Los últimos meses no han sido nada fáciles para el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. Se extiende la convicción entre los países democráticos occidentales que su detención del poder, a toda costa, más la desastrosa situación interna y violación sistemática de la democracia y libertades fundamentales, no resulta aceptable en la actualidad, y el cerco diplomático se estrecha, tanto para el Gobierno cada vez menos reconocido, como a sus principales cabecillas que lo detentan por la fuerza de las armas y la represión de su pueblo. Una población cansada y consciente de que su situación no mejorará. Todo agravado por una realidad económica catastrófica y las carencias de los servicios básicos, producto de una ineficiencia prolongada por años, que tiene a la ciudadanía sumida en una crisis sin precedentes, para un país rico en recursos energéticos y otras muchas potencialidades, pero sometido a un sistema de hace ya veinte años, que acumula errores permanentes, empecinado en materializar una Revolución del siglo XXI, que lo ha destruido.

Un ejemplo más de algunos países bajo sistemas extremos, que todavía subsisten por decenios, y que resultan sumamente difíciles de ponerle término, lamentablemente vigentes todavía en diversas áreas del mundo. En nuestra Región Latinoamericana, los casos de Cuba o Nicaragua, que lo intenta, y otros que procuran seguir en el poder, no obstante haber fracasado en el tiempo, reteniendo sus mandatos, son evidentes, e intentan prolongarse por sobre el repudio internacional, y el descontento interno de gran parte de la población. Incapaz de decidir un recambio, e impedida de buscar otras alternativas, al no existir ninguna otra posibilidad, la que únicamente permite un verdadero sistema democrático representativo, del que carecen.

Desde el reconocimiento mayoritario del Presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como Presidente Encargado hace pocos meses, el régimen chavista ha redoblado su control interno. Toda marcha opositora es automáticamente replicada por otra gubernamental. Cualquier intento de ayuda externa, aunque sea humanitaria y que sólo busque paliar en parte lo que los venezolanos ya no disponen, es detenida en las fronteras por las armas, bajo acusación de que ocultan una intervención militar, una consigna reiterada ante cualquier gesto de buena voluntad, o ayuda con pertrechos indispensables para la vida, la alimentación, o la salud de una ciudadanía que ahora los reclama y hace tiempo que no dispone. Un verdadero antídoto a toda intervención militar, aunque sin ninguna evidencia cierta de que se hará realidad, hasta el momento.

Cualquier interrupción de los suministros básicos, como electricidad, agua u otros, se acusa de ser causada por otros países, atribuyéndoles tecnologías inexistentes, proporcionadas por el enemigo de siempre, los Estados Unidos. El eterno fantasma omnipresente y habitual culpable de todos los males que padecen. Nunca un reconocimiento de la propia responsabilidad, ni siquiera de manera mínima. Todo es producto de una acción exterior norteamericana, materializada en atentados a la soberanía, con el exclusivo propósito de organizar un ataque militar, inminente aunque nunca efectuado. Es así como los líderes venezolanos contrarrestan las tremendas equivocaciones y fracasos, con discursos, arengas y eslóganes ideológicos, agresivos y grandilocuentes, que no dudan en responsabilizar otros países, que nada tienen que ver. En definitiva, personalizando con sus actos al típico estereotipo del caudillo latinoamericano, gritón y patético, mientras se envuelve en la bandera nacional para seguir en el poder, aterrado de perderlo y ser juzgado drásticamente por sus súbditos. Una situación que, naturalmente, y por su gravedad, no debería continuar ni prolongarse en el tiempo. Sería lo lógico.

Sin embargo, por desgracia, no hay evidencia de que toda esta pesadilla pasará en tiempo breve. Más presiones recibe el régimen, más redobla su control y sometimiento a sus ciudadanos. Las delaciones, prisiones a los oponentes, amenazas, inhabilidades decretadas por un Poder Judicial paralelo, creado precisamente para reemplazar al legítimo y Constitucional, obligan a las figuras opositoras a estar bajo arresto, o amenaza permanente de ir a la cárcel, sin proceso, sólo siguiendo órdenes del Ejecutivo. Con una policía inmisericorde y al servicio de la tiranía, apoyada por servicios de seguridad enteramente subordinados a la autoridad, siempre dispuesta a atemorizar y agredir a quienes intenten resistir, ni siquiera por vía democrática. Y qué decir de la prensa, con todos los medios de comunicación contrarios, requisados e imposibilitados de circular. O sea, sin vigencia alguna de la libertad de las ideas, como es entendida en los países occidentales donde impera la libertad y la democracia.

Por todas estas limitantes, se ha creado un clima de incertidumbre y frustración, como si los autócratas fuera fácil destituirlos y reemplazarlos. De ahí ciertas voces que especulan con el fracaso de la oposición Venezolana, lo que el propio régimen alienta como campaña de desinformación. No es posible que todo concluya rápidamente, ni nadie lo espera. Es un proceso donde lentamente se acumulan hechos y posiciones que llevan a un resultado final. Eso sí, en la medida en que se persista y no se bajen los brazos, atemorizados por la reacción de la dictadura. Lo aseverado, responde a una realidad objetiva, basada en evidencias que a diario son denunciadas por los propios venezolanos, y ratificadas por observadores imparciales, no contaminados por creencias ideológicas o políticas afines; o partidarios que no lo quieren ver, cegados por su fanatismo a toda prueba y que sólo buscan la confrontación. Ante ello, no hay por ahora, mayores posibilidades de que el régimen que detenta el control, lo abandone y se abra a convocar las elecciones que, desde hace ya tiempo, la propia institucionalidad de la Constitución chavista prevé, aunque se siga postergando. Por cierto, jamás las convocará, pues sabe que de hacerlo será su fin. Menos aún, estará dispuesto a reconocer su fracaso y dejar de gobernar.

Los principales sostenedores, que son los militares venezolanos, bien provistos y alimentados, saben perfectamente que sería sin retorno, y que la propia población los juzgaría, condenándolos drásticamente, seguramente terminando en prisión, y privándolos de todo enriquecimiento ilícito, del que por décadas han disfrutado. Un punto bien sensible, pues tanta fortuna mal habida y colocada en el exterior, ya que internamente no valdría nada ante la crisis económica imperante, está siendo vigilada y embargada por decisión de numerosos países, a fin de que no puedan usufructuarla fuera de Venezuela. Un golpe sumamente efectivo a sus poseedores, pero al mismo tiempo, de doble efecto, pues más se aferran al poder al saber que no tienen otra oportunidad, ni otros recursos que utilizar. En todo caso, una medida adicional de presión a quienes ilegalmente detentan todo el control del país.

Lo señalado permite aseverar que el cerco político y diplomático, se estrecha cada día más. Más de cincuenta Estados democráticos occidentales, han roto toda relación con Maduro y su régimen. Una realidad que no tendrá ningún tipo de reconsideración ni vuelta atrás. Cualquiera sean los intentos que haga el Gobierno por dividirlos. Esta parte del mundo ya ha tomado una decisión y una postura definitiva. Es así como los países del conocido como Grupo de Lina, ha reiterado recientemente, su condena en la última reunión en Santiago de Chile, la semana pasada, con medidas adicionales y más efectivas coordinaciones en curso. La Organización de Estados Americanos, la casi siempre ineficiente y dubitativa OEA, ahora rechaza la representación de Maduro, y reconoce la del presidente encargado. La actitud firme y decidida de su secretario general, Luis Almagro, ha posibilitado que la Organización Regional reencuentre su compromiso con los valores consignados en su Carta Constitutiva, y en aquellas normas que privilegian la democracia y su vigencia continental. Los cambios ideológicos y de orientación en la región, ciertamente lo han posibilitado, permitiendo un resultado que no hace muchos años, habría sido imposible. En todo caso, subsisten divisiones, algunas más evidentes que otras, y Maduro todavía cuenta con partidarios, aunque no todos lo apoyan a todo evento. Así ha quedado demostrado en la citada reunión en Chile. Una realidad que podría permitir que el rechazo se extienda y afiance regionalmente.

En las Naciones Unidas ocurre algo similar, si bien se está lejos de un consenso aplicable. El caso venezolano está siendo, paulatinamente, abordado por las delegaciones y algunos Órganos de la Organización. Todavía, siendo algo que preocupa cada vez más, impulsado por Latinoamericanos, Europeos y Estados Unidos, aunque no es un tema que haga crisis en el sistema mundial de la ONU. Muchos No Alineados, donde Venezuela juega un papel importante, así como en el Consejo de Derechos Humanos, que integra, se ven presionados para que tales instancias no adopten decisiones al respecto. No es todavía un problema mundial, y ni siquiera hemisférico. Pero avanza y se toma conciencia de que no se puede permanecer indefinidamente o quedarse indiferente, por su gravedad. Otro tanto está ocurriendo, paso a paso, en las instituciones de la ONU, encargadas de vigilar los derechos fundamentales, que han debido operar ante las presiones de muchos países.

Ante estas realidades, Maduro ha procurado buscar una estrategia diferente, posiblemente inspirado por Cuba, que de ello conoce y lleva años resistiendo, intentando que su caso no sea monopolizado por occidente o por sólo la región, sino que sea un tema de alcance mundial. Es así como ha acudido a determinados países que le pueden ser sumamente útiles a tal propósito. Ha buscado el apoyo extracontinental de Siria, Turquía e Irán. Caracterizados por estar cuestionados por el mundo occidental, al no ser considerados como auténticamente democráticos ni libertarios, y cada uno de ellos, sancionados por Estados Unidos y numerosos países occidentales.

En todo caso, no son los más representativos de la normalidad institucional, ni de las libertades cívicas, ni del pleno respeto a los Derechos Humanos o de la libertad de prensa, entre otros atributos. Una compañía cuestionable, en que regímenes bajo críticas severas, se unen a favor de la Venezuela de Maduro. Con todo lo que significan y contribuyen, todavía más, a las diferencias mundiales. Por sí solos, no tienen un significado trascendente, ni implican, por sus propios cuestionamientos, un apoyo decisivo que permita la permanencia sin problemas, del actual sistema venezolano. Posiblemente sean colegas ocasionales que no dignifican ni prestigian la causa de Maduro, y que dados sus propios dilemas, deban estar más preocupados de ellos que de auxiliar a la Revolución chavista. No obstante, se les da la oportunidad de penetrar una región donde normalmente no lo han hecho, y asentarse en Venezuela.

Pero no son los únicos requeridos por ésta. Ha sido evidente de que ha buscado desesperadamente, el apoyo y sostén de dos grandes potencias, como Rusia y China. Paso a paso acrecientan su presencia e influencia en Venezuela. Vía ayuda humanitaria, acompañada de militares por parte de Rusia, pedida y obtenida por el régimen, aunque no sea demasiado significativa, por ahora, en volumen o en dinero y créditos beneficiosos. Sin embargo, no es proporcionada por mera caridad ni buena voluntad. A cambio, seguramente hay contraprestaciones venezolanas importantes, en petróleo, oro, beneficios varios a futuro, no revelados, y sobre todo, por la posibilidad de que Rusia encuentre un nuevo lugar estratégico para regresar a Sudamérica, luego de su alejamiento forzado de Cuba en los años sesenta, si bien nunca ha dejado de interesarle.

Otro tanto está ocurriendo con China, siguiendo el llamamiento que igualmente, le ha hecho Maduro. Sus intereses globales y su comercio expansivo, no rechazan ninguna posibilidad, y Venezuela le abre sus puertas, en múltiples oportunidades, que no conviene desaprovechar. Tanto Rusia como China en Venezuela no tienen competidores, pues no hay ningún país occidental que tendría la osadía de invertir en un país arruinado, menos Estados Unidos. De modo que sin competencia, sólo visualizando el largo plazo, aunque Maduro ya no esté al mando, resulta atractivo profundizar sus respectivas presencias en una región, que por ahora, los ha limitado mayoritariamente, al punto de vista económico-comercial, sin apoyar por tanto, los propósitos estratégicos o militares, los que por el contrario, no secunda, como ha quedado en evidencia en los debates de las Naciones Unidas, en diversos casos examinados.

Las posibilidades serían enormes, más allá de lo comercial, para abarcar temas estratégicos y militares, hasta ahora vedados en América. No son conjeturas, y por cierto puede transformarse en una realidad a mediano o largo plazo, como suelen planificar las Grandes Potencias, con bases militares y otras ventajas. Venezuela los acoge, en desafío a un mundo occidental que lo cuestiona y busca su caída y reemplazo democrático. Una preocupación que no es prioritaria ni para Rusia ni para China, que no se destacan por defender la Democracia en el campo internacional. Son lo suficientemente grandes para no inquietarse. Ninguno de ambos sistemas o regímenes arriesga ningún tipo de recambio por razones electorales, o por cuestionamientos de su ciudadanía, o por alternancias gubernamentales. No tienen esa preocupación, y sólo buscan expandirse. Si Venezuela los invita, tanto mejor.

El ubicar a Venezuela dentro de los conflictos entre las Grandes Potencias, le da una dimensión mundial que por sí sola, jamás tendría. Sobre todo si se posiciona a otro nivel estratégico y militar, Este-Oeste, y dentro del campo logístico y lucha armada, en medio del juego de poder planetario. Con bases potencialmente instaladas en plena Sudamérica, terreno vedado hasta ahora, las capacidades de apoyo a un régimen en plena decadencia y cuestionado en occidente, alcanza un valor superior, y aliados decididos, por lo mucho que significa.

En consecuencia, el problema venezolano deja de ser un caso aislado y único que interesa sólo a los países occidentales y democráticos, para transformarse en un asunto de interés mundial. Desconocemos hasta donde ha llegado el compromiso de Maduro, pero es perfectamente imaginable: todo por mantenerse en el poder. Estrategia arriesgada y que sobrepasa sus propias capacidades. Una preocupación más que se debe evaluar en sus nuevos alcances y significado para el equilibrio mundial de poderes. Nada mal para un país que aumenta su rechazo y obtiene apoyos superiores, de otras potencias, países y áreas, lo que podría servirle para consolidarse en el tiempo, y para permanecer por sobre sus reales capacidades, contrarrestando las acciones opositoras. Digno de ser analizado en su nueva dimensión, y no sólo en su todavía escasa gravitación planetaria, hasta el momento.

Una nueva estrategia de Venezuela que resulta indispensable evaluar en su potencial proyección mundial.