La democracia se conforma con los siguientes factores: transparencia, diálogo, participación cívica, libertad de prensa, apertura al mundo, reglas claras, división de los poderes, control del gobierno, garantías constitucionales y defensa de las minorías, diversidad y derechos civiles. Además, la democracia se funda en el respeto y promoción del conocimiento, cultura e información y ésta es, por definición, laica. En nuestro tiempo, la mayor amenaza a la democracia es el populismo, que busca el consenso sin respetar las instituciones, reglas, conocimiento y sobre todo, atacando a las minorías, libertades individuales, división de los poderes institucionales y el diálogo abierto, fundado en la razón y el bien común.

Con el populismo el espacio de la política se ve reducido a un mínimo, su pluralidad como dimensión temporal, aplicando el criterio de uno vale uno, no a nivel de voto, sino que como opinión, imponiendo en práctica y validando posiciones y actitudes, que se contraponen al sentido común y al bien de todos, jugando descaradamente con las informaciones, estudios y reglas de la buena administración, subordinando todo a un único fin: el poder por el poder y gobernar sin debate, control ni oposición.

Uno de los aspectos que inmediatamente identifican el populismo es su deprecio total por los argumentos, reflexiones y opiniones que contradigan sus afirmaciones y planes, porque el populista es por definición un charlatán, que no quiere ser descubierto como tal, pero todo lo que hace, dice y ha dicho lo demuestra, por falta de lógica, consistencia y total propiedad de argumentación, buscando privilegiar la ignorancia y la subordinación.

La retórica populista se caracteriza por repetir hasta el cansancio y exasperación que la causa de todos los problemas es una y solamente una. La falta absoluta de argumentación basada en datos, citando fuentes, mostrando alternativas, discerniendo escenarios posibles y viables, ilustrando las implicaciones y haciendo pensar, porque la negación del populismo es esa: pensar y buscar soluciones mejores, después de haber definido los problemas y en este nefasto universo de demagogia vacía no existe una diferencia cualitativa entre la derecha y la izquierda, porque en la ausencia de métodos y valores todo se confunde y amalgama, obligándonos a redefinir la realidad y es así, que las mismas artimañas y artificios son usado por personajes aparentemente contrapuestos como Trump y Maduro, Putin y Bolsonaro, Piñera y Ortega, en una lista que cada día aumenta, sumergiéndonos en la apatía y caos, ya que usan la estulticia como la única y excluyente razón.

Dando un paso atrás y preguntándonos donde termina o nos lleva el populismo y que podemos aprender de la historia, la respuesta es siempre la misma: la destrucción física y moral de los pueblos que por ceguera han elegido a sus propios victimarios. A veces, la ruptura consensual llega rápidamente y los electores descubren el engaño antes de que sea demasiado tarde. En otras, no queda otra salida que dejar que el derrumbe haga de despertador.

La pregunta que queda es siempre la misma, cómo podemos explicar la seducción que ejercen estos personajes y la respuesta es una combinación de elementos como el confiar en la aparente fuerza de los líderes, aceptar la lógica de la simplificación y cerrar los ojos ante la realidad, ya que negarlo todo y dejarse llevar es la última ilusión para vencer la desilusión. Pero el autoengaño es siempre trágico y por definición representa la peor salida y así, en medio de la crisis, recesión, deslegitimación y pobreza, muchos prefieren creer que aunque toda vaya mal, todo va mejor.