Mató más seres humanos que los que cayeron en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial. Enfermó en un tiempo corto a más seres humanos que en cualquier otra época de la historia. Apareció sin dar aviso ni señales premonitorias. Se presentó prácticamente en todas las regiones de la tierra (se dice que solamente no llegó a la Antártida). Su verdadera etiología no se conoció en los momentos en que se presentó. Desapareció casi tan rápidamente como llegó. No respetó linajes, tampoco nivel cultural ni posición económica alguna. Causó pánico generalizado, recordando los viejos tiempos de las epidemias de peste en Europa. Y por último, recibió un nombre afortunado, por el apoyo casi generalizado que recibió, pero totalmente equivocado. Se trata, por supuesto, de la gripe española, o mejor dicho aún, de la influenza española (Spanish flu, como se le conoció en inglés).

Magnitud del problema

¿Cuántas muertes ocasionó en los meses en que reinó por doquier? No hay, aún hoy en día, acuerdo al respecto. Algunos expertos mencionan la cifra de cincuenta millones. Otros dan cifras más moderadas al estimar entre treinta y cincuenta millones los muertos. Lo cierto es que, en todos los sitios en que actuó, elevó considerablemente las tasas de mortalidad. Ni que decir de la morbilidad. Aunque por lo general no se contaron con buenas estadísticas, algunos estiman en mil millones los afectados. De haberse prolongado por más tiempo, la epidemia hubiera colapsado los servicios de atención médica en todos los países del mundo. Por otra parte, sus costos económicos fueron multimillonarios.

Origen y nombre del problema

¿En dónde apareció por vez primera? Tampoco hay acuerdo al respecto. Al principio, su mismo nombre, llamaba la atención sobre su origen, pero no era España el país en donde comenzó la epidemia. La costumbre de llamar una enfermedad por el nombre de un país, un bosque, un río, una ciudad, por el presunto sitio en donde emergió, no era nada nuevo, ya que existió desde hace mucho tiempo y todavía persiste, Así tenemos ejemplos como el de la «fiebre de Lassa», la «enfermedad de Ébola» (río de Africa central), la «enfermedad de Magburgo» (ciudad de Alemania en donde ocurrió un peque brote causado por el virus que lleva su nombre), la «fiebre hemorrágica de Guanarito» (pequeña poblaci{on venezolana), la «fiebre hemorrágica boliviana» (Machupo), el Zika (el nombre de un bosque en Uganda), etc. La OMS ha fijado criterio de que no deben denominarse las nuevas enfermedades con nombres geográficos, de animales, de personas, pero la costumbre se ha impuesto. Y es más que probable que nuevas enfermedades tendrán por nombre el sitio en donde aparecieron por vez primera.

Algunos autores e investigadores opinan que la influenza española surgió en unas barracas atiborradas de soldados en el estado de Kansas, Estados Unidos de Norteamérica (se menciona específicamente el fuerte Riley), enfermando posteriormente el virus a muchos de ellos durante el traslado a Francia, para combatir al lado de ingleses y francesas en contra de las fuerzas alemanas, a principios de 1918. Pero antes, como escriben algunos estudiosos del tema, ya se había iniciado el contagio a miles de personas en diferentes estados norteamericanos. Se estima que en total enfermó el 28 % de la población de ese país y fallecieron, a consecuencia de la influenza, aproximadamente medio millón de personas. El virus continuó su tarea de contagio, pasando muy pronto de las fuerzas combatientes, a la población civil. Era solo cuestión de tiempo, que llegara a otros continentes y se convirtiera en una poderosa pandemia. Todo dependía de los medios de comunicación que existían para la época, en este caso, particularmente el ferrocarril por tierra y los buques por mar. No obstante su lentitud, comparada con los medios de transporte de la actualidad, la epidemia se expandió por todo el mundo en menos de cinco meses.

Otros investigadores han esgrimido la hipótesis de que el virus haya surgido en Asia, especialmente en el sudeste del continente, en donde existen condiciones ecológicas muy favorables a la aparición de virus del tipo H1N1y posteriormente de otros agentes de enfermedades causantes de influenza. Los investigadores chinos por su parte siempre han insistido que la enfermedad les llegó de los países occidentales. Algunos estiman en 30 millones las víctimas fatales causadas por la influenza en dicho país.

En el afán de encontrar los orígenes del virus de la influenza, se menciona también a Europa y en particular a una región del norte de Francia, cercana al mar, con abundancia de condiciones ecológicas favorables para el desarrollo de virus de la influenza. Que se cebara especialmente en jóvenes sanos y fuerte, en lugar de ancianos y niños, también ha sido motivo de muchas polémicas. En el caso de los soldados, es explicable por el estrés sufrido en medio de las terribles condiciones de lucha en las trincheras, con mala alimentación, en medio del barro y la lluvia, teniendo que aguantar bombardeos implacables para luego saltar del refugio y correr en búsqueda del enemigo en medio de una nube de disparos de ametralladoras y fusiles, así como de gases tóxicos, que conjuntados todos ellos, producían una elevadísima mortalidad. Y esto ocurría una y otra vez, a veces sin el descanso necesario por las condiciones de la lucha. Evidentemente estos hombres tenían muy disminuidos sus sistemas inmunológicos, situación que contribuían a incrementar la morbimortalidad.

A todos les tomó por sorpresa. Ninguno esperaba una cosa así. Los principales países estaban enfrascados en la contienda y nada ni nadie podia contrariar sus deseos de lucha y de vencer. Tanto el tigre Clemenceau en Francia, como Lloyd George en Inglaterra y el Kaiser en Alemania secundado por los generales Hindenburg y Ludendorff, solo tenían interés por los acontecimientos del frente y no querían ni podían distraer los esfuerzos por una epidemia mortal. El silencio se impuso y fue prohibido escribir sobre dicho mal inoportuno.

Mientras tanto, en España, país neutral durante todo el conflicto bélico, no había restricciones y la prensa comentaba el avance de la enfermedad, que no respetaba condición social y económica alguna. La situación era ideal para buscar un término acusador. Se comenzó a hablar de la «gripe española» y corrió con tanto éxito que cien años después, pese a que está reconocido que la enfermedad no tuvo su origen en el país de Cervantes, la gente continúa utilizando tal denominación.

Evolución de la pandemia

La pandemia cursó en tres grandes oleadas, cada una siendo más virulenta que la anterior. La primera sobrevino durante los primeros meses del año 1918. Coincidió con la gran ofensiva alemana de marzo que hizo recular 60 kilómetros a los aliados, antes de ser detenida. La sangría continuó cubriendo los campos de Francia y el frente se estabilizó al fracasar la segunda ofensiva germana. Faltaban pocos meses para que terminara la infame guerra, pero los combatientes no lo sabían. La masiva llegada de los norteamericanos, que pisaban suelo francés a un ritmo de 280.000 por mes y el agotamiento alemán terminarían por dar la victoria a los aliados. La gripe española en sus primeros meses tuvo una alta infectividad, pero muy moderada letalidad. La segunda ola se manifestó a mediados de ese famoso año de 1918 y a diferencia de la anterior oleada, ocasionó una elevada mortalidad. Se presentó en agosto. Pero luego, a fines dicho año, después de un breve periodo de poca actividad epidémica, surgió la tercera ola, la cual se extendió en ciertos lugares hasta el año 1920. Para ese entonces, la Primera Guerra Mundial hacía ya tiempo había terminado dado que el armisticio se firmó el día lunes de 11 de noviembre de 1918.

La enfermedad se extinguió tan repentinamente como llegó. Igual sucedió en el pasado. Hubo grandes pandemias de influenza registradas en épocas tan antiguas como en el siglo VIII, tal como refiere magistralmente Laurie Garret en su libro The coming plague, que afectó todo el continente europeo, enlenteciendo la campaña de conquista de Carlomagno al diezmar su ejército. Posteriormente al menos hubo pandemias durante los años 1729, 1732, 1761, 1830, 1833 y 1889. Se ha sugerido que incluso una misteriosa enfermedad que fue denominada en su época (1529) el sudor inglés, que igualmente fue de rápido comienzo y desaparición precoz, afectando principalmente a los jóvenes, pudo haber sido ocasionada por el virus de la influenza. En un principio solamente atacó a las Islas Británicas (de allí su nombre), pero luego se extendió por el resto de Europa. El último brote ocurrió en 1551 y luego jamás se tuvo noticias de tal enfermedad.

Etiología

En un principio se tejieron las más inverosímiles hipótesis sobre la etiología de la enfermedad pero la mayoría de las más serias se inclinaban por otorgarse al Haemophilus influenzae. No fue sino hasta el año 1933 en que un equipo de investigadores británicos, los doctores Wilson Smith, Cristopher Howard Andrewes y Patrick Playfair, lograron aislar el virus de la influenza, A H1N1, la H por la hemoaglutinina y la N por la neuroaminidasa, ambas proteínas que actúan como antígenos, en donde se fijarán los anticuerpos producidos por el sistema inmunológico de los afectados. Genéticamente con el tiempo estos antígenos cambian y en ocasiones con tal intensidad que dan orígenes a nuevas epidemias. Así por ejemplo, la pandemia de 1957 fue ocasionada por el virus A H2N2, y la del año 1968 por el virus AH3N2.

Algunos investigadores creen que los cambios antigénicos se producen con intervalos de diez a doce años. Otros opinan que las verdaderas modificaciones se producen cada ochenta o cien años. Mientras tanto, otros más cautos son del parecer que los cambios que se producen en los virus de la influenza son impredecibles. Serían como los pronósticos del tiempo, se puede estimar la direccionabilidad e intensidad de los fenómenos pero antes de que ello ocurra, es sumamente difícil la capacidad de estimación de los mismos. Como ejemplo tenemos el célebre caso del año 1976, cuando las máximas autoridades de salud de los Estados Unidos calcularon que estaban ante la inminencia de una nueva epidemia de influenza, que devastaría al país con consecuencias mayores a la del año 1918 y por lo tanto dieron vía libre a la producción de una nueva vacuna, erogando varios millones de dólares para tal fin, con la consecuencia de que nunca se produjo la tal epidemia. Ello ocasionó la renuncia de las más altas autoridades que recomendaron hacer la vacuna.

Colofón

La humanidad sigue ante la expectativa de la emergencia de un nuevo cambio genético en el virus de la influenza, que podría ocasionar decenas de millones de muertos y de centenares de millones de enfermos, además de una pérdida económica incalculable, en cifras muy superiores a las que ocasionó la influenza española en 1918. Como resultado, solo podemos confiar en una vigilancia epidemiológica activa y eficaz, así como de la investigación capaz de producir prontamente vacunas efectivas capaces de detener un brote. En igual sentido, debe estimularse el desarrollo de tratamiento antivirales y de las complicaciones, que sean novedosos y de punta, para contar con armas adecuadas para tratar a los enfermos. Por último, seguir investigando para mejorar las pruebas diagnósticas de laboratorio que nos permitan una identificación pronta y veraz de los sospechosos y afectados.