«Tú eres, tiempo, el que te quedas, y yo soy el que me voy».

(Luis de Góngora)

A propósito de los conceptos de espacio y tiempo, es claro que los más importantes y certeros conocimientos y descubrimientos se encuentran en las ciencias físico-naturales y matemáticas, las experiencias cotidianas y la creatividad artística. El continuo espacio-tiempo es, en términos antropológicos, una de las experiencias existenciales decisivas del ser humano, por ella y a través de ella, se alcanza la conciencia de la finitud y fugacidad de la existencia, pero también se percibe la presencia de una necesidad psicológica y social que anida en el interior del ser humano: la de no ser sólo espacio-tiempo.

Una experiencia infantil

Mi relación con el espacio-tiempo es con el espacio-tiempo, así, en unidad. El espacio y el tiempo no constituyen dos realidades separadas –tal como se las consideró durante muchos siglos-, sino imbricadas. Desde niño supe que ocupaba un espacio, pero lo que más me impactó fue percibir que en aquel espacio me movía de instante en instante, de ahora en ahora, devenía, pasaba del pasado al presente y de este al futuro.

Comprendí, como comprende un infante, vivenciándolo –y esta es la mejor manera de comprender-, que el continuo espacio-tiempo no es una realidad que sobreviene a mi vida desde afuera, sino que mi vida es espacial y es temporal en el mismo instante, y esto supuso una clara consciencia de la finitud, de la muerte y del devenir.

Esto percibí de niño, y también experimenté el deseo de trascender el espacio-tiempo, de no estar sujeto a él, y fue en ese punto ontológico o metafísico donde sentí que ni el devenir, ni el presente, ni la muerte me contienen o, al menos, de que existe en mí algo que se resiste a ser prisionero en el espacio-tiempo hasta el final de mis días. Esto no prueba que tal sensación corresponda a algo real más allá de la subjetividad angustiada en la finitud, pero evidencia que en esa subjetividad habita el dilema enunciado por William Shakespeare (Hamlet):

«Ser o no ser, esa es la cuestión».

El vivaz Spinoza, en su *Ética”, postuló que todo lo que existe desea seguir existiendo, perdurar en el ser. Este deseo de durar, y durar de modo constante puede ser una simple estratagema de la naturaleza, para hacer la vida más llevadera y que alcance sus objetivos intrínsecos, biológicos y psíquicos, de reproducción permanente de las formas de vida (más o menos esto afirmaba el iluminado y angustiado Schopenhauer); pero también cabe la posibilidad de que en la realidad exista una respuesta a tal deseo de permanencia. Creo que no debe cerrarse la puerta a tal opción. ¿Qué perdemos con dejarla entreabierta?

Logo-afectividad

Con el paso de los años (de Cronos, el tiempo) caí en la cuenta de que aquella experiencia infantil, primigenia, intuitiva, pre-conceptual, revelaba algo más y fundamental: que la racionalidad no es sólo concepto y matemática,Logos en suma, sino también emotividad, instinto, afectividad, intuición mental y sensibilidad corporal (Eros). La racionalidad es Logo-afectiva o Logo-erótica, y en ella la prioridad no es el pensar en solitario, como creía Descartes, ni el sentir per se, como suponía Agustín de Hipona, sino el sentir que piensa y el pensamiento que siente, tal como supo apreciar el filósofo español Xavier Zubiri, con la salvedad muy importante de que en el arranque de todo proceso cognitivo se encuentra no el concepto, sino la afectividad, el deseo-placer de conocer que Aristóteles menciona al inicio de su Metafísica. La Neurociencia, la Física Cuántico-Relativista y las reflexiones y experiencias artísticas, ofrecen descubrimientos importantísimos sobre este tema.

De la finitud al infinito

Otro asunto de altos quilates derivado del continuo espacio-tiempo, es, como he dicho, el de la finitud, y de si es factible o no abandonarla para penetrar en la infinitud de lo eterno. Algunos sostienen que el anhelo de eternidad se origina en el miedo a la muerte, y que no responde a nada objetivo, es un consuelo evasivo y desorientador. Ciertos estudiosos afirman, por el contrario, que el espacio-tiempo no agota el campo de lo posible, y que la aspiración a la eternidad encuentra respuesta en algo – o Alguien – distinto a la conciencia personal, pero con el cual ésta conciencia mantiene una relación estructural, orgánica. En ambas hipótesis falta la prueba que haga evidente su contenido, motivo por el cual otros, también conocedores y sabios, proponen una tercera alternativa: desentrañar el funcionamiento de la realidad desde la realidad misma sin requerir de instancias no evidentes o no probadas. Esta perspectiva –dicen sus cultores- documenta el deseo de eternidad pero no le otorga validez objetiva ni tampoco lo declara un disparate subjetivista, lo deja estar mientras busca la evidencia probatoria en un sentido u en otro.

¿En qué consiste la historicidad?

Conviene dar un paso más en estas reflexiones, e introducir la noción de espacio-tiempo histórico o historicidad. Las sociedades humanas están infectadas de sectas, fanatismos y odios que se disfrazan con palabras como amor, misericordia, justicia, libertad, espiritualidad, patria, patriotismo e igualdad, pero lo que cada secta busca es imponer un tipo de pensamiento-emoción y unos intereses económicos y de poder.

Su propósito es convertir a cada ser humano en gemelo intelectual y espiritual de cualquier otro, y esto no se puede lograr sin degradar, destruir y aniquilar. A tal sectarismo subyace la creencia de que el continuo espacio-tiempo esta regido por una férrea conexión causa-efecto, conocida por un grupo de personas afortunadas que se asumen como misioneras de la verdad (elegidos de los dioses, intérpretes de la historia, mesías políticos, depositarios de alguna revelación). Es ésta la conocida tesis del determinismo histórico. La historia humana, afirma tal hipótesis, es un proceso natural-objetivo sin sujeto, lo cual, a todas luces, es un absurdo, porque la historia humana no puede ser sin la acción de los humanos. La subjetividad creadora es clave en la comprensión de la historicidad, y ésta queda anulada en la tesis del determinismo historicista.

¿Es posible formular una explicación de la historicidad que no ofrezca justificaciones misioneras de ningún tipo? Sí. La vía para lograrlo es concebir la historicidad como un sistema de probabilidades y propensiones fundamentado en una raíz antropológica: la persona. La historicidad no es un rígido mecanismo de causas y efectos, y es por esto que para hacerla inteligible resultan claves nociones como probabilidad, posibilidad, variabilidad, azar, aleatoriedad, sincronicidad, riesgo, acción, voluntad, subjetividad, creatividad y oportunidad. Nadie, ni persona ni grupo, puede argumentar que posee el conocimiento de lo que fue, de lo que es y de lo que será. Al estudiar los procesos históricos debe observarse, además, que sus contenidos son un subproducto de la emotividad, afectividad, intereses y sensibilidad de las personas. El eje articulador del continuo espacio-tiempo en todo proceso histórico (historicidad) es la persona. Se trata del principio personalista, tan manipulado, avasallado y excluido por todas las ideologías y todos los poderes.

Aquí les dejo este pensar-sentir para que estimulen el de ustedes, y realicen el consejo del costarricense Julián Marchena en el poema Deja correr el tiempo:

«No desesperes nunca. La sombra es precursora de la luz que hay en ti».