Dice el gran poeta y cantautor Juan Manuel Serrat que «nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio». Hace falta valor para enfrentarse a ella. Pues bien, resulta que hace 300 años hubo un grupo de intelectuales –Kant, Diderot, D'Alembert, John Locke, o hasta políticos como Gaspar Melchor de Jovellanos- que se enfrentaron cara a cara con la esencia del ser humano para llegar a la conclusión de que para avanzar y conseguir pasos hacia una utopía de un mundo mejor primero hay que favorecer el conocimiento, el aprendizaje, la razón crítica y la ciencia. Es la mejor forma – incluso para aquellos que no crean en nada- que tenemos de honrar nuestro paso por el mundo haciendo de él un lugar mejor, tanto para nosotros como para las generaciones venideras.

¿Qué ha pasado desde entonces? Básicamente una mejora notable y exponencial a todos los efectos y en todos los campos – salud, investigación, tecnología, confort, ocio - que nos han permitido alcanzar los altos estándares de calidad de vida de los que disfrutamos actualmente. Con una población de más de 7.000 millones de habitantes hoy en este planeta la esperanza de vida en su conjunto según datos del Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud se sitúa en los 70 años. Más aún, 6.600 millones de personas no viven en pobreza extrema y eso es todo un logro. No es justo ni una realidad tolerable que todavía 400 millones de personas sobrevivan en esa situación de peligro, pero aún así no deja de ser un logro que hay que mejorar para conseguir, como se consiguió con la tasa de alfabetización, que la salud y el conocimiento lleguen a la totalidad del género humano.

Día a día desayunamos con noticias de catástrofes, políticos corruptos, dictadores, asesinos, violencia de todo tipo y nuestra mente nos juega la mala pasada de lo que Daniel Kanheman llamó la probabilidad heurística. Es decir, nuestro cerebro no quiere trabajar, pensar es un proceso arduo que gasta bastante energía y tiempo, por lo que es más sencillo sacar conclusiones rápidas a partir de asociaciones de información e imágenes. Es decir, si hay casos de balconing de chicos ingleses en Mallorca, automáticamente damos por hecho que todos los chicos jóvenes ingleses son un peligro potencial pues se dedican a suicidarse después de beber hasta la extenuación. Esa sería la visión de la realidad que tendríamos si sólo nos guiásemos en nuestro juicio y conocimiento de la realidad por las noticias de informativos.

Así, no es extraño que un alto porcentaje de la población tanto en España como a nivel mundial estemos tristes, alicaídos, estresados y deprimidos. Recordemos que de nuevo nuestra mente trabaja en nuestra contra y no pone límites a lo malo, que procesa como infinito, y sí acota lo bueno. Un logro. Un éxito. Nos situamos automáticamente en una realidad dominada exclusivamente por lo negativo o la violencia que da miedo y el miedo es siempre paralizante y desmotivador. ¿Pero hay razones para estar así? ¿Verdaderamente hemos llegado a la cima del progreso humano? La respuesta a estas cuestiones la intentó dar el profesor de psicología e intelectual Steve Pinker (Montreal, Canadá, 1954) en su obra La Nueva Ilustración o The New Enlightement now en su título original inglés.

En esta obra, Pinker analiza uno a uno en detalle todos los principales indicadores de calidad de vida – salud, riqueza, calidad del medio ambiente, desigualdad, seguridad, democracia – llegando a la conclusión sencilla de que como base vivimos y llegamos a un mundo lleno de amenazas y peligros de todo tipo pero en el que hemos alcanzado summa cum laude en la calidad de nuestra vida en él. Es decir, hemos progresado enormemente escribiendo una historia de errores, estupideces monumentales, violencia extrema (incluso en la Revolución Francesa con Robespierre) pero también de logros sin parangón en ciencia que nos has ayudado a alcanzar no un mundo ideal pero si un mundo en el que podemos acceder a un conocimiento infinito que sería casi impensable para generaciones anteriores y que nos permitirá llegar aún más lejos en ese camino sin perder nuestra esencia humanista.

Evidentemente, es una postura que podría calificarse de naif, si no fuera porque está refutada con datos y, con la brújula más infalible de todas, el sentido común. Por supuesto siempre habrá profetas del desastre anunciando a lo Nostradamus el Apocalipsis a cada segundo o aquellos que sacan rendimiento de la visión romántica antihumanista y antiilustrada del «cuanto peor, mejor» (de eso saben muchísimo los actuales políticos populistas que infectan miedo a las masas constantemente) o aquellos superecologistas que ven la propia existencia humana como un riesgo o atentado a la naturaleza en sí misma. Como si fuéramos el peor de los virus.

Más sensatez y menos sentimentalismo barato. Evidentemente cada cual vivirá sus propias circunstancias como las más importantes – de poco me sirve vivir en el cómodo mundo desarrollado si no tengo trabajo, no puedo desarrollar bien mi talento, hacer proyecciones en mi proyecto de vida y tener mi independencia- pero en conjunto podemos estar satisfechos y reconocer que, al menos algo hemos hecho bien.

Porque el conocimiento, igual que el camino del progreso o la capacidad de la mente humana, es infinito, nos toca repetir como un mantra Sapere aude o atrévete a saber, que dijo Immanuel Kant para salir de ese estado de infancia mental o incapacidad de usar la razón sin la guía de otra persona. Nos convertiremos en ciudadanos mucho más eficientes, más interesantes y, sobretodo, más felices.