Con gran tristeza y pasmoso asombro el mundo entero observó como millares de incendios. Literal y drásticamente mermaron la capacidad de respirar y de producir oxígeno de la Tierra. Causándole un serio «cáncer pulmonar» al principal pulmón de nuestro planeta. Me refiero a esa extensa región de selva tropical alrededor de la cuenca del río Amazonas conocido como la Amazonia o Amazonía.

Pero lo más triste e indignante de todo es que dichos incendios han sido provocados por la mano del hombre con una mala intención, con un claro propósito. La intención ha sido la codicia humana, que ha preferido que el planeta deje de respirar, con tal de lograr su mezquino propósito: obtener enormes ganancias con el posterior uso y reutilización de los terrenos devastados por el fuego.

Todo por satisfacer una ambición momentánea de riqueza personal y poder económico. Sin importar nada más, sin importar lo demás. Incluyendo el futuro inmediato de los propios hijos y nietos. O el propio futuro, si hablamos del mediano y largo plazo de vida.

Ignorando, evadiendo y negando lo que, el día a día los medios, los noticiarios y la propia realidad les puso frente a sus propios ojos. Que la Amazonía se incendiaba. Que la selva tropical se convertía en infierno tropical. Que no había forma humana de detener ese infierno.

Pero lo más triste e indignante de todo es que, todo se hizo con la complicidad y el consentimiento de la máxima autoridad del país que se supone que debía velar por la conservación y la preservación de ese preciado recurso natural de la biósfera y de la humanidad. Por ser su máximo representante en extensión y participación.

Por supuesto me refiero al presidente del Brasil, Jair Bolsonaro. Quien no solo es cómplice de la mayor catástrofe ambiental que ha azotado al planeta en este siglo y milenio. Sino que, además, es su artífice y constructor.

Por sus políticas económicas neoliberales en favor de los terratenientes, los ganaderos, los madereros y las empresas y empresarios relacionados con estas actividades a nivel industrial.

Pero lo peor de todo es que, encima, tiene el cinismo y el descaro de culpar a las ONG y a los grupos ambientalistas que la advirtieron de lo que estaba pasando y de lo que podía suceder (como efectivamente sucedió). De ser los culpables de lo que él causó y ocasionó.

Sólo por tratar de detenerlo en sus ambiciones políticas y económicas. Y denunciarlo ante la comunidad internacional.

Cuando está clara e irrefutablemente demostrado y constatado, tanto por las políticas agrocomerciales que él mismo firmó, como por sus propias palabras al momento de firmarlas y respaldarlas, con irrestricto y abierto favoritismo hacia quienes iban a llevarlas a cabo, que él no sólo estaba a favor, sino que, además, las promovía.

Y de esa forma fue que, malintencionada y deliberadamente, se botaron y talaron cientos de miles de árboles, se deforestando miles de kilómetros cuadrados de Selva Amazónica Virgen y luego se quemaron deliberadamente, intencionalmente.

¡Sólo para convertirlos en pastizales de animales de ganadería y zonas de cultivo!

Convirtiendo lo que antes fuera un paraíso de biodiversidad y fuente abundante de producción y generación de oxígeno hacia la atmósfera y captura de CO2 de la atmósfera.

En todo lo contrario, en una sabana desértica que contribuye al calentamiento global por efecto del incremento de los gases de invernadero.

Y con eso no solo me refiero a los de los millones de toneladas de CO2 se lanzaron a la atmósfera producto los incendios. También a los millones de toneladas de CO2 que se lanzarán en el futuro producto de la respiración del ganado y de su metabolismo que además produce metano (CH4) y otros gases de efecto de invernadero.

Eso sin mencionar el acentuado e irrecuperable declive en la taza de captura y secuestro de dióxido de carbono (CO2) por parte de los árboles y la selva que ya no existe. Así como por parte del suelo que ya no podrá absorberlo e integrarlo como nutrientes. Ya que, esa función, obviamente, la cumplían los árboles que, vuelvo a repetir, ya no existen.

Y ya no podrán recuperarse como lo hacían naturalmente antes. Ya que el equilibrio biológico del ecosistema, se perdió. Y recuperarlo tardará cientos de años.

Pero eso no es todo, quien conozca un poco de biología, historia y geología sabrá que la desertificación es proceso largo que inicia precisamente como un fenómeno de «sabanización». Es decir, con el paso de lo que antes era selva virgen y/o tropical a ser sabana (de ahí el nombre). Que con el paso del tiempo y el inevitable cambio climático que acarrean, pasan de ser sabanas a ser desiertos. Contribuyendo al Calentamiento Global.

Y si no lo cree, pregúntese, ¿qué era lo que hoy día es el desierto del Sahara hace unos cuantos miles de años? Hay muchos documentales respecto a eso. Busque uno bueno.

Así las cosas, lo que ocurrió en Amazonia no es cosa que solo le interese a Jair Bolsonaro. ¡Es cosa de todo el mundo!

Y como corolario y conclusión, ¿no deberíamos estar exigiendo a nuestros líderes políticos mundiales, acciones concretas contra Jair Bolsonaro? En vez de estar contemplando cómo la Amazonia se convierte lenta e inexorablemente en un Sahara suramericano de no actuar y corregir el asunto ahora.