Los primeros españoles que llegaron a América quedaron impresionados con el rumor de aves que gimoteaban cuatrocientos sonidos distintos, lagartos que emitían besuqueos melódicos y gente desnuda que los salía a recibir en medio de originales colores que invadían el cielo y la tierra. Cristóbal Colón desembarcó con una carta de los reyes de España dirigida al emperador de China y descubrió el continente por error geográfico.

Pero lo que más les llamó la atención fue la pureza de la gente que llevaba aretes, collares y pulseras de oro y que — gustosos — los permutaban por un espejo, un peine o un latón.

Estas piezas decorativas y la amabilidad de los habitantes, cambiaron el curso de la historia. Los navegantes recién llegados contaban con un extenso prontuario criminal y vieron la oportunidad de salir de su miserable condición, incluso optar por un título nobiliario con el oro que tenían frente a sus ojos. A su regreso, en la Corona española no se hablaba de otra cosa que no fuera del oro encontrado en las nuevas tierras y de los salvajes ingenuos que se paseaban desnudos intercambiando chucherías por metales preciosos. También encontraron, junto a los tesoros, una forma diferente de ver la vida y el más allá.

Sacrificios humanos

Los sacrificios humanos en el contexto histórico mesoamericano eran una práctica tradicional y su objetivo era mantener el equilibrio del universo con lluvias y cosechas. Los aztecas vivían en el Quinto Sol o Sol de Movimiento y si el Astro Rey no se nutría, no tendría fuerza para mantenerse vivo y sobrevendría el caos. La sangre era su energía vital.

Tenían un fin bien preciso y utilizaban principalmente a los prisioneros de guerra en ocasiones especiales. Hernán Cortés quedó impactado con los sacrificios, sobre todo cuando le reportó al rey Carlos V que

... con unos navajones de pedernal les aserraban los pechos y les sacaban los corazones bullendo1 y se los ofrecían a los ídolos que allí presentes tenían.

Esto sucedió cuando Hernán Cortés escapaba con sus tropas de Tenochtitlán (hoy Ciudad de México) tras su derrota a manos del ejército mexica en el año 1520.

Desde la orilla del frente del lago de Texcoco, observó el sacrificio ritual de los españoles que no lograron escapar de la retirada. En el sacrificio había varios sacerdotes y un soldado, despojados de sus ropajes, vestidos con maxtlatl (un taparrabos parecido a los luchadores sumo en Japón) y con sus cuerpos pintados para la ofrenda. Cortés se sentó bajo un árbol a llorar, sin darse cuenta de que en ese mismo período la Inquisición en Europa condenaba a la hoguera a miles de mujeres por la simple sospecha de brujería o infidelidad.

Se comenta que Cortés fue recibido amablemente por los nativos en Yucatán, le ofrecieron regalos y organizaron fiestas para él y su tropa. También le hacen entrega de 20 mujeres para su uso personal entre las cuales venía Malinche, mujer nahuatl (estado de Veracruz) que se convirtió en intérprete, consejera y amante del conquistador, dando a luz a Martín, uno de los primeros mestizos de la colonia. Los españoles, agradecidos, subyugan militarmente a los mayas y prosiguen su ocupación militar.

Desde Yucatán, continuaron hacia Veracruz y llegaron al Imperio azteca, donde fueron recibidos por Moctezuma, gobernador único de los territorios aztecas, quien envió embajadores con ricos presentes a las playas de Chalchihuecan, en el actual estado de Veracruz, con el fin de evitar que se acercaran demasiado. Pero los regalos, cargados de oro, solo excitaron la codicia de los invasores.

Uno de los regalos fue el conocido Penacho de Moctezuma, el cual se encuentra en un museo de Viena, en Austria. En gratitud por tales gestos y resumiendo la historia, Hernán Cortés mandó a asesinar a Moctezuma y utilizó el moderno método de culpar a los guardianes por el crimen. Cuitláhuac le sucedió en el trono , pero murió rápidamente a causa de la viruela, introducida al nuevo mundo por los ibéricos. El posterior emperazor,Cuauhtémoc, fue tomado prisionero y obligado a entregar los tesoros. Esto significó la caída de Tenochtitlán en manos de los españoles y el inicio del periodo conocido como la colonia, que duró tres siglos, desde 1521 hasta 1821. Sin embargo, durante todo este período, los colonizadores nunca dejaron de intimidarse ante los conceptos sobre la vida y la muerte que tenían los nativos del continente.

Culto a la muerte

En las civilizaciones antiguas como China y Egipto, el culto a la muerte es un símbolo de unidad familiar y se les rendían homenajes en templos y pirámides. En China, durante los aniversarios funerarios, quemaban incienso, se encendían velas y colocaban alimentos sobre un altar como ofrendas para recordar las deudas que se tenían con los antepasados.

Los egipcios concebían que la persona tenía dos espíritus. Al morir, uno de ellos iba al más allá y el otro quedaba deambulando en el espacio y tenía la necesidad de comer. Este último vivía en el cuerpo embalsamado y recibía las ofrendas para seguir existiendo.

El Popol Vuh o libro sagrado de los mayas, describe el descenso al Inframundo como un camino de pruebas a sortear, indica Romero Sandoval. Para llegar ahí, es necesario bajar por unas escaleras muy inclinadas, atravesar ríos rápidos, de sangre y de agua, y pasar por unos jícaros espinosos. Bajar al inframundo — cuya connotación difiere de la que usualmente le damos—significa adquirir conocimiento porque este es un lugar fértil.

Los sacerdotes y chamanes llegaban al inframundo a través de los ríos, los ojos de agua, los cenotes, cuevas rocosas, cavernas y volcanes.

El Dios de la Muerte, Xibalbá, tiene cualidades vitales a pesar de ser un esqueleto, tiene ojos y puede ver el mundo que habita. En contraste con la concepción cristiana, para los mayas, lo sagrado se encuentra donde surge la vida, en lo profundo de la tierra y no en el cielo.

El desprecio, el espanto y sufrimiento que sienten los mexicanos hacia la muerte se encadenan al culto que le profesan y, de esta manera, la transforman en algo trivial, hasta burlesco. La muerte puede ser un escarmiento a la vida que libera las vanidades con que vivimos y los convierte finalmente a todos por igual en un montón de huesos. En una tumba del cementerio de Guadalajara se encuentra el siguiente epitafio:

A mi marido, fallecido después de un año de matrimonio. Su esposa con profundo agradecimiento.

No todas las fechas son iguales

Las celebraciones tienen fechas diferentes según su significado.

El 29 de octubre se conmemora a aquellos que murieron asesinados o en un accidente.

El día 30 se recuerda a los niños del limbo, que murieron sin el bautizo, y se agregan al altar dulces, juguetes y algunas pertenencias de los difuntos.

El 31 de octubre se celebra a todos los niños, y se colocan flores blancas, pan, atole, tamales de dulce, frutas, vasos con agua para mitigar su sed y un plato con sal. Cada vela que se enciende representa a un niño muerto, posteriormente se enciende el sahumerio con copal e incienso, elementos que simbolizan el aire y la tierra.

El 1 de noviembre se conmemora a los fieles difuntos mayores para quienes se agregan los cigarros, el aguardiente, tamales de chile, mole, vasos con agua, entre otros, se enciende el sahumerio con copal e incienso, y además se lleva a cabo la tradicional «Cantada».

El 2 de noviembre se lleva a cabo la visita al cementerio; es por ello que los pobladores llevan sus coronas, flores y velas para contentar a los difuntos. Se cree que sus almas regresan a casa para convivir con los familiares vivos y degustan la esencia del alimento que se les ofrece en los altares.

La muerte, como encuentro con lo desconocido y misterioso, ha tenido diferentes expresiones en las diversas culturas, tanto a través de la literatura como de la música o las obras arquitectónicas.

Mientras las civilizaciones occidentales vinculan a la muerte con el tabú y el miedo, producto de la tristeza y la incertidumbre, los mexicanos han logrado proporcionarle una mirada muy particular, solemne y festiva, que les permite resignificarla.

Nota

1 The conquest of México, de William Hickling, 1796-1859.