España da por finalizada una temporada estival de récord en el turismo. Casi 60 millones de personas han visitado el país en los nueve primeros meses del año, y se espera que la cifra ronde los 80 millones de turistas al final de 2017. Un sector, el turístico, que sigue siendo uno de los principales motores económicos del país.

Pero la entrada masiva de visitantes conlleva un debate inevitable, uno que España obviaba hasta hace poco, pero que este año ha explotado como una bomba. El país se enfrenta a una reflexión profunda que toca no sólo temas económicos, sino también sociales, culturales y de organización de las propias ciudades. El llamado «turismo de borrachera», la masificación de las ciudades y una burbuja inmobiliaria clandestina han convertido lugares idílicos como Palma de Mallorca, Barcelona o Ibiza en un cúmulo de sinsentidos.

El problema no es el turismo, sino el tipo de turista que España ha abrazado en las últimas décadas, para sortear la crisis económica y convertirse en uno de los gigantes turísticos mundiales. Ha tenido un precio alto. Cada verano asistimos atónitos a escenas de verdadera vergüenza con turistas ebrios por las calles, peleas, accidentes por la moda del balconing, y otros nuevos hábitos que están saturando los parajes naturales. Por ejemplo, en la localidad alicantina de Xàbia, conocida por sus cuevas marinas y acantilados, la moda del ‘selfie’ está cambiando por completo el modelo turístico. Las autoridades han tenido que tomar medidas porque la marea de visitantes que se acercan a sacarse la foto en estos lugares recónditos, como si fuera una competición -a muchos de estos lugares hay que acceder con sumo cuidado ya que puede peligrar tu integridad física-, está desplazando al turismo familiar de toda la vida.

Ora ciudad que también está en proceso de redefinir su modelo de turismo es San Sebastián. Idílica, cosmopolita, uno de los destinos de moda en el mundo, después de que The New York Times, The Times o Le Monde la sacaran en sus páginas. Pero la creciente popularidad está empezando a preocupar a los vecinos y a las autoridades. Y es que la Parte Vieja de la ciudad se ha convertido en territorio de turistas, y muchos residentes han dejado de frecuentar esta zona. Se calcula que más de 80% de los pisos turísticos en la parte histórica son ilegales, y la convivencia se resiente.

Pisos patera de turistas

Y es que los alojamientos clandestinos se han convertido en uno de los problemas que más preocupa al sector. Barcelona lo está sufriendo como ninguna otra ciudad, con barrios totalmente «tomados» por turistas y los vecinos en pie de guerra contra plataformas como Airbnb. Y, lo que es peor, con episodios de violencia contra autobuses y centros turísticos que han desatado todas las alarmas. El Gobierno municipal ya ha legislado para impedir la apertura de nuevos hoteles en el centro, y ha planificado también un decrecimiento turístico para las zonas de la ciudad que están más saturadas.

Otras capitales como Valencia también han empezado a tomar medidas por la vía legal, multiplicando las sanciones hasta por 20 para estos alojamientos clandestinos, de los que han aparecido más de 30.000 en los últimos años.

Por su parte, las Islas Baleares, el paraíso turístico por excelencia de España, viven situaciones de auténtica locura. En Ibiza es ya imposible alquilar un apartamento por los precios desorbitados -hasta 500 euros por dormir en un sofá-. Profesiones como la medicina se están viendo resentidas ya que nadie quiere ir a trabajar a la isla. El Gobierno, en un intento por conseguir un turismo más sostenible, ha decretado un tope de 623.624 plazas turísticas, y espera rebajarlo a medio millón en los próximos años.

Para un sector que genera más de 2,5 millones de empleos directos en España y supone el 11% del Producto Interior Bruto (IPC), el objetivo primordial es establecer un modelo de turismo que no compita por precios, donde los salarios de los trabajadores logren recuperarse después de unos años desastrosos, y que sea sostenible para las ciudades y los parajes naturales.