Si el Wall Street International me permite, voy a ir presentando a través del tiempo una serie de las grandes figuras de la historia cuyas ideas y acciones han guiado el mundo, en muchos sentidos, de la Antigüedad al presente. Todo pensador o creador debe ser juzgado históricamente, es decir, por referencia a su época, conocimientos que se tenían en esos momentos, dificultades para desenvolverse y expresar sus ideas y realizaciones, recursos de que dispuso en su hogar y medio, así como la situación cultural, política y religiosa de su tiempo. Pese al tiempo transcurrido, fueron tan valiosos los aportes de algunos de esos extraordinarios seres humanos, que muchos hechos siguen en el presente teniendo vigencia, como veremos.

El código de Hammurabi

Al principio en la Mesopotamia, la organización de un Estado, por lo menos en Babilonia, consistía en cuidar las pertenencias del rey y tener un grupo de personas que lo protegieran y manejaran su gobierno. Hammurabi fue rey de Babel o Babilonia de 1792 a 1750 a.C. y el creador de la llamada edad de oro de la cultura babilónica. Reinó por 42 años. Unió a los pueblos de Mesopotamia en un imperio que incluía lo que hoy es Irak, Irán y Turquía. Fue un guerrero capaz, un astuto diplomático, un gobernador con avanzados principios de gobierno y además, algo muy raro para su tiempo, se preocupó por el bienestar de su pueblo.

Para ello creó un «código jurídico», que si bien no fue el primero de esa época, sí fue el más completo y obligó a los gobernadores y sacerdotes de cada ciudad de Mesopotamia y a su pueblo a cumplirlo. Se conserva escrito en una estela de piedra negra llamada diorita de ocho pies de altura (actualmente se encuentra en el Museo del Louvre); contiene 282 decretos sobre la familia, el trabajo, la propiedad privada, el matrimonio, el Estado, el comercio y los negocios. Los pleitos entre los ciudadanos o con el Estado se resolvían en juicios basados en ese código. Si los testigos no decían la verdad podían ser acusados. Resolvía problemas como los de la usura, que era considerada una ofensa seria y los precios de las mercancías tenían cifras máximas que los comerciantes no podrían sobrepasar. Ahí se fijaban los intereses de los préstamos, los salarios de trabajadores, artesanos y profesionales y no se les podía pagar menos. Ahí estaban también regulados los contratos entre trabajadores y patronos y especificado dar tres días libres al mes, lo que fueron las primeras vacaciones pagadas a los trabajadores.

Los derechos de la mujer fueron aquí reconocidos, algo insólito en la Antigüedad (y aún en pleno siglo XXI estos no son aceptados en muchas naciones). En dicho código se reconocía la personalidad jurídica de la mujer, ella podía administrar y poseer patrimonio. El matrimonio se realizaba mediante un contrato que podía disolverse sólo en casos extremos, como la esterilidad o una enfermedad grave. Si el esposo pedía el divorcio debía mantener a su antigua mujer e hijos. La mujer podía lograr el divorcio por crueldad o negligencia del marido o por abandono del hogar. Si el esposo le era infiel, podía pedir el divorcio y llevarse sus bienes; sin embargo, si ella era la infiel, la arrojaban al rio Éufrates, por lo que aquí había discriminación.

Pese a esa falla, comparada con el hecho de que el divorcio no está permitido por ley en muchos países, todo lo relacionado en el código de Hammurabi respecto a la mujer es extraordinario. Grecia, la cuna de la cultura por siglos de siglos, no le dio estatus de ciudadano a la mujer y la tenía confinada al hogar y sin derechos como los anotados. En el código eran considerados crímenes la bigamia, el robo, el incesto, la mentira y el adulterio. En pleno siglo XXI mucha gente miente y desprestigia a otros sin tener castigo.

Los crímenes eran investigados y juzgados ante un tribunal con varios jueces. El código no tenía la muerte como pena para ninguna falla (más avanzados que muchos países actuales). De hecho, constituyó el primer código de derechos humanos; el mismo sentaba jurisprudencia con el fin de unificar las sentencias de los tribunales de las diferentes ciudades. Repartió tierras entre sus súbditos campesinos, y los sacerdotes de los templos prestaban dinero a ellos para sus cultivos como el trigo, la cebada y otros, algo que lo hizo muy popular (su hijo lo derogó al fallecer Hammurabi). Los castigos para los médicos que se equivocaban eran tan crueles (ojo por ojo y diente por diente), que si hoy existieran no habría médicos.

Hammurabi decía que él había recibido en el alto de una montaña del dios solar de la justicia esos poderes y obligaciones con el fin de que brillara en la tierra la justicia y se pudiera destruir el mal y la perversidad, de suerte que el poderoso no pudiera oprimir al débil. Las leyes ahí descritas (en la estela de diorita negra) estaban destinadas a regir las acciones de los hombres y a guiar al rey en sus funciones de administrar su reino y las leyes que dictó eran iguales para todos.

Cinco siglos después, según la Biblia, Moises recibió de Dios, en lo alto del monte Sinaí, los mandamientos para gobernar a los israelitas. También Mahoma siglos después, señala haber recibido las leyes del Corán de parte de Dios. No deja de impresionar la similitud de ambos casos con el de Hammurabi.

Estoy seguro de que el lector estará de acuerdo conmigo: Hammurabi fue un rey fuera de tiempo. Qué lástima que ese «código jurídico» no se prolongase a través de la historia, pues hubiera evitado muchas injusticias aún presentes.