La represión sexual por lo general se asocia a sentimientos de culpa o de vergüenza, además de ser el arma perfecta para mantener a las personas sometidas a ciertos estándares de comportamiento según el grupo de poder que imponga sus normas y reglamentos. De ahí que algunas religiones (principalmente las monoteístas) repriman los deseos carnales o sexuales de sus fieles con futuros castigos en el infierno o lugares de similares características.

Aunque el castigo no se queda muchas ocasiones en el ámbito meramente “espiritual”, algunas religiones aplican en este mundo mortal e imperfecto algunos castigos muchas veces desmedidos que resulten de escarmiento para quienes deseen dejarse llevar por el espíritu de la lujuria que los seduce y lleva por el camino de la perdición.

Esto me hace recordar el Infierno descrito por Dante Alighieri en su Divina Comedia donde se castigaba a los pecadores dependiendo de su peor pecado, entonces el segundo nivel era especialmente para los “lujuriosos” quienes serían castigados eternamente con sufrimiento en las partes nobles (la causa de su sentencia sempiterna).

En algunos países y sociedades conservadoras en temas sexuales (principalmente islámicos), se pueden citar algunos castigos «ejemplares» contra los pecadores, para evitar que otros tomen la senda equivocada, y que sean como quienes se han extraviado en los caminos de los deseos carnales y la satisfacción de sus órganos sexuales:

En países de tradición islámica como Irán, los homosexuales son castigados con la pena capital sin que medie forma de reivindicarse de su camino. Una mujer en algunos países musulmanes, no puede hablar públicamente con un hombre que no sea familiar suyo, tan siquiera puede salir de su casa sin la presencia de un varón de su familia; aunque este aspecto ha cambiado en los últimos años, pero en algunos casos, muchas mujeres se exponen a ser encarceladas, a recibir latigazos o a morir lapidadas.

La niña Asha Ibrahim Dhuhulow de 14 años fue asesinada en Somalia en el 2008, después de haber «deshonrado» a su familia por sufrir una violación por parte de tres hombres de un clan poderoso de la ciudad de Kismayo.

Para los islamistas las sociedades occidentales son depravadas y contaminantes para la pureza que deberían de tener los fieles de dios. Ver pornografía, o tan siquiera ver vallas publicitarias de mujeres en trajes de baño son un choque tan fuerte para los practicantes de esta religión que sus mentes parecen explotar cuando son expuestos a este tipo de situaciones.

Asocian el comportamiento femenino con la manera recatada y conservadora de vestirse y dirigirse a los hombres, aun, el hecho de una mujer hablando libremente con un hombre en una ronda de negocios con musulmanes resulta shockeante y puede significar el fracaso rotundo a la hora de finalizar dicho acuerdo. En algunos casos, las recomendaciones de eruditos musulmanes para evitar cometer un pecado mayor (homosexualidad, fornicación o adulterio) es permitir la masturbación . Aunque también se considera un pecado y recibe un castigo en el otro mundo, será menor que el consumar actos sexuales prohibidos con otra persona.

Claro está que los musulmanes no son los únicos con este comportamiento represivo. En Israel, son recurrentes los casos de mujeres agredidas o insultadas al pasar por algún barrio judío ultraortodoxo por vestir de forma impúdica; hasta niñas han sido agredidas por considerarlas que no visten de manera recatada. Mencionar además de las normas que quieren imponer hasta en el transporte público exigiendo que se divida por géneros (como lo hacen en sus templos), lo que los ha llevado a establecer líneas de autobuses de su propio pensamiento religioso.

También en estos barrios ultrareligiosos hay rótulos de advertencia para que las mujeres que no vistan «con recato», se abstengan de pasar y, en ocasiones, las autoridades han tenido que intervenir para evitar disturbios por supuestos «actos de inmoralidad».

Aunque en honor a la verdad, dentro de las comunidades judías esta es la excepción, no la regla, además que las propias normas del Estado procuran que sean más inclusivos con quienes no quieren llevar la religión de manera tan estricta por tratarse de un asunto meramente «privado» (la religión es un tema individual, aunque haya pensamientos de coincidencia colectiva).

Aun así, en la actualidad, no se conocen por el momento casos de ejecuciones públicas por cometer actos considerados obscenos por el judaísmo tradicional, por ejemplo adulterio, fornicación, homosexualidad (todo un debate en la actualidad), masturbación, etc. Tal vez lo más fuerte que podría suceder es que una persona (o grupo de personas) sean expulsadas de una comunidad por sus actos impúdicos, pero la agresión física no es algo que se vea con normalidad en las comunidades judías actuales.

Lo anterior quizás por las reformas y madurez que ha alcanzado a través de los siglos dicha religión, y también porque los religiosos fundamentalistas no ostentan mayor poder en el Estado y siguen siendo una minoría en dicho país. Y claro está, el judaísmo a través de los últimos siglos se ha desarrollado y rodeado de una «occidentalidad» grecorromana que la ha hecho hacerse de la vista gorda cuando este tipo de situaciones acontecen, principalmente cuando están en las diásporas.

Mencionado lo anterior, es evidente que hay una asociación muy estrecha entre la represión de carácter sexual y el comportamiento violento de agrupaciones fundamentalistas de corte religioso.

Como lo mencionaba en un artículo anterior denominado Violencia Sexual y poder, la represión sexual, por los estigmas que impone la religión, lleva a las personas (principalmente hombres) a comportarse de la manera más salvaje posible cuando la ruptura de las condiciones normales de vida; por ejemplo en una guerra, se los permite. Aunque necesariamente no todos optarán por la violencia por la represión sexual. Algunos por otro lado, optarán por reprimir todavía más sus apetitos sexuales con la finalidad de compensar en cierta medida sus deseos, aunque no sean consumados en la parte coital.

De lo anterior se desprende como algunos hombres y mujeres homosexuales se inmiscuyen en las posiciones más ortodoxas de la religión como el islam, el judaísmo o el catolicismo, al saber que en esas posiciones fundamentalistas de la religión tendrán la carta libre para poder rodearse de personas de su mismo sexo, cantar con ellos, rezar con ellos, en algunos casos dormir a sus lados o compartir el mismo baño o habitación y saciar al menos una parte de ese deseo reprimido que la sociedad les impone como estigma y que la religión, que es un paradigma de la represión social, les sirve como puerta de escape.

Aunque no se queda en los homosexuales este comportamiento represivo, también hay casos de heterosexuales metidos de lleno en la religión para reprimir los señalamientos de la sociedad y que, logrando posiciones de poder, las ejercen por la privacidad de su puesto para realizar actos que se considerarían inmorales, con feligreses de la congregación y que pocas veces sería denunciado por la «santidad» de dicha persona.

Son incontables las historias de religiosos metidos con algún miembro de su grupo o, lo que es peor, casos de estos líderes espirituales ejerciendo la violación contra alguna persona de su organización, incluyendo menores de edad, lo cual marca una serie de polémicas a lo interno de poderosas agrupaciones.

En algunos casos, como ocurre por ejemplo dentro de la Iglesia católica romana, se culpa al voto de celibato. Sin embargo, hay casos de violaciones en otros grupos religiosos, incluyendo algunos que permiten el matrimonio con menores de edad, como es el caso de ciertas sectas ligadas con el Islam, y en este tipo de violencia no se salva ningún grupo en realidad.

Es por esto que se considera que las posiciones radicales en temas sexuales empujan a algunos creyentes a comportamientos irregulares para poder saciar estos deseos que para algunos son tomados como de «bajos instintos», la violencia es una forma de escape a la represión sexual, las restricciones son un agravante en el comportamiento de algunos guerreros en especial cuando se les dice que pelean por esa religión y todavía con mucha más fuerza si les ofrecen que si mueren por esa causa podrán recibir en la otra vida un número determinado de compañeras sexuales (en el caso de los hombres) para llevar una sexualidad que en este mundo es restringida.

No sería complejo ligar el llamado a una vida de «santidad sexual», reprimiendo cualquier actividad que parezca lasciva o pecaminosa, empujando desde ciertos grupos radicales una idea que lleve a algunos creyentes el imponer a otros, normas restrictivas u opresivas, aplicando fuertes penas físicas por desobedecer a los mandatos en búsqueda de una elevación espiritual. O, por el contrario, convencer a alguien de tomar una vía rápida hacia la santidad del otro mundo realizando atentados donde su propia vida se extinga hacia la eternidad de pureza y elevación.