El uso demagógico de la palabra revolución no es nuevo en Venezuela ni en ninguna parte del mundo desde que la misma se convirtió en expresión del mito de la Revolución Francesa, que es descrito perfectamente en el coro del Himno Nacional: «Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó». Todos sabemos que los alzamientos mayoritariamente caudillescos posteriores a la Independencia que buscaron el cambio de gobierno fueron llamados con este nombre. El objetivo era la legitimación a una clara violación de las formas constitucionales que habían establecido nuestra propia revolución a la francesa que inició las tradiciones republicanas y liberales. En el siglo XX los comunistas se apropiaron el término señalando que la revolución verdadera era la que ellos promovían debido a su radicalidad.

Pero realmente: ¿qué es una revolución? Hannah Arendt (1909-1975) trata de responder a dicha pregunta con su ensayo de 1963, On Revolution, y que nosotros hemos leído en su edición de Alianza del 2006 titulada Sobre la revolución. Su uso en el caso del régimen chavista-madurista (1999-2019), como toda palabra en cualquier régimen con intensiones totalitarias, tienden a ser vaciadas de contenidos, pero para ello debe comenzar primero por mostrar medias verdades. No negamos por ello que inicialmente ha tenido ciertas referencias a los diversos significados que posee el término, pero nunca en el sentido que ofrecen las dos revoluciones originarias estudiadas por Arendt: la estadounidense y la francesa. En todo caso es más un aspecto discursivo que de real cambio político y social.

1. El significado de la palabra «revolución» y la vuelta a la Edad de oro

Arendt advierte que la primera idea de revolución en el sentido político (antes solo se usaba en su definición original que es la astronómica relativa al movimiento cíclico y retorno natural al origen de los «astros») se da con la Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra, y paradójicamente se refiere al hecho de una vuelta a un pasado (restauración) que sería en ese caso el del «buen» orden monárquico. En los discursos de Chávez y Maduro en los últimos 20 años ciertamente se ha hecho referencia a una Edad de oro que está relacionada con el comunismo primitivo indígena y la épica de la Independencia, aunque solo - ¡gracias a Dios! – ha quedado en las palabras porque su fuerte ha sido más un cambio que tiene como ideal el futuro socialista.

2. El respeto por los derechos humanos

Si alguna idea de restauración existía, nos explica la autora, era solo la relacionada con la concepción de los derechos naturales que hoy definimos como civiles. La revolución es establecer la novedad de que estos son inalienables y personales, y la misma nos libera de la opresión de los gobiernos que no los respetan. Es la revolución que no ha sido el chavismo, porque si algo ha hecho este es la violación permanente de los derechos humanos. En Venezuela una gran revolución será cuando se logre que la Constitución se respete en la libertad de cada uno de sus ciudadanos.

3. Revolución y libertad

La definición de Arendt sigue la del ilustrado revolucionario francés Nicolás de Condorcet (1743-1794) cuando este afirma: «La palabra “revolución” puede aplicarse únicamente a las revoluciones cuyo objetivo es la libertad». En palabras de la filósofa:

«... solo cuando el cambio se produce en el sentido de un nuevo origen, cuando la violencia es utilizada para constituir una forma completamente diferente de gobierno, para dar lugar a la formación de un cuerpo político nuevo, cuando la liberación de la opresión conduce, al menos, a la constitución de la libertad, solo entonces podemos hablar de revolución» (p. 45).

De allí la diferencia fundamental entre las revoluciones estadounidense y francesa: la primera lo logra, la segunda desvía el camino a partir de 1792. Creo que sobran los comentarios en el caso del chavismo, el cual no ha dejado de reducir las libertades individuales desde que llegó al poder.

4. Liberación y felicidad

El problema social que permitió la movilización popular en Francia - según Arendt -introduce una diferenciación entre libertad y liberación, de manera que las necesidades por resolver el hambre y la pobreza se hicieron protagonistas en el proceso.

Maximiliano Robespierre, Carlos Marx, V. I. Lenin establecen una tradición en la cual la revolución abandona la fundación de la libertad por la liberación de la miseria. Se cae en un abuso de este aspecto relacionando la misma con el establecimiento de la felicidad (utopía) a la cual sacrifican toda libertad y derechos, y se justifica para ello la aplicación del terror y el autoritarismo.

Esta es la marca de las revoluciones del siglo XX, aunque Arendt no llegó a vivir las de 1989, pero advierte una revolución de este tipo en la húngara de 1956. Al final afirma que el bienestar económico nace de la libertad y no de la liberación. Al examinar el caso venezolano, el tema de la superación de la pobreza ha sido el dominante en el discurso del chavismo, no así los resultados en la realidad donde hemos pasado a ser un caso trágico. Acá ya no se habla tanto de pobreza como de miseria y hambre, debido a que Hugo Chávez y Nicolás Maduro nos convirtieron en el país más pobre del hemisferio Occidental; pero ese discurso es el que ha «legitimado» la violencia y la concentración del poder.

5. Democracia republicana

Las revoluciones buscan establecer repúblicas, que son lo contrario a los regímenes que impedían la participación libre de las personas en lo público. Ambas revoluciones estudiadas por Arendt se proponen su construcción, pero solo la estadounidense lo logra y por ello representa lo que es una auténtica revolución. En ella se establece un verdadero culto a la ley y el gobierno limitado para cuidar la libertad de dos peligros: la voluntad personalista de los gobernantes y la opresión de las mayorías a los derechos individuales. ¿Quién manda en Venezuela: la ley o los caprichos del gobernante? ¿Es la democracia el respeto a la minoría o la opresión de las mayorías?

6. Soberanía y respeto constitucional

Para construir el cuerpo político republicano se redacta una constitución que ofrece el espacio institucional donde se ejerce la ciudadanía. Son muchos los historiadores entre otros que han advertido la muerte de la república en Venezuela al destruir el respeto a la Constitución. Lo público ha sido colonizado por el Estado, y el Estado por un partido dominado tiránicamente por un solo hombre.

7. Consenso y conflicto

La revolución nace de las promesas de las personas de asumir la acción política con el fin de establecer la libertad. En este sentido el poder nace del pacto y este consenso lo legitima. De dichos pactos deben nacer las leyes en general. Si una revolución no permite los consensos sino que es una imposición, no hay gran diferencia con el orden anterior autoritario que anhela superar. En la Venezuela chavista se criticó fuertemente el consenso y los pactos que promovía la democracia puntofijista, y lo suplantó por el conflicto permanente que se expresa perfectamente en la frase: «se lo van a tener que calar porque nos da la gana».

8. Bien común y corrupción

Si la revolución «busca la felicidad» no es la relativa a lo material como señalamos anteriormente sino al compartir la libertad, la preocupación por lo público. La felicidad no se reduce a la felicidad privada. Este es el «tesoro perdido» según Arendt y que solo se puede vivir en la polis, siendo la polis «el espacio donde se manifiestan los actos libres y las palabras de los hombres». Una revolución que construye un Estado mafioso donde las personas se envilecen en la corrupción, en el solo pensar en su interés personal, no puede ser una revolución.

El presente artículo es un intento de comprensión de uno de los tantos aspectos del pensamiento de Hannah Arendt. Sabemos que es imposible hacerlo en tan pequeño espacio. Reducir sus ideas a diez puntos es hasta algo grosero y forzado, lo sabemos. Se ha hecho por su carácter pedagógico de aproximación, pero no pretende simplificar la riqueza de lo arendtiano. Sobre la autora nos hemos propuesto la meta de leer todas sus obras al ritmo de una por año. Esta era la que leí el año pasado, y en el 2019 nos proponemos «entrarle» a la Crisis de la República (1972).