Existe una verdad demostrada con experimentos, datos y métodos, que es la “verdad” de la ciencia. Esta no es absoluta y cambia con los métodos, instrumentos y nuevos datos empíricos. La verdad de este tipo de verdades depende de la validez del método usado. Entre esta “verdad” y las creencias existe una zona gris, poblada de semiverdades, que son la base de nuestras acciones en la vida cotidiana y que además sostienen nuestras preferencias.

En la literatura se llaman non validated assumptions or beliefs. Muchas de ellas pueden tener arraigo en observaciones empíricas, en vida vivida y esto las diferencia ligeramente de las creencias, que son completamente arbitrarias en el sentido que nada sustenta su posible veracidad.

Para controlar a las personas, hay que conocer sus preferencias en detalles, saber cuáles son las más débiles o contradictorias, porque subsisten con otras que las excluyen o contradicen y exponerlas lentamente a argumentos y/o falsas informaciones, que al mismo tiempo se fundan directa o indirectamente en otras preferencias, miedos o valores.

Los medios sociales permiten acceder a una cantidad ilimitada de datos personales, que hacen posible alterar las opiniones de las personas y estos datos son usados, no sólo a nivel de publicidad, sino que también para influenciarnos políticamente y aquí el objetivo no es la “verdad”, sino producir un cambio de opinión. Si uno ha seguido a una persona en las redes sociales y sabe cuáles son sus likes y dislikes, exponiéndola a “noticas falsas”, basadas en lo que uno asume sean sus valores. Esta exposición lentamente produce un cambio de preferencias y esto fue lo que sucedió con Hillary Clinton.

Una figura política no puede ser corrupta o haber cometido actos criminales y el método fue de culparla de miles de atrocidades desde el homicidio a la pedofilia. El personaje era débil, la gente la percibía como ambigua y lentamente fue asociada con otros aspectos negativos, como arrogante, arribista, racista, que la hicieron “abominable” y el objetivo era llegar a un nivel, donde un porcentaje de los electores influenciables decidiera no votar por ella o votar por su opositor y esta estrategia tuvo resultados positivos.

El problema es que el método usado es lisa y llanamente manipulación, las informaciones dadas son en su gran mayoría falsas y los instrumentos empleados altamente sofisticados. Estas técnicas amenazan con terminar con lo poco que queda de democracia y autonomía personal, ya que su eficacia nos hace víctimas a todos.

Uno puede hacer una lista de los valores y situaciones que sustentan y caracterizan una persona a nivel de percepción, sean positivos que negativos, y sobre esta base definir un programa de noticias, que es monitoreado constantemente en su impacto hasta que la percepción de la figura política cambia en sentido positivo o negativo y, con este objetivo en mente, uno se permite afirmar cualquiera aberración sin preocuparse de la verdad, ya que lo único que cuenta es el resultado: que la gente cambie de opinión. Estos métodos incluyen un perfil de personas y grupos, atributos críticos, análisis estadístico y un flujo contante de datos e informaciones que permiten calibrar la exposición “a las noticias” para conseguir los resultados esperados: cambiar las preferencias en favor de un partido, candidato y programa electoral o el contrario, alejar a los votantes.

Independientemente de lo que uno piense sobre la figura política de Hillary Clinton, podemos decir que ella fue la primera víctima importante de este método y desgraciadamente habrá muchos otros, hasta que la gente sea capaz de verificar la plausibilidad de una afirmación, una capacidad que está en vía de extinción y que requiere pensar en vez de juzgar gratuitamente y sin elementos. Cada día, durante el periodo electoral, nos encontrábamos con cientos de noticias, artículos y videos con informaciones tergiversadas intencionalmente siguiendo el lema; miente, miente, que algo queda y esto alejó de las urnas a miles y miles de electores.