«Quizás los buenos no existen»
(«Maybe there are no good guys»)

(Abby Griffin, Los 100)

Que soy ávida consumidora de ciencia ficción y fantasía no es un secreto. Como tal, estoy acostumbrada a la suspensión de incredulidad y a aceptar las normas establecidas en cada uno de los universos imaginarios. Lo más habitual es encontrarse con narrativas en las que hay una clara división entre «los buenos» y «los malos», con el esporádico antihéroe intentando traer un poco de diversidad a una espectro principalmente blanco y negro.

Recientemente he visto una serie llamada Timeless en la que un grupo de viajeros del tiempo luchan contra Rittenhouse, una organización «malvada que quiere dominar el mundo» reescribiendo la historia de Estados Unidos. Se trata de una premisa bastante popular: los buenos quieren defender la historia y los malos destruirla. Si uno juega bien sus cartas, esta idea puede presentar multitud de posibilidades: ¿Quién tiene derecho a decidir qué es bueno? ¿Por qué hay que defender una historia que, claramente, podría ser mejorable? ¿Curren las cosas porque estaban destinadas a ocurrir?

Sin embargo, el enemigo de Timeless es una oscura organización de la que nosotros, como espectadores, no sabemos prácticamente nada. Debemos aceptar que son malvados porque «quieren dominar el mundo» y «cambiar la historia». Porque en 1700 uno de sus miembros fundadores era racista y misógino (algo bastante habitual en la época). Cuando aparecen preguntas del tipo «¿por qué se ha unido a Rittenhouse?», la respuesta es «familia», «destino« o «legado», por lo que la moralidad es inexistente.

Aquí está el problema: si los creadores no confían en su audiencia para decidir que Rittenhouse es malvado por sí misma, ¿cómo pretenden que ésta se enfrente a las cuestiones morales que intenta presentar?

Timeless presenta un conflicto basado en el «nosotros contra ellos», en el que «nosotros» siempre son los buenos. Y es una formula que, obviamente, funciona. Millones de historias se han escrito bajo esta idea. Pero es en el momento en el que se compara con otra que toma el concepto y le da la vuelta, en el que uno se da cuenta de lo terriblemente aburrido e irrealista del concepto.

Una serie que, en mi opinión lo hace muy bien es Los 100. Esta serie ha explorado cuidadosamente la idea de que «los buenos no existen» a lo largo de sus cuatro temporadas. Sus protagonistas se encuentran una y otra vez ante el dilema «nosotros o ellos» y se ven obligados a actuar de forma radical para proteger a unos u a otros.

En la primera temporada, 100 delincuentes juveniles son enviados desde su nave espacial a la Tierra, para comprobar si ésta vuelve a ser habitable. Los delincuentes no tardan en descubrir que A) la Tierra sí es habitable y B) la Tierra ya está habitada.

Los habitantes de la tierra son el enemigo de esta primera temporada y si Los 100 hubiese seguido la receta de Timeless, seguirían siendo los enemigos: unas personas salvajes y violentas que quieren destruir a nuestros héroes. En su defecto, los creadores explican las motivaciones de los terráqueos. A través de pequeñas ventanas a su cultura, el espectador puede entender mejor cómo viven, cómo piensan. Y, lo más importante: el por qué de sus acciones. Más importante todavía: los terráqueos no son una entidad homogénea de gente que actúa de la misma manera por los mismos motivos. De igual modo que tú, querido lector, no actúas exactamente igual, ni piensas de la misma manera que la persona sentada siete filas detrás de ti en el autobús.

Termina la primera temporada. Comienza la segunda y el enemigo ya no son los terráqueos, sino los hombres de la montaña: una colonia de personas que viven atrapadas en un búnker. Incapaces de sobrevivir a la radiación del planeta, realizan experimentos sobre los terráqueos para encontrar una solución y poder volver a ver la luz del sol. La solución que se presenta cuando capturan a uno de nuestros protagonistas y descubren que si se inyectan la médula espinal de los protagonistas (y toda su comunidad), pueden sobrevivir a la radiación.

La moralidad de los hombres de la montaña es cuestionable, pero la serie no los pinta como monstruos inhumanos. Los creadores se esfuerzan por mostrar que no todos los miembros piensan de la misma manera, que existen disidentes muy vocales, existen artistas y soldados, familias, ancianos y niños. La serie muestra cómo las decisiones de unos pocos líderes ponen en riesgo la vida de todos y se esfuerza por humanizar al enemigo. Porque es muy fácil decir este es malo o este es bueno, hasta el momento en el que sabes por qué actúa de la forma que lo hace.

Y no estoy diciendo, ni mucho menos, que Los 100 sea una serie perfecta. Al contrario, tiene algunos problemas bastante flagrantes. Pero lo que sí puedo afirmar es que, a nivel de personajes, en el momento de presentar dicotomías morales y situaciones aparentemente imposibles de afrontar, lo hace de una forma lógica y orgánica, triunfando allá donde otros creadores han fracasando.