El espectro de sonidos que ofrece el mundo contemporáneo constituye un entorno de elocuentes vibraciones, mucho más diversas y mayores que las existentes en épocas anteriores. Aquí se perfila la expansión global de dispositivos tecnológicos y electrónicos, medios de comunicación, películas y videojuegos, así como los efectos de una cotidianidad inmersa en la maquinaria y urbanización. En este concurso resonante aparece, ocupando un lugar singular, la música, con una función emocional y sensorial, la cual ha venido acompañando al ser humano durante toda su evolución.

La interacción histórica que hemos mantenido con los sonidos, llevándolos a manifestaciones rítmicas y melodiosas, se habría orientado en muchas culturas milenarias con la comunicación espiritual. Se registra en las sociedades prehispánicas, donde la música comprendía una labor religiosa, política y social. Esta no se concebía como un simple entretenimiento, sino como un canal sagrado, educativo y ceremonial, donde los cantos podían incluso proporcionar la transmisión de mitos, normas sociales, genealogías e historias.

La amplia cronología de la función musical en la línea indohispana y en la esfera occidental presenta también importantes espacios en donde esta acompañaba en las festividades, campañas militares, nacimientos, matrimonios, expresiones artísticas, celebraciones de cosechas, etcétera.

La polivalencia de la música mantendría siempre una importante cercanía entre la religiosidad y las funciones sociales. Sería en occidente, hasta el Renacimiento, donde se marcaría una pauta, la cual llegaría a potencializarse en el siglo XIX, dando lugar a la consolidación de la música como una actividad para disfrute o como una forma de entretenimiento masivo, autónomo y de múltiples finalidades colectivas o individuales.

Ante este precedente, se hace notorio en la actualidad la gradual reaparición de un canto que expresa de forma directa el sentido de limpieza y curación del alma, denominándose como música medicina o medicinal, el cual se alimenta de creencias y cosmogonías indígenas para celebrar, comunicar y compartir el conocimiento, valiéndose de recursos e instrumentos tradicionales, así como medios digitales y sonidos experimentales.

La intención del nuevo canto en agrupaciones como Curawaka, Danit, Ayahuapu, Titi Oda Nazca, Ravi Ram, Peia Luzzi y Luzmila Carpio, entre muchos otros, acerca y estimula a su audiencia a despertar la conciencia, apelando a la sensibilidad para con la naturaleza circundante.

Dichas expresiones musicales fungen como puentes sonoros que inducen al conocimiento en combinación con brebajes compuestos por raíces y elementos naturales cuyos efectos se ciernen en la sanación. En tal sentido dichas mezclas adquieren el nombre de medicina, como resultado del uso y la escogencia de las plantas consideradas por los antiguos como maestras, sagradas o plantas de poder.

Los brebajes medicinales conducen a una sanación psíquica y espiritual, lo cual repercute además en el alivio de padecimientos físicos, cuyos orígenes muchas veces se asocian a la distorsión de energías internas que albergan estos dos planos.

Dentro de estas dimensiones ceremoniales se lleva a la praxis el uso de flores de tabaco, rapé, peyote, cactus wachuma, kambó, hongos psilocibios, hojas de coca y el yagé, o ayahuasca, cuya consistencia proviene de un complejo proceso y combinación de raíces y hojas en secuencia y correlación con la intención, oración, respeto y cantos. El origen de la conjunción de los elementos naturales para conformar la bebida sagrada representa un secreto encerrado en las mitologías milenarias, que todavía se mantiene fuera del alcance de los historiadores y antropólogos.

La manifestación mediática que nos lleva al canto medicinal se presenta ahora en su mayoría por personas “blancas” o no indígenas, quienes se han acercado a las comunidades que aún sostienen estas prácticas ancestrales. En tal aspecto, las creencias y saberes que de forma resiliente persisten desde el fondo de la selva, nos llega al “mundo exterior o contemporáneo” a través de actores no indígenas, quienes principalmente tienen mayor experiencia, recursos y estrategias en los canales de distribución.

En este contexto, el canto medicinal “blanco” genera o suscita cierta polémica. Se junta, en la era de la globalización, un fenómeno artístico que retoma costumbres, saberes, elementos materiales y simbólicos de las culturas prehispánicas, y los inserta en una dinámica de visualización o visibilización, después de algunos siglos en donde dichas costumbres nativas habrían sido relegadas por la “civilización”. Sin embargo, de esta coyuntura surgen también intereses particulares o comerciales que se adecúan más hacia acciones de apropiación cultural.

Las nuevas facilidades de comunicación e interacción de índole cosmopolita aquí permite que artistas músicos se identifiquen con una filosofía donde la energía divina o cósmica se revela en todas las formas y expresiones de vida existentes en la naturaleza y los cuerpos celestes. Se expone, por parte de estos, un comportamiento de respeto y aprecio hacia el aprendizaje que gradualmente podrían proporcionarle los ancianos nativos, guías espirituales, guardianes de la tradición. Este tipo de actores buscan también una colaboración con las comunidades originarias, resguardan los derechos de autor o mención de los pueblos creadores de los cantos. Persiguen una espiritualidad sin ánimo de trivializar. En el caso opuesto, los cantos medicinales llegan al escenario mediático como una arista más de la estética, el lucro y la moda.

Los drásticos cambios que se desplazan en el mundo contemporáneo, la crisis climática y el exterminio de la biodiversidad propician un lugar para que los cantos medicinales puedan actuar como un arte espiritual que encamina hacia una dirección de armonía, sanación, sensibilidad y trascendencia, en equilibrio con el entorno. Esta música, en concordancia con las enseñanzas del chamán o guía espiritual y las plantas de poder, aparecen como parte de una sabiduría oculta, soterrada por la transformación industrial, la enajenación o disociación y la ferviente inducción al consumo.

Los estados que promueven los cantos medicinales se diferencian de la música activista, contestataria o de protesta, cuyas letras denuncian frontalmente aspectos políticos, bélicos, de división de clases, devastación ambiental y otros atropellos del sistema. La entrega aquí consiste más bien en el agradecimiento, en la apreciación sensitiva que se desprende ante el gran misterio de la creación y el universo, la reducción del ego y la distorsión del halo material. Se eleva una celebración donde el presente aparece con la consciencia despierta para percibir la energía natural que aflora de una manera cíclica, constante e infinita. Se genera una lucha contra las calamidades humanas desde otra posición, dando paso a retomar las cosmogonías ancestrales para una nueva orientación de vida.