I.

Cruz Gutiérrez llegó a la oficina con apariencia de tache desgarbado. Eso fue lo que dijo su auxiliar. No se sabe bien por qué lo dijo, si el contador llegó con el saco abotonado, el nudo de la corbata en su lugar y los zapatos tan lustrosos que parecían de charol. Pero notó que traía los ojos desorbitados, las comisuras de los labios escurridas, y aunque el pelo estaba engominado, se veía despeinado. Abrió la puerta del despacho, aventó las cajas de cartón que contenían los archiveros con los números de la compañía del Señor Blanco. Dio un portazo y se encerró.

II.

La auxiliar lo escuchó encender la luz y dejarse caer en la silla. Oyó, como siempre, que el foco comenzó a chisporrotear y, por la ranura, vio el titilar de la luz que, indecisa, brincaba de la oscuridad al brillo hasta que por fin se encendió. Escuchó el sonido rasposo del cajón que se abrió con dificultad y el de una hoja que se arranca del cuaderno. Silencio. Un murmullo. ¿Qué pasa? Son arcadas. Patadas. Auxilio. El contador Gutiérrez se colgó de la lámpara.

III.

Vinieron el doctor, el Señor Blanco y Pérez, el del almacén, el amigo más cercano de Gutiérrez, y lo rodearon. La cuerda se había roto y Cruz parecía un tache inerte doblado sobre el escritorio. ¿Respira?, preguntó la auxiliar. ¡Respira!, ordenó el Señor Blanco. Respira, afirmó el doctor. Llámenle a María, opinó Pérez.

IV.

Llegó María. Lo tomó de las manos. Vámonos a casa, Cruz. Salieron con la figura jorobada, arrastrando los pies. Él llevaba la mandíbula caída, los ojos brillantes y una marca en el cuello que simulaban una progresión infinita de taches. A ella se le veían los ojos llorosos, la nariz roja y repetía ¿qué vamos a hacer, que vamos a hacer, que vamos a hacer? La auxiliar se pregunta qué pudo suceder si el contador Gutiérrez era tan tranquilo. Se volvió loco, ya ves, dijo el Señor Blanco. No lo puedo creer, declaraba el doctor mientras llenaba el informe para la aseguradora. Pérez apretó los puños.

V.

Cruz tiene los labios sellados, como si tuviera unas costuras en la boca, como si un gran tache le cruzara el rostro. Se sienta en la mecedora y pasa las tardes mirando a través de la ventana con un vaso de leche y miel en la mano. No hace más que meter el dedo y revolver el líquido mientras ve como María sale de la casa y toca cada puerta en la colonia para ofrecer productos de belleza.

VI.

En el vidrio se refleja una figura con la barba crecida, el pijama sucio, la bata mugrosa y la cara de un hombre que acumuló muchas lágrimas. Se le quedaron ahí metidas junto a todas las palabras que no se atrevió a decir a tiempo, junto a todos los silencios; al lado de todos los números que anotó porque el Señor Blanco se lo dijo, no porque fueran la suma correcta, sino porque el Señor Blanco se lo dijo.

VII.

Cruz recuerda y se le enciende el tache en la frente. Se queda quieto en la mecedora, mirando ese punto del recuerdo cuando su profesora de Planeación financiera le dijo que los números también cuentan historias. Él sabe la historia del Señor Blanco. Mete la mano al bolsillo de la bata mugrosa. Ahí está la hoja rasgada.

VIII.

Pérez visita a Cruz. María se despide, sale corriendo a entregar pintalabios y sombras para los ojos. Los oídos de Cruz están abiertos, la boca cerrada. Pérez le cuenta de los hijos, de la esposa, de la vida y siente que su amigo lo traspasa con la mirada. Pérez le platica que las cosas en la oficina están raras. Unos señores de saco gris no salen de la oficina del Señor Blanco y el jefe anda muy nervioso. Las costuras de los labios se le aflojan un poco y Cruz sonríe. El tache que tiene en el rostro palidece un poco.

IX.

María llega a casa. Se sienta en el borde de la cama, avienta los zapatos y se soba la planta de los pies. ¿No piensas hacer nada? ¿Vas a vivir así, acostado? Eleva la mirada al cielo y se persigna. Lo besa en la boca y al poner la cabeza en la almohada se queda dormida. El tache que Cruz tiene en los labios se afloja un poco más.

X.

La auxiliar visita a Cruz. Le cuenta que cayó auditoría en la oficina. El jefe andaba tan nervioso que sacó la caja de cartón indebida. Los señores de saco gris encontraron las cuentas que el señor Blanco le dictaba. Las cifras no cuadran, las sumas están mal hechas, aquí hay un problema fiscal. Me ordenó que viniera a verlo, que le pidiera el número de la caja de seguridad. Contador Gutiérrez, ¿me escucha? La auxiliar no nota que el tache en los labios de Cruz ya se convirtió en una sonrisa de media luna.

XI.

Dice Pérez que no sabe a dónde se fueron. Dicen las vecinas que María no les entregó el último pedido. Dice el Gerente del Banco que Cruz le enseñó el número que traía escrito en la hoja rasgada y por eso le abrió la caja de seguridad. Dice el Guardia del Banco que salió cargando un bulto pesado. Dice la Cajera que le entregó muchos billetes. Dice la del Salón de Belleza que María se fue a pintar el pelo y se veía muy bonita. Dice el de la Peluquería que Cruz se rasuró la cabellera y se quitó el bigote. Dice el Barbero que por fin se quitó ese horrible tache que tenía en los labios.

XII.

La auxiliar rompe la postal que le llegó de París. Guarda con cuidado sus cosas en la bolsa y le presenta la renuncia al nuevo Contador. Pérez dimitió hace dos semanas. El Señor Blanco se fue con los señores de gris y no ha vuelto a la oficina. Dicen que lo tienen encerrado en una celda pequeña.