Fui a dar un paseo en coche a Zocca, un pueblo que cuelga en los Apeninos de Módena. Zocca dista unos 50 kilómetros del centro de la capital de la provincia y para llegar hay que ir hacia el sur y después hacia el oeste, donde inician las colinas, atravesando el río Panaro, ya que Zocca queda en la parte sur del valle, a unos 800 metros de altura sobre el nivel del mar.

Tenía ganas de salir de la ciudad, de circundarme de árboles, sentir el tardo otoño con toda su fuerza ya madura, apreciar con la vista los deshojados cerezos de Vignola, los castillos en la cima de las colinas y los árboles tristemente desvestidos, afrontando en desnudez el invierno. Quería sentir la ausencia del canto de los pájaros, del aroma de las flores, observar el valle desde el alto, escuchar las voces de los viejos, que hablan en dialecto con sus rostros arrugados por el trabajo duro y el inexorable pasar del tiempo.

El camino está lleno de curvas y subidas. A su orilla abundan las parroquias, los restaurantes, los frutales y los campos sembrados de trigo invernal. Después de Vignola, subiendo, sigue Guilia y el parque regional dei Sassi di Roccamalatina y de allí, se llega a Zocca, la ciudad natal de un famoso cantante italiano, Vasco Rossi: en el último concierto que dio en Módena, los participantes superaron las 200.000 personas, inundando la ciudad de gente.

Llegué al pueblo, bajé del coche y recorrí las calles del centro, cruzándome con tres ancianos por cada persona de una edad inferior a los 40 años. Los jóvenes dejan las colinas, abandonan las tierras de sus abuelos y el precio de las casas baja constantemente. En algunas aldeas, se puede arrendar una casa por una ganga para evitar que estas queden abandonadas y en otras pagan para que uno cambie allí su residencia.

Los bares estaban llenos de gente gustando el segundo o tercer café del día. Los transeúntes se detenían en las veredas para hablar entre ellos y desde las panaderías, las casas y restaurantes huían aromas sin tiempo. Entré en un almacén a ver la fruta, la verdura y los tomates, que dominaban con su rojo encendido. Compré un kilo para comerlos así con chocolate crudo y sin leche, lo que les da un sabor ligeramente amargo, mezclando el dulce ligero con el ácido agudo.

Compré los periódicos y me senté en la plaza principal, donde se impone un monumento a los caídos de todas las guerras, porque estas tierras han conocido y sufrido las guerras y entre ellas la Primera y Segunda Guerra mundial, con la invasión alemana y la liberación. Cada familia recuerda un abuelo muerto en el campo de batalla o en un campo de concentración. Desde la plaza se puede apreciar el valle y en fondo, hacia el sur, las cumbres más altas de los Apeninos.

Leí los periódicos, respiré el aire de montaña y caminé despreocupadamente por la calle principal, pensando en las noticias. Macron está cada vez más débil en Francia y las encuestas pronostican pésimos resultados, la reducción del poder de compra lo ha penalizado y las muchas expectativas que creó su aparición repentina en política. Ya no se habla de la convergencia entre Francia y Alemania y seguramente el fuerte eje entre Berlín y Paris ya es parte del pasado. La señora Merkel prepara su retiro y las protestas en Francia sacuden desde abajo el sistema. El Reino Unido sufre la impotencia de la primer ministro y un despertar violento ante la difícil realidad del brexit. En los Estados Unidos, el presidente se encuentra cada vez más aislado y con serios problemas de credibilidad a nivel nacional e internacional. Cada día tenemos nuevas noticias de problemas de toda índole y sobre todo legales, aunque en Corea, al parecer, se ha esfumado el riego de una guerra eminente.

Volviendo del mundo a Zocca, siento rodar el uso de nuevos adjetivos u otros, con matices diferentes. Una abuela cuida a sus nietos y les habla en dialecto. Al sur, el cielo, que estaba completamente despejado, muestra manchas blancas, grises y negras. Llegó la hora de volver, miró hacia el valle y veo la llanura, que se extiende hacia el noreste como las alas abiertas de un pájaro en vuelo y allá abajo me espera la niebla como un presagio fiel del invierno, mientras el Gobierno tiembla ante el peso de sus propias contradicciones.