Querido:

Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo. No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros.

V.

Virginia Woolf eligió una mañana fría y luminosa de marzo de 1941 para terminar con su vida. Días antes ya lo había intentado sin éxito, teniendo que regresar a casa con las ropas mojadas, excusando haberse caído al río. En esta ocasión, llenó los bolsillos de su abrigo de piedras y, consciente de lo que hacía, se sumergió por última vez en el río Ouse. Con esta nota se despedía de su marido.

Se había criado en un ambiente culto y refinado en la ciudad de Londres, frecuentado por literatos, artistas e intelectuales, que se amplió con la entrada de su hermano en la universidad y así la llegada de nuevas amistades a su círculo social. Estos darían en conocerse como el «grupo de Bloomsbury», que se reunía las noches de los jueves y tenía como protagonistas el conocimiento y el anticonformismo político y social (más tarde, su hermana Vanessa, pintora, se casaría con el crítico Clive Bell, y ella misma con el economista Leonard Woolf).

Sin embargo, nunca se sintió conforme con la educación que le fue brindada durante su juventud por su condición de mujer, teniendo que dedicar las tardes, en vez de al estudio, a cuestiones protocolarias, como atender a las visitas, de lo que siempre renegó.

Le preocupaba su posición en el mundo como mujer, motivo por el que en sus ensayos quiso dejar constancia de sus reflexiones al respecto, la construcción social de la identidad femenina, así como de la relación de la mujer con la literatura y el arte, creando gran repercusión en el feminismo gracias a obras como Un cuarto propio («Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción»). E incluso otras más ambiguas, como Orlando, que ofrece misterio y una ausencia de límites entre lo masculino y lo femenino.

En 1930, junto a su marido, creó la editorial Hogarth Press, que acogería la obra de ella misma (que en aquella época ya era una prolífica escritora, además de crítica literaria) y la de otros autores del momento, como Freud o T.S. Eliot.

La vida de Virginia Woolf estuvo consagrada a la literatura, y hoy se la sitúa a la altura de Frank Kafka, Thomas Mann o James Joyce, dentro de los considerados como los grandes renovadores de la novela moderna.

Desde sus primeras obras se observa el deseo por romper los moldes de la tradición victoriana y experimentar con nuevas formas. Escoge centrar el interés en el interior del personaje, dando más valor a los pensamientos y la realidad subjetiva que a las descripciones de acontecimientos externos. Para ello, emplea el estilo indirecto libre, que consiste en contar a través del narrador impersonal y omnisciente; y el monólogo interior, que es la narración a través de un personaje, que reproduce los pensamientos en su forma original, el fluir inconsciente de ideas que se agolpan en la cabeza sin orden ni concierto. De este modo, crea un perfecto equilibrio entre el mundo racional y el irracional.

La enfermedad mental estuvo muy presente durante toda su vida. Fueron frecuentes las crisis nerviosas y los delirios que la llevaron a perder la conciencia de la realidad. Enfermedad y literatura fueron de la mano, con frecuencia coincidieron períodos de fuertes crisis con las últimas fases de alguna de sus obras.

Varios acontecimiento familiares (la prematura muerte de su madre y poco después la de su hermana) la llevaron a la primera depresión, que desembocó años más tarde en un primer ingreso, tras la muerte de su padre. Otra hermana internada en un hospital psiquiátrico y unos supuestos abusos de los que sería víctima por parte de sus medio hermanos pudieron contribuir, según algunos estudiosos, a la aparición del trastorno bipolar que padecía la autora.

Pese a todo, su productividad literaria pocas veces se vio interrumpida; fue capaz de seleccionar sus experiencias personales para hacer con ellas literatura. Uno de los personajes más significativos, claramente su alter ego, es Septimus Warren Smith (La señora Dalloway), que sufre neurosis de guerra y terminará suicidándose. Una vez recuperaba el equilibrio psicológico, empezaba a trabajar en una nueva novela. Pero tras finalizar el manuscrito de su última obra, Entre actos (publicada póstumamente), aquejada de nuevo por la depresión, decide poner fin a sus días.

Hasta tal punto se mimetiza con sus personajes, que en su primera novela, escrita veintiséis años antes del incidente del río, se da un curioso paralelismo entre la protagonista y ella misma. Fin de viaje contiene fragmentos de su vida, así como la concepción de sí misma, y cuestiones relativas a las dificultades en las relaciones entre ambos sexos, la ignorancia sexual, el lugar que ocupa en la sociedad una joven de su clase y el efecto de la muerte prematura de una madre.

Virginia no distingue entre escritura e intimidad. Lo vemos en Al faro, Las olas, La señora Dalloway, en cada una de sus obras. Lo escurridizo del alma, la locura, el suicidio que planeaba por su mente, la superficialidad de las clases sociales altas, las consecuencias de la guerra, el papel de la mujer en su época. Así era Virginia, una autora que se escondía del pavor a la locura tras la tinta de sus obras, que no cejó en su empeño productivo ni siquiera en la más última intimidad, cuando todavía ávida de palabras rellenaba insaciable las páginas de cada uno de los veintisiete diarios que llegó a escribir hasta el día en que nos dejó.

Ahora la editorial Tres Hermanas ha querido deleitarnos con la publicación del primer volumen de los diarios de Virginia Woolf. En ellos se convierte en uno más de sus personajes, con la misma profundidad, humor y humanidad que a estos les dotaba. Llenos de curiosidad nos adentramos en el mejor de todos los universos que pudo narrarnos, el suyo propio, en lo más secreto y misterioso, esos retazos de vida y literatura que la han convertido en una escritura sublime.