Sus ojos pasaron del verde mar al gris profundo, las pupilas se le dilataron y el rostro palideció. Se llevó las manos a los labios, aunque en realidad se las quería llevar a las orejas para no escuchar las palabras de su nuera. Cerró la boca, apretó los puños y suspiro. ¿Dónde está la salida de emergencia?, se preguntó, en una actitud un tanto infantil, como si se preparara para huir, pero el sillón del restaurante parecía abrazarla, condenándola a escuchar aquello que le resultaba francamente insoportable. ¿Por qué, por qué los jóvenes tenían que ser tan intensos? En todo caso, ¿por qué ser tan extremos?

Lo extraño es que una vez que terminó de decir lo que tenía que decirle, se llevó la mano a los labios. Estaba sinceramente desconcertada. No, jamás esperó ver a su suegra tan descompuesta. Lo hubiera esperado más de su propia madre, una mujer tan conservadora, pero de la madre de su futuro esposo, no. ¿Cómo? Si siempre fue una mujer de avanzada, una feminista activa desde los años setenta, una libre pensadora que jamás aceptó nada que limitara sus posibilidades. ¿No fue ella una precoz dinky que dijo que era mejor empujar el carrito de compras lleno de cosas que una carreola? Lo dijo antes de que la gente de mercadotecnia saliera con la palabrita para designar a las parejas que trabajan y no quieren tener hijos. Lo dijo porque sabía de las ventajas de tener dos ingresos y menos gastos. Pero hoy, en vez de sonreír, le temblaba la boca.

Su madre, una mujer conservadora, que tuvo cinco hijos, ella incluida, la entendió mejor. Siempre imaginó que su religiosidad, le limitaría el entendimiento. Pensó que ella querría ver a su única hija rodeada de hijos y dedicada a las labores domésticas y, ¡qué bah!, fue la primera en apoyar su desarrollo profesional, en impulsar su proyección laboral y ahora en entender su decisión. Sabía, porque una hija sabe, que no le gustaba el camino, pero ni por un segundo se le ocurrió dejar de respaldar a su niña. Sí, siempre su niña.

¿Por qué a Angelina Jolie nadie la critica? ¿Por qué todo el mundo la alaba? ¿Será porque tiene muchos, muchos hijos? ¿Será por eso que Brad Pitt la prefirió a ella y no a Jennifer Aniston? ¡Quién sabe! ¡A quién le importa! Hoy ella pensaba que la plática sería menos dura que la que tuvo con su madre y fue al revés. El rostro se le desdibujó a la futura suegra, no en el momento en que le explicaron que los hijos no estaban dentro del plan del matrimonio; tampoco cuando le explicaron que no se trataba de posponer la paternidad sino de cancelarla de forma definitiva; fue el método lo que la dejó fría.

Que su hijo y su nuera no le fueran a dar nietos, en realidad no la sorprendió. Bastaba ver el ritmo de vida que llevaban para darse cuenta. No hacía falta ser muy inteligente para darse cuenta. Los muebles que eligieron para decorar su hogar, los detalles, los adornos, no eran babyfriendly. El ritmo ascendente de sus carreras profesionales, de sus actividades, de su vida social, no dejaban mucho espacio para pañales, chambritas, pediatra y colegiaturas. Pensó en sus amigas Tina y Kika que por evidentes razones eran dinkies y en lo bien acomodada que tenían la vida. También pensó en sus amigos Pilar y Venancio que tuvieron que regresar a la casa paterna, después de haber sido desahuciados de su piso en Madrid y que al volver llegaron con dos bocas más, además de las de ellos, a vivir de la pensión del padre ferrocarrilero y de la madre enfermera. Que esos nietos valoren la autoextinción de la especie, ni asombra, ni asusta a nadie. Se entienden. Pero esas decisiones siempre son mejores en las cabras de mi compadre, cuando son las propias, la cosa cambia. No se trata de la decisión, se trata del método. Ese que no admite vuelta para atrás.

Ella se revuelve en la silla y ve a su suegra volverse a ver las letras rojas del anuncio de salida de emergencia. ¿Por qué tanto drama? ¿No fue ella la que dijo que la matriz sólo sirve para dar hijos y cáncer? Pues yo, no quiero ni hijos ni cáncer, se dice con determinación. Además, qué más le da. No será ella la que vaya al quirófano, ni la que se someta a las torturas de la anestesia, que dicho sea de paso, la hacen vomitar, ni sufrirá los dolores de la recuperación, ni nada. Es cierto que la palabra no ayuda. Histerectomía es una palabra larga y fea. No es melódica. En ese momento le parece un trabalenguas. No le pareció tan fea cuando el ginecólogo que accedió a quitarle la matriz la pronunció. Incluso, en aquellos momentos, la llenó de alivio, pero ahora… Ella, más que nadie debería entender. ¿No fue ella la que en circunstancias similares tomó la misma decisión? Claro, ella prefirió anticonceptivos, jugó con los números de la probabilidad y aunque era más fácil que la bolita de la ruleta de su vida cayera en una de las noventa y nueve casillas, cayó en la más difícil y se embarazó. Por fortuna, todo salió bien y nació su novio, pero pudo haber salido mal, pero fue perfecto. Ni de chiste se aventaría nueve meses de incertidumbre. Con las enfermedades degenerativas no se juega.

Tal vez se siente culpable, tal vez no puede con la carga de ser ella la transmisora del gen maldito. No hacía falta, pero obedeció al ginecólogo antes de decidirse en definitiva. Fue al hospicio donde cuidan a los niños con la enfermedad, que por suerte, su futuro esposo no heredó, pero que sí puede transmitir. Imposible. Ella no será capaz de vivir una vida así. No se trata de un consumismo desmesurado ni de una actitud hedonista. No es egoísmo, ni frivolidad. Todo lo contrario. Es la consciencia absoluta de lo que se puede y lo que no se puede. Es la honestidad más grande en términos de incapacidad. Se puede con las presiones laborales, con los vaivenes económicos, con las variaciones del tipo de cambio, pero no se puede ver sufrir a un chiquito de esa manera. ¿Qué le daría a ella autoridad para traer a la vida a un ser si va a padecer de esta manera?

Entiende las razones de su nuera, ¿cómo no, si son las suyas? Vio a su madre y a sus hermanos apagarse, víctimas de esclerosis lateral amiotrófica. Sus neuronas no transmitían los mensajes desde el cerebro y la médula espinal hacia los músculos voluntarios. Al principio, los problemas musculares fueron leves. Dificultades para caminar, escribir y hablar, luego la pérdida total de fuerza y de movimiento. Al final, la respiración se dificultó. Por último, insuficiencia respiratoria. Fue raro, en su madre el mal despertó a los cuarenta, en sus hermanos desde la infancia.

No. No es la decisión. Es el método lo que la inquieta. Nota la inquietud de su nuera. También cierto grado de desaprobación. Le quiere preguntar y no encuentra la forma. Busca las palabras con cuidado, su intención es ser clara pero no quiere ser brusca. Hace acopio de todo su valor y pregunta:

— ¿Estás segura?

Ella la mira haciendo un gesto y asiente.

—¿Y si mi hijo no es el único?

—Señora, su hijo también es transmisor —responde ella con contundencia.

—No me refiero a eso. ¿Y si mi hijo no es el único marido que tendrás en tu vida? ¿Qué tal que te casas con alguien más? Ya no podrás tener hijos.

Su nuera abre la boca y de inmediato cierra los labios. Aprieta los puños y mira el letrero de salida de emergencia. Se limpia las gotas de sudor de la frente. Cierra los ojos e intenta acompasar la respiración. Eso era algo que no tenía contemplado. Una pregunta que no vio venir. Entonces valoró que su decisión podía ser extrema.