En la historia de las grandes batallas del mundo, la de Valmy, en septiembre de 1792, es una de las principales, ya que de no haber triunfado los franceses, quienes representaban una causa republicana y no la de monarquías absolutas, toda la Revolución francesa de 1789 se hubiese perdido y ese país hubiese sido ocupado junto a sus ideales de nueva ciudadanía... la Europa republicana, y quizás hasta la independencia iberoamericana, fueran otras.

El caraqueño Francisco de Miranda en ese año ya era un militar de 42 años entrenado tanto en España como en los Estados Unidos, el norte de África y hasta en el Ejército Imperial ruso. Llega en marzo a Paris y se entrevista con el alcalde de la ciudad. Francia busca desesperadamente defensores de la asediada nueva república por parte de los reinos enemigos de Prusia (Alemania), Austria y los exiliados franceses. Miranda logra un acuerdo de Mayor General con todos los beneficios de ese rango, igualmente asume esas responsabilidades.

Francia es invadida en agosto por el noreste, los prusianos capturan Longwy y continúan hacia Verdún, donde su defensor, el coronel Beaurepaire, se suicida ante la derrota el 3 de septiembre. La causa francesa luce sin esperanza y los invasores marchan hacia París. Miranda es enviado bajo las órdenes de Dumoriez con 2.000 soldados a su dirección, de un total de 95.000 voluntarios franceses sin mucha experiencia de combate, ante el avance de 6.000 enemigos bien entrenados el 12 de septiembre (el total contrario era de 160.000 soldados veteranos). Las acciones comienzan a las once de la mañana en las afueras de la aldea de Morthomme, hasta las seis de la tarde cuando llegan al pueblo de Briquenay. Repeliendo a los prusianos se logra la primera victoria de la república, no lejos de donde pronto se realizara la celebre batalla de Valmy.

Para ubicarnos más en el contexto visual es bueno recordar la película Barry Lyndon (1975), del director Stanley Kubrick, también el filme documental de La Revolución Francesa (1989) -donde curiosamente recrean la batalla de Valmy, pero sin generales que la dirijan; ni mucho menos citan a Miranda-, o la más reciente: El Patriota (2000), de Roland Emmerich y así ver cómo lucían los ejércitos durante las guerras de finales del siglo XVIII. En esas famosas batallas de columnas donde largas filas de soldados impecablemente uniformados resistían andanadas de balas disparadas por los rifles de la otra fila enemiga en una sola descarga hasta detener su avance para la próxima recarga.

O peor aún, cuando una bola de cañón de 30 centímetros de diámetro y de unos 20 kilos atravesaba el campo rebotando a mas de 150 km/hora llevándose lo que estuviese en frente de ella. Cuando se llegaba al cuerpo a cuerpo las bayonetas, culatas de rifles y algunos sables propinan más heridas mortales. Aun así los soldados permanecían avanzando en perfecta disciplina.

El 20 de septiembre, comenzando una lluviosa mañana, los prusianos cañonean Valmy. De hecho esta batalla también es llamada el Cañoneo de Valmy por la predominancia de esta arma. La artillería francesa responde, pero mueren 400 de los suyos y menos de 85 enemigos. A pesar de las bajas e intentos de deserción, los defensores no se retiran, Miranda alienta a sus tropas a resistir blandiendo su sable y montado en su caballo recorre la tropa.

Como relata Parra Pérez en su libro Miranda y la Revolución Francesa (1988) y otras fuentes digitales consultadas, nuestro criollo estudió bien los mapas y, en acuerdo con los otros generales, coordinaron cercar el avance para repelerlo. A pesar de las bajas revolucionarias, el enemigo se retiró al día siguiente. Salvándose Francia de una invasión que hubiese alcanzado la capital y restaurando la monarquía.

Por su desempeño en Valmy, más otras batallas en Amberes, Miranda tiene su nombre grabado en el Arco de Triunfo. Sitio obligado de visita para los turistas americanos en la Ciudad de la Luz.