Existe una relación intrínseca entre el leguaje y la realidad. El lenguaje es el instrumento de descripción y la realidad el objeto de la descripción, dirían algunos. Pero a menudo, reflexionamos sobre el lenguaje mismo para entender y entendernos, haciendo de este un instrumento autorreferencial, donde el objeto es el mismo que el instrumento que usamos para analizarlo y descubrimos que la relación entre ambos es un viaje entre imágenes y símbolos. Más aún, se han creado infinitos métodos de análisis para entender el lenguaje, haciendo de este la realidad en la realidad.

El psicoanálisis, la semiótica, en cierta medida, trasladan el objeto de estudio del mundo circundante al lenguaje y en esto descubrimos una serie de planos como el metalenguaje, es decir un lenguaje sobre el uso del lenguaje y en este, otra vez, su posible interpretación, como un meta-metalenguaje, que nos define y redefine a través de las palabras. La desambiguación o reflexión aclaratoria sobre los significados, es sin lugar a duda una práctica y procedimiento importante. Además, y a buen fin, tenemos que esforzarnos en un uso preciso del lenguaje para descubrirnos en el mundo o, de otro modo, descubrir el mundo en nosotros, como un tejido que desentraña una unidad, somos parte y, con optimismo, vemos y/o imaginamos una parte que conforma nuestro lenguaje en el lenguaje y realidad en la realidad.

El lenguaje, además, es la base de la narrativa y una realidad codificada sobre la realidad misma. Nuestra identidad e historia son narrativas, a menudo en conflicto entre ellas, y así entramos en un laberinto de espejos, donde la realidad que percibimos es un reflejo en el reflejo, que tenemos que disecar con las herramientas de la lengua. Pensar es una de las formas en que usamos el lenguaje o una de sus funciones y ser es una representación simbólica, que depende en gran medida del lenguaje, como toda forma de reflexión y en estos meandros idiosincráticos a menudo nos perdemos.

Algunos postulan que los problemas psíquicos son el resultado de un defecto lingüístico y otros que nuestra capacidad de describir y entender está determinada por el mismo uso que hacemos del lenguaje, insinuando, que una incomprensión no sea más que una aberración terminológica o sintáctica. Para Lacan, psicoterapia era terapia lingüística, tal como para la filosófica analítica, que define el filosofar como una reflexión sobre el uso del lenguaje.

En este universo de ideas que constituyen nuestra percepción de la realidad encontramos una publicación, La séptima función del lenguaje, escrita por Laurent Binet, su primera novela, donde el drama principal es la muerte-asesinato de Roland Barthes, después de un encuentro con Mitterrand, para privarlo de un documento secreto escrito por Roman Jakobson, que definía la séptima función del lenguaje, como un arma potentísima. En este drama policial viajamos por el mundo de la semiótica y el comisario encargado de esclarecer el crimen, Jacques Bayard, toma como asistente y guía a un joven estudioso, Simon Herzog, que usa el lenguaje mismo como la llave de investigación, haciéndonos entrar en un mundo lleno de detalles, humor y paradojas lingüísticas, en busca de un poco de claridad en un ambiente opaco y tenebroso, descubriendo que el lenguaje en sí mismo es el escenario y contexto del crimen. Es decir, el drama se desenvuelve en una realidad interiorizada y siendo así, esta se convierte en la nuestra realidad, la Realidad sentida, reflejada y pensada.