El mundo está cambiando y cambia rápidamente. Una de las tantas consecuencias es la pérdida de referencias en la vida. Ya no existen las grandes ideologías y a nivel de valores éticos muchos están confundidos y no saben distinguir entre el bien y el mal. Políticamente todo fluye y los candidatos que han obtenido un gran consenso electoral velozmente se apagan en el anonimato absoluto y no estamos preparados para orientarnos en una situación liquida que tiene, para muchos, sabor a caos.

En este contexto hace bien recordar algunos personajes ya idos. Entre ellos, tengo presente uno, tan particular como desconocido: Franco Arcalli, llamado «Kim» por sus compañeros durante la resistencia. Nació en Roma antes de la Segunda Guerra, su padre fue asesinado por los fascistas y con su tío se fue a vivir a Venecia. A los 12 años, durante la ocupación, participó activamente en la resistencia y a la edad de 14 años era un héroe partisano. Kim fue uno de los cuatro miembros de la resistencia que en los últimos meses de la ocupación, en el teatro Goldoni de Venecia, donde estaban presentes todos los altos cargos fascistas y nazis, bajó con una cuerda desde el techo para leer una proclamación antifascista, invitando a todos los presentes a oponerse activamente a la ocupación. Por este gesto le dieron una medalla de honor. Kim, después de la guerra y lejos de sus compañeros combatientes, con los cuales rompió por discrepancias ideológicas, se dedicó al cine, siendo responsable de montaje, libretista y editor.

Kim trabajaba con pasión y técnica. Tenía una relación con la cinta cinematográfica, que rápidamente lo convirtió en uno de los mejores. Trabajó con todos los grande nombres de la época de oro del cine italiano, montó películas que hicieron la historia del cine, como Novecento, El Portero de la Noche y el Último Tango en París. Posiblemente, muchos de vosotros no hayáis jamás oído hablar de él, pero Arcalli fue el brazo derecho de Antonioni, Bertolucci, entre muchos otros. Trabajó también come actor en un filme de Visconti y en una de las primeras películas de Tinto Brass. Kim murió a la temprana edad de 48, en 1978, cuando estaba trabajando con Sergio Leone en el film Once Upon a Time in America y con Bertolucci en la película La Luna.

Su estilo de trabajo era característico, cortaba metros de película como un sastre su tela, observaba cada uno de los fotogramas y cortaba las escenas violentamente, dejando al público expectante, aumentando la tensión de la secuencia. Conocía cada imagen, cada toma detalladamente y las organizaba a su manera, dando fuerza emocional al mensaje y atrapando al espectador en la secuencia. Kim casi no conocía el miedo, vivía intensamente y afrontaba con corajes los problemas. Una de las anécdotas que se cuentan, es que una vez, durante la guerra, pasó toda una noche de invierno en las frías aguas de la laguna de Venecia, ocultándose de los invasores.

Antes de morir y sabiéndolo, trabajó sin parar para terminar sus proyectos y entre las tantas cosas que podemos aprender de él está la pasión, la capacidad de vivir intensamente, de hacer suyas las técnicas y dedicarse por completo a su arte, a las ideas y colaboración. Escuchando entrevistas hechas a directores de cine que trabajaron con él, a menudo sentimos las mismas palabras, que lo describen como persona: amigo dedicado, persona de integridad fuerte y su incansable pasión y curiosidad para aprender y dominar nuevas técnicas de comunicación visual y narración. Recientemente me he informado de un grupo dirigido por Anna Reiter y Christian Caiumi que está trabajando en un documental sobre Franco «Kim» Arcalli y una de sus motivaciones es volver a darle vida hoy, un tiempo sin historia, sin grandes proyectos ni pasión para explicar a muchos en qué consiste la vida.