La paz impuesta por el vencedor al vencido no puede ser una paz justa. Y sin justicia, no puede haber paz. La paz injusta y armada impuesta a Palestina, bien podría marcar el principio del fin: no solo de una influencia regional, sino del breve imperio global de los Estados Unidos de América. Es decir, el fin de una hegemonía y de una época (enmarcada por los siglos XX y XXI).

Estaríamos ante el fin de una determinada formación política global (el estado burgués democrático) y el fin de una era tecnológica: “La ciencia no puede dar razón de sí misma, no piensa ni actúa” (Heidegger).

Los Estados, estos Estados al servicio de las empresas —en presión paradigmática de la organización social y corporativa, vertical y antidemocrática (Chomsky)— serían, en efecto, la manifestación más acabada del imperialismo como la última fase del capitalismo (Lenin).

A una superconcentración del poder económico, al capitalismo financiero, corresponde una súper concentración del poder tecnológico, el saber convertido en empresa.

La investigación científica de punta y sus inmediatas aplicaciones, que de hecho la retroalimentan y la condicionan, representan cada vez menos el resultado de la inventiva individual de físicos, sociólogos, químicos, antropólogos o biólogos, y son más bien la tarea combinada e interdisciplinaria de sistemas complejos cuyas células y tejidos, ya sean universidades o corporaciones, públicas y privadas, funcionan como empresas: según los requerimientos del mercado, por su capacidad de autofinanciación, de competitividad y de producción de dividendos.

Y esa investigación de punta, como sabemos, empresarial e interdisciplinaria, se da sobre todo en los campos de la informática y de la robótica, muy directa y estrechamente relacionadas con los desarrollos de la industria militar.

Las armas atómicas, químicas y biológicas (armas todas ellas de destrucción masiva), así como las plataformas y los vehículos de lanzamiento, absorben enormes cantidades de recursos que van a dar a los “cañones”, no a la “mantequilla”, y que por tanto, al no ser utilizados y destruidos, van a quedar fuera y a convertirse en muy pesados y poderosos lastres de los circuitos económicos. Gastar tanto en armas para no usarlas parece, a todas luces, un despropósito económico, una especie de enorme inversión a fondo perdido.

Pero como bien pudimos ver durante la Guerra contra Hussein en Irak, una buena parte de los “fierros viejos” (es decir, el armamento obsoleto) tuvo que ser tirada, destruida y abandonada en el desierto. La industria militar, como se sabe, absorbe enormes sumas de presupuestos que obligan a las “potencias” a mantener las más costosas tecnologías de punta. Y esa competencia belicista pareciera ineludible. El ejemplo más reciente es la instalación de una base militar de China en el lado obscuro de la Luna. Por su parte, los Estados Unidos parecen llevar la delantera en ocupar nuevos espacios en Marte.

Volviendo la mirada a nuestro planeta, si lo que los Estados Unidos de América quieren es la rendición y el desarme de Hamas en Palestina, apenas uno de los eslabones del “eje del mal”, por qué no seguirse con Corea del Norte, Irán, Libia, Cuba. Y ya encarrerados en este magnífico proyecto, ¿por qué no continuar con todos los otros productores o poseedores de armas de destrucción masiva, sobre todo de armas nucleares, siempre y cuando se trate de antiguos, nuevos o potenciales enemigos? No por ahora Alemania, pero sí desde luego Pakistán, India, China, y por qué no también Rusia.

¿Estaríamos en los umbrales, una vez más, de una nueva era de la contención, de la disuasión, del equilibrio del terror atómico? De hecho, se mantienen negociaciones sobre limitación de armas nucleares estratégicas, sin que ello constituya una alta prioridad en asuntos internacionales.

Las dinámicas desatadas por las políticas belicistas y de hegemonismo beligerante de Trump apuntan, sin lugar a dudas, en un sentido supremacista. Son esas, y no otras, las políticas declaradas y en proceso de ejecución. A los EUA no les interesa ni les preocupa pasar de la ilegitimidad a la franca ilegalidad. Al margen, o ya directamente en contra de la normatividad internacional y los mecanismos multilaterales del sistema de Naciones Unidas, en lo político y en lo jurídico, lo que en verdad les importa es mantener el control de los instrumentos económicos, financieros y comerciales. Y por supuesto, su capacidad y credibilidad como superpotencia militar.

¿Nada puede ni tiene por qué detenerlos? Son la incontestable potencia suprema. Por ello, aliados a Israel, además de hacer prevalecer en Gaza su dominio técnico y bélico, están sentando las bases para legitimar un lento y progresivo genocidio. Para prevalecer —lo dicen y actúan— tenemos derecho a matar, a eliminar mediante la guerra, es decir, masiva y selectivamente a nuestros enemigos. Claro, de paso, salvamos a la civilización, a la democracia, a la verdad y a la libertad de los escogidos por Dios para salvar al mundo. “El resto de la historia”, ha dicho Trump, “la escribiremos nosotros”. Y todos los “otros nosotros”.