andreut (filólogo, España), Julio Heise González (historiador, Chile), Enrique Macaya Lahmann (abogado y filólogo), Carlos Alberto Caamaño Reyes (filólogo), Archie Fairly Carr Jr. (zoólogo, EE.UU.), Rodrigo Facio Brenes (economista, Rector), Rafael Lucas Rodríguez Caballero (botánico), Guillermo Chaverri Benavides (químico), Constantino Láscaris Comneno (filósofo, España), Rodolfo José Pinto Echeverría (profesor de latín), Gustavo Santoro Pirrongelli (sociólogo, Italia), José Joaquín Trejos Fernández (economista y matemático) y Antonio Balli Pranzini (zoólogo, Italia).

Cabe aclarar que en este retrato hay grandes ausentes, que quizás ese día no pudieron acudir a la cita, como el abogado y literato don Abelardo Bonilla Baldares, el filósofo español Teodoro Olarte Sáez del Castillo, el sociólogo alemán Ernesto J. Wender, el matemático y físico Bernardo Alfaro Sagot, el antropólogo y etnógrafo Jorge A. Lines Canalías, y muy posiblemente otros más, cuyos nombres ignoro; el propio don Gil Chaverri no aparece, pues por entonces laboraba en otra dependencia universitaria. Eso sí, nótese el predominio de filósofos e historiadores, dada la naturaleza y la esencia de la Reforma del 57. Por cierto, don José Joaquín fue presidente de la República entre 1966 y 1970, y don Abelardo fungió como vicepresidente entre 1958 y 1962. Como una curiosidad, desde el punto de vista de las ciencias exactas y naturales —con las que tengo más afinidad, por mi formación—, llama la atención que en la foto hubiera tres biólogos, dos matemáticos, apenas un químico y ningún físico, aunque don Bernardo fungía como matemático y físico, según consta en una de las actas revisadas.

De los biólogos que aparecen en la foto, tuve la fortuna de disfrutar de las enseñanzas y la amistad de don Rafael Lucas y don Antonio Balli, mas no de don Archie, quien era un prestigioso profesor de la Universidad de Florida, pero tenía relación con nuestro país por su dedicación al estudio y conservación de las tortugas marinas; en 1955 había fundado la Caribbean Conservation Corporation, para la protección de dichas especies. En cuanto a los demás profesores, pude conocer, y en algunos casos estrechar la mano —sobre todo en actividades en las que participé como representante estudiantil o como presidente de la Asociación de Estudiantes de Biología—, a don Carlos, don Claudio, don Rafael, don Abelardo, don Constantino, don Teodoro, don Jorge, don Bernardo y don Guillermo.

Para concluir, estoy seguro de que para los lectores que no conocían esta foto, algunas de estas personalidades evocarán en cada uno vivencias o anécdotas particulares. Pero, más allá de estas percepciones, ya sean coincidentes o divergentes, lo cierto es que dicha imagen infunde un profundo respeto, pues estos auténticos mentores encarnaron a cabalidad la esencia del ser universitario y del humanismo, en una época fundacional y determinante que, de una u otra manera, marcó nuestras vidas para siempre. Y eso nunca lo dejaremos de agradecer.