Stanley Kubrick es uno de los directores que más disfruto ver, y Pink Floyd es mi banda favorita. Por eso, la idea de que podrían haber tenido algún tipo de colaboración siempre me ha resultado fascinante — y no soy el único. Existe mucho mito alrededor de la posible relación entre el director estadounidense y la banda inglesa.
La historia empieza con un rumor que une a Pink Floyd con la legendaria película de ciencia ficción 2001: Odisea del espacio. Algunas versiones aseguran que Kubrick contactó a la banda para que hiciera el soundtrack; otras, que fueron ellos los que se ofrecieron a componer la música para el film. Lo cierto es que Pink Floyd nunca participó en la banda sonora de 2001, pero es posible que Kubrick los considerara. En 1967, año en que Kubrick estaba inmerso en la producción de su épica espacial, Pink Floyd lanzó su primer disco, The Piper at the Gates of Dawn, que llegó a las listas de los más vendidos en Estados Unidos, aunque no ocupó los primeros puestos. Por lo que no es seguro, pero sí probable que el director lo escuchara. El álbum contenía canciones con una estética experimental y una atmósfera espacial que bien podrían haber llamado su atención.
Por su parte, Nick Mason —baterista del grupo— comentó años después que la banda tenía deseos de componer para la película, porque sentían que ese tipo de cine encajaba con su música. Sin embargo, nunca quedó claro si ellos llegaron a tener algún contacto real con Kubrick. Las declaraciones de Mason alimentaron una especulación que ya tenía tiempo entre los fans. Hay quienes ya aseguraban que la canción “Echoes” del disco Meddle (1971) parece sincronizar a la perfección con ciertas escenas de 2001: Odisea del espacio, estrenada tres años antes. Esto solo sirvió para avivar el rumor: ¿será que “Echoes” estaba pensada para la película y Kubrick la rechazó? Imposible de saber a ciencia cierta. Las teorías que unen a Pink Floyd con el cine abundan. La más conocida dice que su álbum Dark side of the Moon se sincroniza con El mago de Oz (1939) y, en una versión menos popular del rumor, con Alicia en el País de las Maravillas (1951).
Por otro lado, la primera conexión confirmada entre Kubrick y la banda fue unos años después. Durante la producción de La naranja mecánica (1971), Kubrick se contactó directamente con Roger Waters para preguntarle si podía utilizar “Atom Heart Mother”, una suite que abre el disco del mismo nombre, en su nueva película. El inconveniente surgió porque Kubrick quería permiso total para modificar la pieza, cortarla y acomodarla en la película de un modo que ni siquiera podía precisar al momento de hacer la propuesta. Waters se negó rotundamente a otorgar un permiso tan amplio.
Pero Kubrick, que también era meticuloso y obsesivo con su trabajo, se tomó su pequeña revancha. En La naranja mecánica, en la escena en que el protagonista Alex DeLarge visita una disquería, se ve claramente la portada del disco Atom Heart Mother en los estantes. Más abajo, por si fuera poco, aparece también el soundtrack oficial de 2001: Odisea del espacio. Si hubo alguna vez un director que controlaba cada aspecto de la producción y se fijaba exhaustivamente en todo lo que aparecía en plano, era Kubrick. Muchos interpretan esto como un guiño, una especie de mensaje entre artistas: “¿No me dejaron usar su música en mi película? Pues aquí la tienen junto a mi banda sonora”.
Años más tarde, ya en los 90, ocurrió otro contacto confirmado. Roger Waters —ahora como solista— contactó a Kubrick para pedirle usar la voz del supercomputador HAL 9000, del film 2001: Odisea del Espacio, en una de las canciones de su disco Amused to death. Kubrick rechazó el pedido, argumentando que eso podría abrir la puerta a que otros músicos le hicieran propuestas similares. ¿O tal vez todavía guardaba algo de resentimiento por aquel “no” que recibió dos décadas antes? Sea como sea, la historia quedó ahí.
En 2010, el autor Michele Mari publicó Rojo Floyd, una novela que recopila testimonios ficticios de personas reales ligadas de alguna manera a la banda, como sus propios miembros o figuras como David Bowie, Alan Parsons o el mismo Stanley Kubrick. Estas son algunas de las palabras que el libro pone en la boca del director:
(Richard) Strauss no estaba mal, en efecto, para una película de ciencia ficción, pero en 2001: Odisea del Espacio hay muchas otras partes musicales. Sobre todo para el pasaje sonoro del monolito yo había pensado en Pink Floyd, un grupo que se había formado pocos años antes, pero con una extraordinaria madurez. Muchos de sus temas tenían una inspiración de ficción científica explícita ya desde el título, otros tenían por lo menos el poder de evocar la angustia de las profundidades siderales o de poner en clave de neurosis las paradojas espacio-temporales.
Como mencioné, se trata de una obra de ficción. El mismo Mari advierte al inicio de la novela que, si bien los personajes que aparecen son personas reales, el libro debe ser tomado como fantasía. Pero es una muestra más de lo intrigante que es esta historia, con sus mitos y verdades, para quienes disfrutamos tanto de las películas de Kubrick como de la música de Pink Floyd.
Al final, lo que queda es la fascinación por la historia que nunca ocurrió. Se mezcla la incertidumbre, sobre qué es real y qué no, con la curiosidad de cómo podría haber resultado la unión entre dos gigantes del arte. A veces, las mejores historias son las que nunca sucedieron, porque no tienen que encasillarse en los límites de lo tangible y pueden agigantarse en el infinito idealizante de la imaginación.