El conocimiento, la intelectualidad, la crítica, el cuestionamiento, la formación académica y los procesos de especialización han perdido valor en la sociedad contemporánea. Después de un periodo de rigurosa división del trabajo social y las exigencias de especialización de los sujetos, presenciamos un periodo de retroceso en el cual se ha transitado de esa rigurosa especialización a su no requerimiento y prescindencia.

En la organización social actual la certificación profesional, los procesos de investigación, la producción de conocimiento, las formulaciones teóricas, el empleo de métodos y técnicas de investigación confiables, y la disertación sobre los grandes problemas sociales dejó de ser concebida como una necesidad para ser percibida como un problema. El intelectual, el científico social por su afán de conocimiento, encuentra de forma consecuente manifestaciones de sanción, desaprobación y rechazo de sus intereses por parte de sus grupos de pares, familiares, pareja e incluso en su gremio profesional; condenado a la soledad, al oprobio social, pues nadie quiere contaminarse de conocimiento, menos aún de capacidad crítica y cuestionadora, lo que ha favorecido el progresivo proceso de idiotización de la sociedad.

Así lo puso de manifiesto en una entrevista el filósofo italiano Umberto Eco, quien alertó sobre la decadencia del pensamiento y la veneración cibernética hacia cualquier generador de contenidos pues: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”.

Sin embargo, este hecho cobra significativa importancia y gravedad cuando trasciende los procesos interactivos en los espacios cotidianos o las redes sociales, para expresarse en el contexto del ejercicio profesional. Las universidades gradúan cada año más estudiantes que no cumplen con las competencias necesarias para hacerlo, pero la mayoría desconoce no poseerlas pues no les han sido exigidas, lo cual consolida en su imaginario un potencial profesional y unas destrezas ficticias de las que sin dudas carece.

Algunos no se preocupan siquiera de culminar la formación profesional pues el mercado laboral parece abierto sin restricciones a quien se deje explotar, cumpla o no con los requisitos y competencias para su desempeño; aunado a la ausencia de restricciones éticas del sujeto, quien seducido por los paquetes laborales se dispone a ejercer una responsabilidad para la cual no se encuentra capacitado. Otros, por su parte, se conformarán con escribir en su síntesis curricular títulos que no poseen, autocalificarse como especialistas y expertos en áreas en las que nunca se han especializado, y cuya pretendida “experticia” no proviene de ninguna fuente legítima.

De igual forma también habrán de consolidarse los que el investigador venezolano Keymer Ávila denomina opinólogos, los cuales se caracterizan por ser “personajes sin formación académica, ni técnica, sin investigaciones serias validadas por especialistas reales, cuyo objetivo primordial es tratar de formar parte de la agenda pública. Emiten opiniones basadas en el sentido común, en preconcepciones y prejuicios en los medios de comunicación. Se autodenominan 'expertos' en algunos temas porque publican opiniones en blogs personales, tienen pequeños espacios en algún diario o les dan declaraciones a algunos periodistas con los que tienen relaciones de amistad o empatía de alguna naturaleza (laboral, económica, de clase, ideológica o partidista). Estas ideas distorsionadas y desinformadas impiden tener una clara comprensión del fenómeno, y terminan lamentablemente influenciando las decisiones políticas, agudizando los problemas”.

Finalmente también será posible encontrar aquellos que pese a poseer la formación académica y contar con las competencias para el ejercicio de su actividad profesional optan por la burocratización, el desempeño mediocre y el desinterés por la actualización profesional pues consideran “ya no tener nada más que aprender”; conformándose con ocupar un pequeño espacio con aire acondicionado mientras esperan el ocaso de su vida y la apremiante jubilación.

Asistimos entonces a un progresivo proceso de desprofesionalización, desespecialización, burocratización e idiotización sociocultural, para dar paso a una legión de pseudoprofesionales al mejor estilo de Lionel Hutz -el emblemático abogado sin éxito de la serie animada Los Simpsons-, quien se constituye como la representación iconográfica y satírica del profesional moderno, de credenciales dudosas, cuyas competencias y desempeño dejan mucho que desear. Este personaje incapaz de ganar un caso por su desconocimiento de la doctrina y la falta de argumentos, ha trabajado como niñera, vendedor de bienes raíces y hasta de zapatero; sin embargo, considera que como abogado es “una amenaza”.

A Lionel Hutz se unen otros personajes “profesionales” en la serie como: el peligrosamente ignorante y negligente doctor Nick Riviera quien en una operación colocó a un hombre el brazo por pierna y la pierna por brazo; Brad Goodman el gurú de la autoayuda quien, pese a no poseer títulos ni credenciales, afirma poseer “una maestría en dolor”, Homero Simpson, quien improvisó una clínica quiropráctica en su cochera; e incluso Moe Szyslak quien ha ejercido la medicina sin licencia instalando una clínica clandestina por las noches en el conocido “Bar de Moe”.

Si bien este hecho puede percibirse como una graciosa analogía, la realidad es que el síndrome Lionel Hutz tiene consecuencias incuantificables en la realidad social, favoreciendo los procesos de desinstitucionalización, la pérdida de confianza y credibilidad de la población ante las instituciones del Estado, el detenimiento de iniciativas coyunturales, el decrecimiento de los procesos productivos y creativos en las instituciones privadas, la desmoralización de los estudiantes en los niveles de pregrado y postgrado en las universidades, aunado al progresivo abandono de los espacios de creación y discusión critica; pudiéndose afirmar en definitiva que interfieren y limitan las posibilidades de desarrollo de la sociedad y los procesos de transformación social.