Juan Precioso jura y promete a su madre que irá a visitar Comala para conocer a su padre, Pedro Páramo, y pedirle lo que le corresponde y no le ha dado. Unos pocos días después de la muerte de su madre, parte. En el camino para Comala, se encuentra con un arriero y ambos se acompañan, bajo el sol de agosto, hasta el pueblo semiabandonado y antes de llegar, el arriero le muestra las propiedades de Pedro Páramo, que llegan hasta donde se pierde la vista y le dice que él también es hijo del mismo padre, el dueño de todo, que con su despotismo, destruyó el pueblo. La empresa de Juan Precioso se transforma entonces en reconstruir la historia del pueblo y su pasado.

El estilo de escritura de Juan Rulfo es simple, frases cortas bien hilvanadas. Pero la estructura es compleja, con saltos en el tiempo, donde se confunde la realidad con la fantasía y la fantasía con la realidad y se mezcla la vida con la muerte. Juan Precioso cae en la misma trampa en que cayeron todos los habitantes del pueblo, la incapacidad de actuar, de relevarse al destino, de perseguir su propia suerte y muere allí sin alcanzar sus objetivos.

Pedro Páramo es una de las obras clásicas de la literatura latinoamericana y algunos afirman que Gabriel García Márquez se haya inspirado en los libros y cuentos de Juan Rulfo: ellos se conocieron y fueron amigos. Quizás Comala sea un proto-Macondo o quizás el destino, que describen ambos autores, usando cada uno su espacio y tiempo, sus dramas e historias, sea el destino inconsolable de Latinoamérica, un continente que se ha perdido en la búsqueda imposible del pasado, que ya no existe, bajo la tiranía de caudillos y caciques, que nunca han pensado más allá de sus deseos inmediatos y han ignorado completamente el futuro, que se construye poco a poco, con trabajo y esmero. Con Juan Rulfo nace el realismo mágico y el autor, que el año pasado hubiera cumplido 100 años, anticipó el boom de la literatura del continente, dándole forma, dirección y contenido.

La novela latinoamericana se convierte en la descripción de un mundo imaginario e irreal, que sirve de espejo y metáfora para entender el drama de nuestra realidad. Quizás porque la realidad misma supera la imaginación y se presenta doliente y fragmentada, de modo que el único medio para describirla sea alejándose de ella, creando un espacio ficticio, una ventana para observarla y ver sus tierras fértiles convertidas en cementerios y los cementerios en lugares paganos, donde se celebra la vida con la muerte.