«En un texto violentamente poético, Lawrence describe lo que hace la poesía: los hombres incesantemente se fabrican un paraguas que les resguarda, en cuya parte inferior trazan un firmamento y escriben sus convenciones, sus opiniones; pero el poeta, el artista, practica un corte en el paraguas, rasga el propio firmamento, para dar entrada a un poco del caos libre y ventoso y para enmarcar en una luz repentina una visión que surge a través de la rasgadura...».

(Gilles Deleuze)

Para escribir hay que tener opiniones propias. Hay que ver la vida desde un ángulo personal y, para hacerlo, hay que ser excéntrico en el sentido positivo de la palabra. Es decir, hay que distanciarse de los gustos de la gente, hay que exponerse a otras realidades y alejarse, en la medida del posible, dejando siempre una puerta abierta, que permita volver y salir nuevamente de ese mundo estrecho, que llamamos normalidad y que condena a sus miembros a cadenciar siempre lo mismo y a repetirse sin acabar jamás.

Lugares comunes los llaman. Temas ya gastados y previsibles, donde se mezcla un poco de todo para lograr la nada, confundiendo cada elemento en una amalgama sin sentido ni sabor. Esta es la trampa donde caen muchos principiantes que quieren decir algo, pero que se subordinan a un público anónimo y terminan, desgraciadamente, atados a una cadena de eslabones sin sentido.

Como cuando uno se encuentra con alguien a la salida del cine, que ha visto una película de amor y responde a la pregunta: «¿de qué se trataba?», simplemente diciendo «de amor». O, por falta de imaginación, hacen como el periodista, que siempre copia otros artículos ya publicados para inspirarse. Esta es la primera barrera que hay que superar: encontrar un tema original, alejándose de la ya concurrida y homologada normalidad.

La segunda es presentarlo en modo original, que muestre un estilo y una forma insólita, usando, en parte, técnicas que otros no han usado. En esta fase inicial, el mejor indicador de un escritor interesante es su peculiaridad y en esto podemos aprender tanto de Cortázar.

El elemento que sigue es contar historias que sean interesantes y que capturen la atención del lector. El elemento fundante es ser imprevisible. No hay nada peor que un escritor que se deja anticipar por el lector y que no seduce, creando suspenso y tensión. En esto tenemos mucho que aprender de Gabriel García Márquez y de Mario Vargas Llosa. Ambos maestros de la narración. El primero por su imaginación fecunda y el segundo, por otro recurso importante: la arquitectura de la historia con sus vueltas, recovecos y laberintos, donde nos perdemos y encontramos a la vez.

Esto complica las cosas, ya que el escritor tiene que ser diferente y novedoso en su modo de narrar y al mismo tiempo tiene que aprender de sus maestros para alejarse de ellos, imponiéndose una narración única. La conclusión inevitable, es que el escritor tiene que escribir cotidianamente y a la vez tiene que leer sin parar. Nadie aprende a escribir sin leer y hay que variar las lecturas, profundizarlas y llegar a ese extremo, donde uno descubre los detalles, las técnicas, los trucos y el diseño.

El escritor es un rapsoda por excelencia y como narrador es una persona que usa fantasía y creatividad para dar énfasis a un tema y por este motivo podemos deducir que el escritor es siempre una persona articulada y locuaz, que tiene un dominio elegante de la lengua y usa las palabras con habilidad. Escribir, en pocas palabras, es esa extraña habilidad de pensar y comunicar a la vez, desanudándose a sí mismo o encontrando salidas en ese espacio agobiante, donde la luz se hace sombra y la sombra oscuridad.

Si del prosador pasamos al poeta, el tema se complica aún más, ya que las dotes narrativas del poeta incluyen aquellas del escritor en general, pero se agregan otras, como una aguda sensibilidad por cada palabra o conjunto reducido de las mismas, la introspección selectiva, la minuciosa reflexión y una exasperada curiosidad emotiva.

El poeta es como un filósofo que busca la esencia profunda de vida para poderla rescatar y las dificultades de escritura y estilo aumentan en manera proporcional a la capacidad de sintetizar y en esto, se hace evidente una ilusión, que engaña a muchos. Leer poesía nos da a menudo la sensación de un mensaje fácil y, en esta aparente facilidad, se encierra toda su dificultad para hacer fluir con naturalidad incluso lo inexplicable.

Querámoslo o no, buenos poetas hay y habrá siempre pocos, pero si abundan los imitadores, ya que para escribir hay que buscar y pensar en la fuente misma de la lengua y de nuestro conocimiento para identificar y substanciar lo paradojal.