Estamos solas; no importa lo que ellos te digan, nosotras, las mujeres, siempre estamos solas.

(Roma)

Ella se viste y se desviste. Oculta sus ojos tras el lápiz de color de turno, elige la sombra para adornar sus párpados y se aplica rizador de pestañas, si no, las lleva postizas, todo para retirarlo luego y no reconocer la imagen que le devuelve el espejo. En la noche, luego de haber dispuesto el orden en la casa, sea sola o acompañada, toma una ducha, humecta su piel, cuelga su cuerpo dentro de la bata de dormir y espera que esas horas de sueño duren más que la luna anterior. Quizá tenga cosas que contar, asuntos de su día, pero ya es tarde. Toca hacer silencio.

Ella está cansada, aunque parece estar lista. Luce perfecta. Y espera ser suficiente. Constantemente le dijeron que debe ser suficiente. Sus ropas prolijas y bien combinadas la sugieren exitosa, o al menos adecuada y debidamente incorporada. Ella está en el mercado. Es elegible, luce estable y, repito, adecuada. Palabra que le pesa, pero no hay maquillaje para esconder lo que significa. Además, el reverso de este adjetivo va por dentro, y lo de adentro poco se nota.

Ella está cansada de estar al frente; cansada de estar dispuesta; de hacerse cargo. Cansada de la conciliación a base de resignación, de transigencia, de autonegación. Cansada de empujarse a sí misma hacia una esfera donde no es completa ni feliz. Sabe dar consuelo, contención, alimento, calma, incluso es muro imaginario donde recibir gritos y lamentaciones. Pero, ¿quién la consuela? ¿Quién la contiene y la alimenta? ¿Quién la calma? ¿A dónde va cuando necesita gritar y lamentarse? De todo eso está cansada. Y está cansada de resistir a su cansancio solo porque está convencida de que debe dar más, entregar más, ceder más y permitir más. Está cansada del deber.

Ella se cansa y no siempre lo sabe. Por eso enferma, pero no lo sabe. No duerme del todo bien, pero se las arregla para encontrar energía en la mañana. Ella está comiendo mucho, ella está comiendo poco. Ella está comiendo mal. Ha perdido peso. Ha ganado peso. «Son las dietas», dice. Pero es el cansancio de no saberse, de no escucharse, de dejarse para un luego que no acaba de llegar. Su enfermedad es ella siendo para otros, más no para sí misma, oculta tras los escombros de su propio proyecto persona postergado, gritando, arañando las paredes internas de la piel, queriendo ser escuchada a pesar de guardar silencio.

Ella está aburrida de su anhedonia, pero no se entera, como si no importara. Está tan habituada a pretender entusiasmo que ha terminado creyendo que de eso se trata la vida. Apenas se entera que ignita, ¡porque lo hace!, pero ignora que es fuego. Y por eso enferma, por eso el insomnio, por eso la ira repentina, la gastritis, el dolor. Por eso también el desgano. La displicencia. Ella está aburrida de esa euforia cansina que la deja cada vez más paliada.

Ella está cansada de tocarse como si fuera un pecado, o peor, de no tocarse, de no saber cómo siente y dónde, ni qué tanto. Y mucho más, está cansada de que la toquen como si fuera una puerta, como si fuera una pared contra la que hay que estrellarse una y otra vez, hasta que los apetitos calmen y pretendan saciedad, una tan falsa, que se da por hecho solo porque se ignora de qué se trata en verdad la plenitud. Se ha cansado de los juicios y las censuras. De que siempre sea su culpa.

Ella está cansada de ese feminismo que solo busca la contra al machismo, y del machismo que la ningunea, la pisa y la trata como objeto. Está cansada del lado oscuro de la liberación femenina, una liberación que ha vestido de tacón y puesto cadenas perfumadas a muchas mujeres. Está cansada de la colada, de los trastes de la cena, del trabajo, de la arruga en la falda. Está cansada de que sus pares actúen entre sí como enemigas.

Ella está cansada de no encontrarse. De estar extraviada. De sentir su anatomía como territorio ajeno, de ejercer una soberanía conveniente. De advertir su propio rostro en la imagen de la mujer asesinada, según la noticia del día. Está cansada de las estadísticas que la traducen a resumen anual, de las Leyes que la desnudan y la exponen. Está harta de forjar camino rompiendo brazos y quebrando piel.

La misma piel que esconde bajo el maquillaje y las ropas, que la hacen lucir perfecta y adecuada mientras el día transcurre. Hasta que vuelve a ser la noche, y toma otro baño rápido y vuelve a esconder su cansancio en la pijama. Quizá tiene algo más que quisiera contar. Pero nuevamente la mutis hace acuerdos con su realidad. Ella duerme y hace silencio. Mañana es otro día.