Desde dos años antes cursaba entonces en París mis estudios de postgrado y me había familiarizado ya bastante con la ciudad, la Universidad, distintas otras instituciones de investigación y educación superior, estudiantes franceses y de diferentes países, principalmente latinoamericanos. Como se ha escrito, París no se acaba nunca; es en efecto interminable, no sólo porque proviene desde hace mucho, sino porque se renueva todos los días, y también por las huellas que deja en quienes viven allí un tiempo. Mis dedicaciones de estudio fueron arduas, pero las horas entonces se multiplicaban, incluyendo la dedicación necesaria cada día para leer Le Monde, que se publica con fecha del día siguiente, como si lo ocurrido cada vez debiera verse como se pueda ver en el tiempo que siga.

Con todo, la mayor experiencia que me deparó París, aparte los estudios, fueron sin duda los acontecimientos de mayo. Desde fines del año anterior asistía al curso sobre sociología del desarrollo que impartió Fernando Henrique Cardoso en la Universidad, Faculté des Lettres, sede Nanterre, territorio originario de Cohn Bendit. Los acontecimientos que terminarían de estallar en mayo estaban todavía en ciernes, aunque ya era visible en Nanterre una mayor efervescencia estudiantil, debida tal vez a la mayor concentración territorial respecto a la relativa dispersión en la rive gauche de París centro. El ambiente que podía percibirse del movimiento estudiantil, sin embargo, me sorprendió, y hasta me resultó chocante; era, al menos en lo que fueron sus inicios, claramente distinto y aún enteramente opuesto a los estereotipos del movimiento estudiantil en Chile: autorreferente, de vanguardismo desvinculado y hasta irreverente en relación a las luchas populares, anarquizante, si acaso marcusiano y, por cierto, desentendido del marxismo.

Me sorprendió después quizás todavía más la rapidez con que se extendió al conjunto de la sociedad, la envergadura que cobró. Me impresionaron la prontitud con que ocurrió la sucesión de huelgas de los trabajadores, hasta el completo y prolongado paro general, y la enormidad multitudinaria de las grandes manifestaciones (Nous sommes tous/ dans la rue...), el peso manifiesto del Partido Comunista, parte entonces consustancial de Francia, la robusta disciplina de la CGT (Confédération Générale du Travail) evitando la represión de las fuerzas policiales; y... me irritó el descalificatorio ninguneo de Cohn Bendit por parte de Georges Séguy, secretario general comunista de la CGT: «Cohn Bendit, qui est-ce?».

En suma, viví activamente todo lo acontecido en todo cuanto pude, pudiera decir que como acucioso observador participante; pasé de una perplejidad a otra sin la impresión de haber entendido a cabalidad lo ocurrido, o su sentido, o todas sus implicaciones; y regresé a Chile a fines de ese año cargado de recortes de periódicos y revistas, y de libros de distintos autores con las muchas y muy diversas interpretaciones...

En el mismo año de 1968, en el mismo mes del movimiento de mayo en Francia, que en realidad concluyó a fines de junio, desde poco antes o poco después, distintos movimientos sociales sacudieron el mundo en distintos países; quién sabe hasta qué punto pueda afirmarse respecto de Europa, de donde suele decirse que «cuando Francia estornuda, Europa se resfría», pero a mi juicio no tiene base atribuir el epicentro al mayo francés.

Por el contrario, por ejemplo en los EEUU fue un año de grandes movilizaciones en contra de la guerra en Vietnam o contra la discriminación racial, en buena parte animadas por la juventud, pero difícilmente se pueda decir que por el movimiento estudiantil; ese mismo año, en Japón, el movimiento estudiantil se desplegó en contra de la persistente presencia militar de los EEUU, que ya había provocado antes fuertes huelgas de trabajadores. Y en lo que respecta a América Latina, donde el movimiento estudiantil es de vieja data, por ejemplo en Chile, el movimiento por la reforma universitaria, que se dio antes en distintas universidades del país, se zanjó en la Universidad de Chile a mediados de año con un pacto entre el presidente de la Federación de Estudiantes y el rector de la Universidad; mientras en México, en cambio, el movimiento estudiantil, que gestó un Consejo Nacional de Huelga por la liberación de los presos políticos y el cambio democrático en contra del partido gobernante, se saldó con la cruenta represión a fines de año en la plaza de Tlatelolco.

Tampoco tiene mayor asidero la hipótesis según la cual sería el movimiento estudiantil el que reemplace al movimiento obrero en la lucha contra el capitalismo. Lo que tal vez sí puede afirmarse, cincuenta años después, es que el mayo francés y la coincidencia de todos los distintos movimientos ocurridos ese año, terminaron de dejar desde entonces claro que los grandes movimientos sociales, si se quiere las eclosiones sociales, pero también los grandes procesos de transformación social, no pueden provenir sino de una conjunción de fuerzas de distintas condiciones y carácter, cada vez más diversificadas, según factores de situación económica, culturales, de género, de luchas medio ambientales, por la libertad y los derechos políticos, por los derechos de los consumidores y las demandas ciudadanas en general.