¿Por qué escribo? Cuántas veces me he hecho esta pregunta.

¿Por qué escribimos los que escribimos por el mero hecho de escribir? ¿Qué necesidad tenemos, si ni tan siquiera nos ganamos la vida con ello?

Pues sí, tenemos necesidad. No sé muy bien el por qué ni el por qué no, simplemente sé, y soy consciente, que con el tiempo, la hoja de papel o la pantalla en blanco del ordenador se convierten en ese espacio nuestro en el que volcar nuestro sentir de la vida o vomitar pensamientos que nos estorban.

Se escribe de la experiencia, se escribe de la propia vida. No necesitamos inventar nada, simplemente estar atentos y escribir.

Escribo porque me sirve, me beneficia enormemente y consigue que mis pulsaciones y mi estado mental queden, por unos instantes, en equilibrio.

¿Y qué ocurre con el que te lee? El que te lee siempre depende de su predisposición o interés. Hay quién te lee con un claro objetivo, el de interpretar lo que escribes a su manera, y hay quién te lee con el ánimo de descubrir cómo eres y lo que sientes.

Pero, el que escribe, ¿para quién lo hace? Lo hace para él.

Escribo para mí y por eso, aquél que lee palabras y frases a veces fuera de contexto, tan solo puede interpretar o percibir lo que él cree, nunca lo escrito como realidad.

He reflexionado muchas veces sobre la escritura. He recomendado siempre, y recomiendo, la escritura en momentos de pesadumbre, de planteamiento de objetivos y metas, o por desahogo. Simplemente es así y el que lo quiera entender que lo entienda y el que no, pues que no lo haga.

Sé que muchos de los que me conocen, otros que no pero me leen y algunos que les interesa cotillear, pensarán que para qué lo hago, para qué lo hacemos esos raros que escribimos palabras al azar. Realmente es de gilipollas abrir públicamente tu alma, debilitando tu ser. O no. Tal vez escribir fortalece más que debilita.

Opino que escribir puede ser una forma de resistir, de sobrevivir en momentos difíciles y llegar a confiar en uno mismo.

Escribir es resilienciar. No sé si existe este verbo que, desde mi punto de vista, consiste en ejercer la resiliencia.

La resiliencia, como saben, es la capacidad que tiene una persona o un grupo de recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro. En muchos momentos, las circunstancias difíciles permiten desarrollar recursos que se encontraban latentes y que desconocíamos hasta el momento.

Escribir te obliga a analizarte, a culparte, a criticarte, enjuiciarte pero también a impulsarte a seguir adelante. Escribiendo podemos llegar a reestructurarnos internamente.

El ser resiliente se hace con el tiempo, fundamentalmente pasando por baches y adversidades, asumiendo culpas, fracasos; siendo capaz de perdonarse para poder seguir adelante y no dándose por vencido.

Y así, tal vez, escribiendo, para algunos surge la fuerza que nos impulsa a seguir. Aquel que no escribe olvida y olvidar nunca es bueno porque el viento se lo lleva todo y a veces es positivo acordarse de los errores para no volver a cometerlos.

¿Soy resiliente? No lo sé. Me esfuerzo por serlo. Lo escribo. Me comprometo.

Busco aprender de las dificultades. La ansiedad me obliga a sentarme frente al papel y, curiosamente, cuando estoy escribiendo, es como si vomitara todas mis miserias, mis penas y puedo contemplarlas desde la distancia, siendo capaz así, de regañarme, criticarme o aplaudirme.

Un jarrón roto, si lo pegamos, nunca volverá a ser el mismo. Escribiendo soy capaz de hacer un mosaico con los trozos rotos, e intentar transformar la experiencia dolorosa en algo mínimamente poético. Es la resiliencia, es la escritura resiliente.

En tiempos de cólera: escribamos.