Marianela Camacho Alfaro estudió Filología Española y Lingüística en la Universidad de Costa Rica y obtuvo la maestría en Edición Digital de la Universidad de Alcalá (Madrid, España). Como defensora de las nuevas tecnologías en la edición, ha impulsado el libro electrónico en Costa Rica, en donde se desempeña desde el 2007 como jefe de Producción Editorial en la Editorial Costa Rica, lapso en el cual ha editado más de 300 obras. Ya en el pasado hemos tenido ocasión de conversar largo y tendido, bien durante su visita a la Feria Internacional del Libro de Fráncfort, Alemania, o en Costa Rica, al calor de una taza de café o la frescura de una limonada con menta. Siempre ha sido una verbena de ideas novedosas, abiertas y flexibles, que es una excelente muestra de saber adaptarse a los cambios del mundo.

¿Qué la llevó a convertirse en editora?

Sin duda, el placer por la lectura y el amor por los libros. Desde muy temprana edad me gustó leer. Mi interés por la lectura y los libros creo que tiene su origen en los hábitos lectores de mi mamá y mi abuela. Desde que tengo memoria, mi mamá lee todos los días el periódico. A mi abuelita siempre la vi trabajando, pero en sus cortos ratos de ocio asiduamente tenía un libro en la mano: la Biblia, historias de santos, catecismos, Escuela Para Todos, el Almanaque Mundial... Parafraseando el título de un libro de Bernard Pivot, de oficio, soy lectora y editora.

El placer por la lectura y el amor por los libros –lo que a mis 18 años definía, en mis propios términos, una posible vocación profesional– me llevó a estudiar Filología Española en la UCR. En esta misma universidad tuve mi primera experiencia laboral como asistente de edición en dos publicaciones académicas: las revistas Káñina, del área de Artes y Letras, y la de Lenguas Modernas. Fue así como incursioné en el mundo editorial. Luego, desde hace doce años, me desempeño como editora en la Editorial Costa Rica.

¿Qué significa editar un libro? ¿Es una intervención en el proceso creativo de un escritor?

Ser editor implica, por un lado, coordinar las diferentes etapas del proceso editorial para que un manuscrito se transforme en libro: levantado de texto, confección de ilustraciones, corrección de estilo o filológica, diseño y diagramación de la parte interna y cubierta, corrección de pruebas, impresión o maquetación digital, en el caso de los libros electrónicos. En este caso, el editor da la pauta a los diferentes profesionales y, al mismo tiempo realiza un trabajo de control de calidad de dichos procesos. Por otro, el trabajo con el texto del autor, siempre de forma conjunta con él, para dar sugerencias de mejora, evacuar posibles dudas, intercambiar opiniones… Mi idea de la edición es no intervencionista. Debe ser realmente un intercambio de ideas, un trabajo conjunto, una real colaboración editor-autor. La clave de la edición es, desde mi perspectiva, mejorar el texto en lo posible, no transformarlo; por ello considero que no hay intervención en el proceso creativo del autor.

¿Qué le parece la convivencia actual de los modelos editoriales? ¿Cree que para un escritor son válidos por igual?

Las tendencias editoriales también experimentan la dinámica de la globalización, así que los mercados se ajustan a ello en diferente escala (por ejemplo, esa convivencia es más evidente en el mercado anglosajón que en el latinoamericano). La edición tradicional, la edición digital, la llamada autopublicación conviven y, por supuesto, que es válido que un escritor, según sus propios objetivos, se decante por una u por otra. Lo imprescindible es que el autor conozca y entienda las diferencias entre publicar bajo una modalidad u otra, tanto en lo relativo al tratamiento del texto, al producto final, como a la comercialización y el acceso al mercado nacional o internacional.

¿Cuál cree usted que es la misión fundamental de las editoriales estatales?

El principal reto de una editorial pública o estatal es crear un catálogo coherente conforme a la política editorial predefinida, así como publicar contenidos variados: obras que den voz a las culturas y perspectivas minoritarias, que protejan la cultura local-regional, trabajos de autores relevantes al entorno, libros que fomenten la expresión cultural (no ficción, poesía, arte, fotografía, etc.); es decir, que responda a sus objetivos sociales y culturales, aunque también juegue en el mercado, pues tiene que ser una empresa comercialmente rentable. De tal modo, el catálogo debe reflejar esa amplitud de voces y la diversidad de pensamiento (como bien cultural de la humanidad, es crucial porque se propicia el reconocimiento del otro). Esto, a su vez, posibilita la interlocución para sumarse al debate de ideas de la sociedad.

Desde una editorial pública, la edición también representa un compromiso social, en vista de que sus productos (a saber, los libros que se publiquen) afectan –positiva y negativamente– la educación, la cultura, el pensamiento y la sociedad.

En Costa Rica (y en Centroamérica) se ha vendido dando un incremento de editoriales independientes, ¿cuál es su opinión al respecto?

A nivel global existe una gran concentración de sellos editoriales en los grandes grupos editoriales internacionales. Mientras también hay mayor diversidad de editoriales independientes pequeñas frente a muy pocas de tamaño mediano (que frecuentemente son absorbidas por los grandes grupos). Así que este incremento de editoriales independientes en Costa Rica y Centroamérica, aunque implique mayor competencia a nivel comercial, debe ser visto con buenos ojos, debe ser celebrado, porque propicia la bibliodiversidad.

Hay autores que venden millones de copias de obras que complacen a la masa, aunque en círculos literarios académicos o «más exigentes» serían calificados como «subliterarios». ¿Qué es para usted calidad literaria y cómo se equilibran las ventas para que haya una ganancia que sostenga una editorial?

Hay diferentes audiencias y, por ende, diferentes productos para esas audiencias de lectores. El best-seller es uno de esos productos y, en el caso de los sellos de los grandes grupos editoriales, es el que ayuda a balancear las cuentas porque la rentabilidad es su principal objetivo (se deben a sus inversionistas y accionistas). Citando al editor y agente Guillermo Schavelzon, «el éxito de ventas o los best-seller surgen de una necesidad del mercado, no de la literatura»: son obras de autores mediáticos (famosos de toda índole: políticos, deportistas, gente de los medios o la farándula) que auguran buenas ventas. Pero funciona diferente en las editoriales medianas o pequeñas, que también requieren balancear sus cuentas, pero con una rentabilidad mucho menor. Lo cierto es que el mercado del libro no da para grandes márgenes de ganancia, esa es la realidad de la mayoría de los involucrados en su cadena de valor: autores, distribuidores, agentes, ilustradores, correctores, diseñadores, libreros y, por supuesto, editores.

Para mí la coherencia del catálogo es una propuesta de calidad. ¿Por qué? Porque saber que un lector puede descubrir autores nuevos o encontrar un autor o una obra similar a otra que le gustó (por el tema, género o estilo), editada con buenos materiales y buen gusto, a un precio razonable, es parte de la garantía para que una editorial mediana o pequeña tenga un proyecto consistente que pueda atraer o formar una comunidad de lectores. Esto la ayudará a pagar sus cuentas y a generar rentabilidad.

Finalmente: ¿qué haría para fomentar la lectura en Latinoamérica y especialmente en Costa Rica?

Es imprescindible que haya políticas estatales de apoyo al sector del libro y de promoción de la lectura; también que dichas políticas respondan a estudios serios del mercado nacional. Que el sector editorial trabaje de forma colectiva y organizada por objetivos comunes. Estas acciones son el pilar para que se pueda promover la cultura del libro y se incentive la lectura en la población, pues, de lo contrario, se realizarían esfuerzos aislados con poco o nulo impacto y que, además, no son sostenibles en el tiempo.