¡Madre!, el último film de Darren Aronofsky, toca las entrañas del espectador para dejarle con la boca abierta. Una alegoría terrorífica con varias interpretaciones sobre la vida de la Humanidad, que no deja indiferente a nadie. A algunos les causa repulsión, yo diría, a la mayoría, y otros salen conmovidos y fascinados, porque la película les llega a lo más profundo, a aquello que nunca se paran a ver ni a sentir.

Como amante del director de Pi, Réquiem por un sueño, Cisne negro, no pude permitirme el odiar la película tras el primer visionado en el cine, a pesar de que mi acompañante salió con cierto mal humor por haberle hecho gastar su dinero, ante tal «bodrio, aburrido y sin sentido, con cierto tono telecinquero de media noche».

A mí me había removido, lo reconozco… mucho… Ha llegado a mi subconsciente, a lo más profundo… me sentía herida, manipulada, prácticamente desde las primeras secuencias. Es una película que se atreve a ir tan lejos, que nadie puede imaginárselo, si no va a verla.

Hace años que no hay una crítica tan dispar sobre una película. Algunos hablan de lo mejor de la última década, otros de engaño estratosférico y basura argumental. A sendos juicios no les falta razón, y es que ¡Madre! es una película que molesta y rompe con las convenciones.

Un aroma goyesco (atención cinéfilos: ¡spoiler a la vuelta de la esquina!)

Pero hay tanto detrás de esa película. Para empezar es un excelente trabajo de iluminación: a través de la luz y las texturas, el espectador siente que pertenece a cuadro, porque el filme te hace partícipe, te invita a sentir empatía por la madre, la protagonista, Jennifer Lawrence. Las últimas escenas, espeluznantes y nauseabundas, recuerdan a las pinturas negras de Goya y, en especial, a un montón de Saturnos devorando a su único hijo, tras la mirada desquiciada de la madre, que ve como unos locos devotos destripan a su recién nacido.

Darren Aronosky afirma que ¡Madre! es la historia de la madre naturaleza, simbolizada en el personaje protagonizado por Jennifer Lawrence. Es humillada, maltratada, sufre vejaciones, incluso matan a su propio hijo salvajemente y muere calcinada… A pesar de eso, el culpable, el personaje de Javier Bardem, dice quererla como a nada en el mundo. Y eso que le arranca el corazón, un corazón con forma de diamante transparente, con el que se inicia y se acaba la peli. Ese mismo elemento, con la misma secuencia, y casi con la misma ¡Madre! (o parecida) se nos plantea el principio y el fin, y en realidad algo que nunca acaba. Es como el Eterno Retorno que definía Nietzsche. Todo vuelve a lo que un día fue. Todo se transforma siempre de la misma manera. Vivimos en un estado cíclico y tanto los buenos y pacíficos momentos como los malos y violentos, giran para transformarse en su contrario y uno da paso al otro hasta el infinito.

Sobre la interpretación del creador (Bardem) y su Musa (Lawrence), en la que se centran numerosas críticas, iría un paso más allá, ya que no es sólo el ego del creador lo que vemos reflejada en la figura de Bardem, sino el ego mismo de la Humanidad concentrado en su figura, capaz de matar a la ¡Madre!, aunque la quiera, que simboliza el corazón. Una analogía sobre el poder de la mente frente al corazón… Y por eso la historia se repite hasta el infinito… Por eso nunca se sale de la rueda, o sólo acaso, tal vez, cuando el corazón llegue a ganar la partida.

Muchas son las opiniones… y en este punto aún no sé describir exactamente la mía, quizás por esa razón he necesitado escribirla. Lo que sin duda es cierto es que, una vez más, este director, nos guste o no, pone a nuestro abasto una película que no deja indiferente y da lugar a la controversia, donde es imposible entenderla sin leerla entre líneas desde lo más hondo.