Es lícito violar una cultura, pero con la condición de hacerle un hijo

(Simone de Beauvoir)

La cultura es un ser vivo que evoluciona, se alimenta del entorno, se reproduce, reinventa y transforma constantemente, transcendiendo los límites geográficos, morales e históricos. Libre, en esencia, viaja como las semillas que germinan y florecen para volver a polinizar y volar a otros lugares. Algunas determinadas flores se convierten en autóctonas y parte vital de la historia y cultura de unas tierras y unos pueblos. En ocasiones, ciertas flores cultivadas y cuidadas por generaciones serán arrebatadas, despojadas de su hábitat y plantadas en otros ambientes más hostiles, en otros momentos serán valoradas e intercambiadas para enriquecer el jardín, otras veces el viento empujará de nuevo su semilla y brotarán en otros campos con distinto aroma. Pero cualquiera que sea su viaje, la semilla se adaptará, seguirá germinando, seguirá floreciendo, seguirá creando nuevas especies dispuesta a sobrevivir.

La venta de lo exótico

La “moda étnica” con sus coloridas prendas, inspiradores danzas y melodías, estilosos peinados, singulares sabores… procedentes de tradiciones y cultura milenarias, invade los escaparates, virtuales y reales, de un mercado global que imponen una visión occidental capitalista. Populares cantantes1 ambientan sus videoclips en escenarios asiáticos, celebridades se tatúan símbolos tribales y visten con prendas de origen árabe o andino, modelos de pasarela se peinan al estilo africano, prestigiosos chefs mezclan recetas de todas partes del planeta… repercutiendo en un público que, sediento de novedad y atraído por su exótica belleza, integra estos elementos culturales en su cotidianidad.

Voces provenientes de esas culturas exóticas para el mercado se alzan indignadas contra este fenómeno que consideran el resultado de una “apropiación cultural”. Se sienten expoliados al ver como la cultura occidental dominante toma sus elementos autóctonos y, sin previo consentimiento, los utiliza con fines lucrativos tras desposeerlos de su valor simbólico y transformarlos en huecos artículos decorativos carentes de significado. La comercialización de estos elementos descontextualizados refuerza la aparición de estereotipos culturales, interpretaciones distorsionadas de una cultura que son aceptadas como reales. Estas imágenes basadas en el desconocimiento menoscaban la cultural original pudiendo llegar incluso a ridiculizarla rozando la burla.

Otras consecuencias negativas se derivan de esta “apropiación” que olvida mencionar y retribuir a los pueblos de donde nace ese exotismo tan cotizado en el mercado. Estas culturas minoritarias, que sirven de inspiración y fuente de innovación étnica para los productos y nuevas formas artísticas que se explotan en la cultura occidental dominante, no reciben ningún crédito, ni beneficio de las ganancias y prestigio que se obtienen. Es más, las personas que integran estas culturas suelen ser ignoradas y desvinculadas por completo del éxito adquirido. Si bien la injusticia que impulsa a estas culturas minoritarias a denunciar su ofensa y reivindicar sus derechos es evidente, licita y comprensible, también es importante recordar que este fenómeno es un efecto de un sistema de mercado global que puede llegar a deshumanizar al tiempo que promover la comunicación y generar impactos positivos.

La apreciación de otros rostros

La respuesta a este escaparate de “moda étnica” no se reduce a un uso banal y desconsiderado de elementos culturales decorativos en auge. También hay quienes, inicialmente atraídos por su belleza, descubren nuevos y exóticos mundos que apreciar, valorar e intentar conocer a través de su historia, tradición, símbolos y significado. Es la “apreciación cultural”, esto ocurre cuando nos acercamos a otra cultura por medio del reconocimiento y respeto, sin prejuicios o previos estereotipos, predispuestos a aprender y comprender siempre siendo conscientes de su complejidad y profundidad. Esta apreciación, por tanto, puede ser una puerta hacia la tan necesaria comunicación intercultural y mutuo entendimiento para la convivencia, e incluso impulsar un intercambio que genere nuevas y enriquecedoras manifestaciones culturales y artísticas como siempre ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad.

Así, del mismo modo que podemos decir que el mercado trivializa y estereotipa las culturas minoritarias, también abre una ventana hacia la apreciación de esas tradiciones y conocimientos. Pongamos como ejemplo aquel que, llevado por la tendencia del momento, se apunta a clases de yoga o capoeira. Puede que al principio todo su empeño sea ser aceptado por su grupo de amigos y poder presumir de un cuerpo flexible o atlético, pero, tal vez, este impulso motivado por una moda en apariencia superficial y puramente estética lleve a esa persona a explorar más en profundidad lo que esa cultura ofrece, a ahondar en otro estilo de vida y pensamiento, a conocer la historia de esas expresiones culturales, a formar parte de su comunidad y colaborar en ella. O como el curioso cocinero que descubre un nuevo ingrediente en la sección de “comidas del mundo” del supermercado y se atreve a experimentar con nuevas recetas que aportar a esa cultura colectiva que alimentamos cada día, ¿sería este un caso de apropiación o apreciación cultural?

¿Evolución o perpetuación de la cultura?

En este interminable debate sobre la delgada línea que a veces separa la “apropiación” y la apreciación cultural, tal vez el propio concepto de “cultura” sea la clave. La complejidad del término hace que su definición resulte ambigua incluso para la Real Academia de la Lengua Española: «conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc».

Además de causar discrepancias entre ciertos académicos sin conseguir llegar una conclusión unánime. En esta discusión, sin embargo, se pueden apreciar dos posturas contrapuestas.

Por un lado, encontramos la interpretación moderna, más aceptada y extendida, donde la cultura se considera una “entidad fija y estable”. Hofstede2, uno de sus principales autores, la define como:

«un programa mental, que es estable en el tiempo y lleva a las personas a mostrar más o menos el mismo comportamiento en situaciones similares».

Según este enfoque, los diferentes niveles que constituyen una cultura (valores, símbolos, rituales…) son como las capas que revisten una cebolla. Las capas superficiales o comportamientos culturales más superfluos pueden variar, mientras que el corazón de la cebolla o los valores más profundamente arraigados se mantienen inalterables. Esta visión permite categorizar las culturas por territorios nacionales y establece divisiones que se perpetúan en el tiempo.

Por otro lado, la postura posmodernista entiende la cultura como un ente variable y en constante cambio:

«un sistema abierto y dinámico que se extiende más allá de las fronteras geográficas y evoluciona con el tiempo»3.

Este planteamiento ve la cultura como un producto social que se reinventa continuamente dependiendo del contexto y el momento temporal. Nosotros somos quienes creamos la cultura diariamente a través de las relaciones e interacciones sociales en diferentes lugares y momentos. El posmodernista Fang4 compara la cultura con el océano siempre en permanente movimiento. El vaivén de las olas que somos capaces de percibir son los valores y comportamientos culturales más visibles. Sin embargo, por debajo de esta superficie hay innumerables corrientes y flujos de compleja naturaleza que no podemos ver, son esos valores y comportamiento culturales desconocidos e imperceptibles que viven en nosotros.

¿De qué nos apropiamos?

Apropiarse es «tomar para sí alguna cosa, haciéndose dueña de ella». Si entendemos la cultura como una entidad estable, congelada en el tiempo y dividida en categorías por territorios nacionales, entonces la “apropiación cultural” adquiere sentido. Una cultura dominante se hace dueña de un elemento inmutable de otra determinada cultura nacional despojándola de significado y comercializándola, es como si se usurpara una de las viejas fotos de un antiguo álbum conservado durante tiempos inmemorables para venderla sin explicar de dónde procede, su significado o cuál es su descendencia. El peligro, sin embargo, no solo reside en la usurpación, sino también en que esa foto petrificada que sirve como modelo de valores y conductas inalterables dentro de una cultura contribuye a crear estereotipos en la propia comunidad. Estereotipos, tal vez diferentes de los que se derivan de la comercialización de los elementos usurpados, pero al fin y al cabo imágenes que no se corresponden con la realidad cambiante en la que vivimos.

Por el contrario, si consideramos la cultura como un ente evolutivo y en constante transformación, entonces la “apropiación cultural” se convierte en una paradoja, ya que es algo improbable apropiarse de algo que cambia a cada momento y de forma impredecible. Sería como intentar poseer las corrientes del océano o del aire, quizás por un instante fueras dueño de una de ellas, pero en seguida podría cambiar de rumbo y convertirse en una ola pasajera o en una ráfaga que se evapora en segundos. Así, los elementos culturales con los que se juega a atraer a un público ávido de innovación podrían ser entendidos como la captura de un preciso momento de la evolución de una cultura que imparable se transforma y reinventa a cada paso.

Somos historia, somos mezcla, somos evolución

Nuestra historia y nosotros mismos somos la prueba de esta evolución cultural que se ha ido forjando a lo largo de los siglos desde la aparición de la humanidad. Si pretendiéramos mantener la cultura como algo inalterable, entonces deberíamos conservar las conductas, valores y expresiones culturales prehistóricas. Sin embargo, las diferentes culturas se han ido creando a través de una continua adaptación e intercambio con el entorno y entre civilizaciones. Los griegos tomaron ideas de la India, Mesopotamia y Egipto, los romanos se basaron en los griegos y mantuvieron relaciones con un gran crisol de culturas entre ellas la china, los árabes y cristianos influyeron en toda la cultura mediterránea, los europeos adoptaron la cultura grecolatina… y así en una lista interminable que se extiende hasta más allá de nuestros días.

Una larga lista histórica que se genera por medio de diferentes tipos de intercambio e influencia: libre y voluntario por la mutua supervivencia de la especie humana, mercantil como en los tiempos de las antiguas caravanas que comercializaban con productos y conocimientos uniendo el Oriente y Occidente, o expoliador como en la época del colonialismo. Nosotros somos el resultado de todas estas formas de una fusión, absorción, usurpación o desvinculación de elementos culturales que reflejan nuestra propia naturaleza, que aunque no siempre justa y honrada, ha originado y seguirá originado un gran enriquecimiento cultural. Una riqueza con la convivimos sin parar a pensar si estamos cometiendo una apropiación cultural cuando comemos una pizza (Italia), caminamos sobre una calzada (romanos), nos lavamos la cabeza con champú (India), jugamos al ajedrez (árabe), utilizamos papel (China) o festejamos con un chupito de tequila (México).

Del mismo modo, todos esos elementos étnicos, usurpados y/o apreciados, que ahora ofrece el mercado se fundirán con su anonimato entre la amalgama de una cultura colectiva global como siempre ha ocurrido. En el proceso persistirá la lucha contra la injusta apropiación y la defensa por la perpetuación de culturas originarias, pero también se abrirán desconocidos horizontes para las mentes curiosas e inquietas y se crearán nuevas manifestaciones culturales como parte de una imparable evolución. Una evolución que revela lo que somos y de dónde venimos, de una continua adaptación al medio, de un perpetuo intercambio con el entorno y entre nuestros semejantes, de una eterna lucha por la propia supervivencia.

Somos mezcla, no existe una cultura, una etnia, un gen puro e inalterable. Y si bien nuestra innata necesidad por definir una identidad, alimentar un sentimiento de pertenencia y entender nuestros orígenes nos lleva a intentar conservar y proteger las culturas más autóctonas, el devenir del tiempo y su constante transformación no se frenará ante nuestras intenciones y seguirá modificando lo que somos. Tal como el planeta ha ido cambiando a través de los millones de años de su existencia, tal como las plantas y animales se aclimatan a nuevos albores, tal como los hijos variaran la herencia de sus padres en sus venideras generaciones, tal y como somos.

Referencias

1 Videos representativos. Youtube: Coldplay. Hymn for The Weekend; Shakira. Waka Waka; Madonna. Nothing Really Matters.
2 Hofstede, G.: Culture’s consequences: International differences in work related values,1980. Sage Editors. Beverly Hills. Cultures and organizations: Software of the mind, 1991. Mc Graw-Hill Editors. London.
3 Hong, Y., Chiu, C.: “Toward a paradigm shift: From cross-cultural differences in social cognition to social-cognitive mediation of cultural differences”, 2001. Social Cognition, Volume 19.
4 Fang, T.: From Onion to Ocean: Paradox and Change in National Cultures, 2005. International Studies of Migration and Organisation.

Otras fuentes

  1. Villaverde Maza, Noemí: “La apropiación cultural”, 26 de octubre, 2016. Mito Revista Cultura, nº38.
  2. Salazar, Diego: “¿Qué demonios es “apropiación cultural?”, 10 de octubre, 2016. Peru Periódico 21
  3. “La apropiación cultural. Qué es y cómo evitarla”, 30 de octubre, 2014. Demonio blanco de la tetera verde.
  4. Adarraga, Pablo: “¿Es la apropiación cultural una forma de racismo? ¿Por qué?”, 7 de noviembre, 2016). Revista Quora.
  5. Baudino, Marcelo: “Hablemos de apropiación cultural”, 26 de septiembre, 2016. Iceberg Inteligencia Cultural revista.
  6. “La apropiación cultural: o por qué no te puedes disfrazar de blanco”, 6 de febrero, 2016. Maestroviejo.
  7. “Cuando lo “étnico” se pone de moda”, 1 de enero, 2016. Daniela y Maureen.