En la sociedad contemporánea vivimos tan cargados de prejuicios y estereotipos que con frecuencia juzgamos y desestimamos las experiencias de los otros, sobre todo si estas son experiencias de victimización. Cuando se trata de las mujeres víctimas de violencia por razones de género es común escuchar que eso les ha ocurrido por su baja autoestima, por ignorancia, al poseer un bajo nivel educativo, por la pobreza, porque seguro y en el fondo lo disfrutan; por unirse a hombres también ignorantes, de bajos recursos, con antecedentes de violencia, criminales, o en el menor de los casos asiduos consumidores de alcohol y drogas.

La violencia contra la mujer siempre es concebida como un hecho externo, lejano, ajeno, como algo que no puede pasarnos porque es una situación en la que «esa gente» se coloca, producto de sus condiciones de vida y sus decisiones, algo que no podría pasarnos a «nosotros» porque somos otro tipo de personas, además, con conocimiento de nuestros derechos y de las leyes que nos protegen; sin embargo, estas afirmaciones no son más que una falacia, la realidad es que la violencia por razones de género trasciende los estereotipos y cualquiera, con independencia de su clase social, nivel educativo, pertenencia étnica, grupo etario o preferencia sexo-afectiva puede convertirse -sin siquiera advertirlo- en víctima o victimario.

No obstante, pese a que los medios de comunicación se han caracterizado desde sus inicios por la invisibilización de las desigualdades sociales, la producción, reproducción y promoción de la dominación masculina, la anulación e invalidación de la crítica de los contenidos de carácter sexista que son difundidos, aunado a que en las pocas oportunidades en las que estas se cuestionan terminan por asumirse -como lo ha denominado Northrop Frye en su libro Anatomía de la crítica- como una ironía militante -en la cual se declara abiertamente que se aceptan las situaciones objeto del ataque de la sátira-, no deja de sorprender el explícito abordaje del tema de la violencia contra la mujer en la serie Big Little Lies.

La serie de 8 episodios dirigida por Jean-Marc Vallée e inspirada en la novela homónima de la australiana Liane Moriarty, es un intento de desmitificar la violencia contra la mujer, un esfuerzo por desestereotipar a las víctimas y a los victimarios, pero sobre todo, una pretensión de develar las formas de desigualdad y violencia aún no superadas y que continúan experimentando las niñas y mujeres en la sociedad actual.

La trama de Big Little Lies se desarrolla en torno a 5 familias ricas en California, y en la que se cuentan distintas historias atravesadas por la violencia ejercida y originada por un mismo victimario, del cual nadie podría sospechar porque no encaja con el estereotipo del maltratador: Perry, el hombre atractivo, profesional, exitoso, cuyo matrimonio, familia y vida parece ser perfecta ante la mirada de la comunidad, es en realidad un maltratador. La conducta de este personaje oscila entre las prohibiciones impuestas a su esposa Celeste, los reproches, las violentas agresiones físicas y las brutales embestidas sexuales, para luego reiniciar el ciclo con disculpas, regalos y promesas de cambio que por supuesto nunca ocurren. Pero estas agresiones no solo tienen consecuencias en la vida de la «idílica» y reservada pareja, pese a que ambos consideran que lo que ocurre tras las puertas de su habitación no afecta a sus hijos, uno de ellos también se ha convertido en un maltratador. Emulando las agresiones que ve y escucha a su padre infringir a su madre, uno de los niños intentar estrangular el primer día de clases a una de sus compañeras del primer grado, victimizándola durante toda la historia y a quien bajo amenaza nadie se atreve a delatar.

El codiciado «hombre perfecto» -hilo conductor de todas las historias- es también el hombre que violó en otra ciudad a Jane, la madre soltera que llega a Monterrey para tratar de recomenzar su vida; así mismo, se infiere por la iracunda respuesta que lleva a la muerte al protagonista, que Bonnie –cuya historia es poco desarrollada en la trama y no parece tener nada que ver con este personaje-, también pudo ser víctima de un ataque sexual por parte del violento Perry.

Esta narrativa pone en evidencia que, el propósito de esta serie o al menos su resultado, ha sido demostrar que aunque no lo parezca, tras la apariencia de perfección, armonía, riqueza y estabilidad, en cualquier lugar y en cualquier momento, las mujeres son o pueden ser victimizadas, convertidas de forma silenciosa en protagonistas de historias de violencia, cuyos victimarios pueden ser niños y hombres de los cuales jamás sospecharíamos.