Corría el año 1989 cuando cayó el Muro de Berlín y dos años más tarde se produjo la desintegración de la Unión Soviética. Fue el final de la Guerra Fría y, para muchos, también el final anticipado de un breve siglo XX que había comenzado con la Primera Guerra Mundial, seguida de una Sociedad de Naciones y una Organización Internacional del Trabajo. Ya entonces, en 1919, se dijo en la OIT: “Una paz duradera no es posible sin justicia social”.

En 1990, muchos tenían la ilusión de que comenzaba una nueva era con paz y sin conflictos ideológicos. Hoy, 35 años más tarde, debemos revisar esa visión. Solo ahora estamos en el umbral de una nueva era y deberíamos ver el periodo pasado como una transición hacia un mundo diferente. La alianza occidental está al borde del abismo, se está produciendo un genocidio en Oriente Próximo, la guerra hace estragos en Europa y hay varios conflictos armados en África y Asia. La globalización neoliberal está siendo cuestionada.

En Europa Occidental, los ruidosos llamamientos a favor de más armamento están poniendo en peligro la característica más fundamental de las sociedades occidentales: los Estados del bienestar que garantizaban cohesión social, desigualdad limitada, poca pobreza y derechos universales para todos los ciudadanos. No es el primer ataque a los Estados del bienestar, pero podría convertirse en el más definitivo. De ahí la importancia de reiterar el vínculo indisoluble entre paz y justicia social.

Un conflicto de clases

La justicia social está, por supuesto, estrechamente relacionada con el conflicto de clases. Con la creciente desigualdad en el mundo, el conflicto de clases está más que nunca a la orden del día. La riqueza perversa de un pequeño grupo de multimillonarios socava la democracia y hace imposible la idea misma de sociedad. Ya no existe un mundo común entre ricos y no ricos.

La globalización neoliberal se basó precisamente en esta desigualdad. Las empresas empezaron a producir allí donde los salarios eran más bajos y luego podían utilizar los acuerdos de libre cambio para exportar bienes de los países pobres a los ricos. Esto provocó inevitablemente la desindustrialización (con el consiguiente desempleo) de los países ricos. Y simultáneamente significó una mayor dependencia del Norte respecto al Sur. En otras palabras, se produjo un cierto desarrollo en los países del Sur (especialmente en Asia), pero no un mayor poder para esos países. En las instituciones mundiales (ONU, FMI, etcétera) siguió rigiendo la hegemonía del Norte.

Además de este desequilibrio económico-político, existe un segundo problema que amenaza la paz. El cambio climático y la pérdida de biodiversidad son consecuencia, entre otras cosas, de las industrias contaminantes, las prácticas agrícolas insostenibles y los hábitos de consumo del Norte. Hoy, el Banco Mundial afirma sin ambages que la erradicación de la pobreza aumentaría enormemente la contaminación. El problema medioambiental es imposible de resolver sin centrarse en su dimensión social. Nadie revisará voluntaria y espontáneamente sus hábitos de consumo si ello conlleva también un menor confort. Ningún industrial adaptará su producción a las exigencias medioambientales si ello limita sus posibilidades de hacer ganancias. Hoy se aboga por una transición justa, lo que significa garantizar tanto la sostenibilidad como la justicia social.

Una transición justa

Hay diferentes maneras de enfocar una "transición justa". Algunos trabajan en el cambio climático y la ecología, otros en la justicia social, otros en la geopolítica y la necesidad crucial de la paz y, por supuesto, no hay que olvidar el sistema económico insostenible del extractivismo, el productivismo, el libre comercio, la deuda, etc.

Todos estos sectores pueden ser puntos de entrada a una política de lo que me gusta llamar "coherencia obstinada": se empiece por donde se empiece, no se alcanzará el objetivo si no se abordan todos los diferentes sectores, sin detenerse tras el primer éxito, sino continuando hasta alcanzar el objetivo, lo que implica que todos los diferentes sectores están realmente interrelacionados.

La paz es una gran empresa humana. Puede ser un punto de partida muy útil para mejorar las políticas de justicia social, sostenibilidad ecológica y economías alternativas.

La primera contribución a la paz debería consistir en reconciliar a la humanidad con la naturaleza: la modernidad ha colocado a la humanidad por encima y separada de la naturaleza, cuando es evidente que forma parte de ella. Este es el primer elemento del que hay que ocuparse, ya que es el mayor fracaso de la modernidad.

La militarización actual y las guerras en curso son una importante fuente de contaminación, a menudo ignorada. Aunque se presta demasiada atención a las pequeñas contribuciones individuales (no utilizar pajitas de plástico, no viajar en avión), la enorme contribución de los militares a la destrucción de nuestro medio ambiente debería ponerse en primer plano.

La actual militarización también requiere enormes recursos que en muchos casos, si no en todos, se detraen de las políticas sociales, como la protección social, las pensiones y la asistencia sanitaria.

La paz no es posible sin justicia social: ¡la OIT lo puso en el preámbulo de su Constitución de 1919! También tenemos la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que menciona explícitamente el derecho a un ingreso adecuado. Evitar que la gente se pelee por los recursos que tanto necesita para sobrevivir es una importante contribución a la construcción de la paz.

La paz no es posible en un mundo económicamente competitivo en el que las corporaciones luchan por ser las más grandes y las mejores, destruyendo a los demás y destrozando la naturaleza en su búsqueda de recursos naturales, etcétera. No se puede alcanzar la paz si se permite que las grandes corporaciones envenenen la tierra con pesticidas y arrebaten a la gente su medio de subsistencia, que es al mismo tiempo un elemento crucial para la justicia social.

Si queremos trabajar por la paz, debemos asegurarnos de que las tensiones entre las personas y los grupos no puedan aumentar demasiado. Esto significa que la desigualdad tendrá que disminuir. Eso requiere políticas sociales y, cada vez más, también políticas medioambientales sólidas. Ya hoy, millones de personas huyen a causa del cambio climático. El terrorismo, la crisis de los refugiados, los flujos migratorios: no pueden reducirse a una mera falta de justicia social, sino a la falta de trabajar por un mundo que podamos compartir.

Es cierto que hay que ayudar a los pobres por todos los medios posibles, pero el objetivo debe ser siempre darles autonomía económica y financiera, es decir, ingresos suficientes. Esto es contrario a la construcción de una alteridad en la que los pobres se ven a menudo forzados y con la que nunca podrán salir de la pobreza de ingresos. Desgraciadamente, esto está muy en consonancia con los planteamientos actuales de la extrema derecha, en la que la movilidad social desapareció de la agenda.

Debemos tener en cuenta que, trabajando por la paz, la pobreza no es el principal problema. Al contrario, debemos combatir en primer lugar las enormes desigualdades que producen la pobreza y socavan las democracias. La "reducción de la pobreza", tal como la propone el Banco Mundial, es totalmente compatible con el neoliberalismo. Por lo tanto, las políticas fiscales justas son esenciales para una transición justa hacia la justicia social y la paz. El objetivo principal debería ser prevenir la pobreza y convertirla en ilegal.

La paz es una cuestión de cohesión social, dentro de los países y entre ellos. En la mayoría de los países occidentales, la cohesión se ha construido y mantenido gracias a los Estados del bienestar basados en los derechos universales de los ciudadanos. Desde Bismarck hasta Roosevelt y Beveridge, los Estados del bienestar han sido los principales pilares de unas sociedades coherentes y pacíficas. Con el neoliberalismo, y más aún con la emergencia y el crecimiento de la extrema derecha, estos Estados del bienestar están desapareciendo, lo que provoca graves conflictos e incluso violencia en el seno de las sociedades.

La paz es también una cuestión de cultura: desarrollar una cultura de paz, mediante la educación y la adquisición de conocimientos, puede ser una de las mejores políticas para promover la paz en todo el mundo.

La paz, la justicia social y la sostenibilidad son los pilares fundamentales de otro mundo mejor. Uno no es alcanzable sin los otros.