A nuestra lengua común, que nos une y nos separa, tan llena de historia y poesía. A este latín de segunda mano, gastado y rezurcido, que surgió de ambas costas del mediterráneo, esposando vocablos moriscos, llenos de jotas y tonos guturales, que te emparientan con esa música adolorida, que te persigue desde hace siglos.

España de balcones y jardines, de surtidores de agua cristalina, de molinos que arrastran viejas historias y tu meseta de forjadores de sueños y de ruinas. Tu gente cruzó el océano para extenderte en un espacio sin esquinas y allí agregaste nuevas palabras, nombres de animales, de plantas y de frutos y volviste a tu península con el delirio del oro y las manos vacías.

España, besé tu vientre con mi lengua y tu lengua milenaria hice mía, conjugándola con verbos y adjetivos, me armé de sustantivos de piedra, de adverbios vivos. De preposiciones de tiempo y de lugar para indicar las relaciones y también de artículos definidos e indefinidos para distinguir la palabra de cualquiera palabra, que en tu voz es de género femenino.

Hice también míos tus pronombres personales, acusativos y dativos, junto a los infaltables interrogativos y demostrativos, para mostrar el mundo con un dedo ostentativamente y declamar objetos sin describirlos, mientras los qué, los cómo, los dónde y los cuándos, me encerraron en la jaula de preguntas, donde se construye y reconstruye el sentido.

Luché con tu etimología y tu gramática, recorrí tu sintaxis cargada de lirios y descubrí tus sintagmas para entenderte después en todos tus sonidos. La fonética, los fonemas, los diptongos y tus consonantes nasales, fricativas, interlabiales, dentales y explosivas, como la P herida de Pedro y ancha de Pablo y tu doble ele, malentendida.

Desenterré tus erres del silencio y tu eñe solitaria y la D interdental de dedo y tu música con su rima de duendes y blancos espíritus. España, te debo la lengua y esta en mí se agranda, como el universo, que no tiene límites ni días. España, soy hijo adoptivo de tus voces y con ellas pintó y declaró flores sin espinas en los jardines del Olimpo y en los rincones de la vida.

España, tu lengua fue más grande que tú misma y, sin ser tu hijo, soy un lejano miembro de tu infinita familia, que se ha vinculado con muchas otras lenguas, que te hacen sentir siempre más mía. Ayer eras sólo Castilla y hoy te hablan en cientos de millones con acentos discordantes, pero eres siempre más amplia, más próxima y distante y también otra y, a la vez, tú misma. Lengua ya sin patria y sin olvido, lengua de ojos atentos y de imagines curtidas.

Mi hogar
no es una casa.
Mi hogar
es una lengua.
En ella vivo
y pienso.
Entre muros
de estrellas.
Yo no tengo casa,
tengo 5 lenguas,
que en mi viven unidas
como si fueran perlas.
Una me habla del sol,
otra de centellas.
Una es sólo luna
y dos son almas gemelas.
Mi hogar no tiene techo,
sólo puertas abiertas
y ventanas azules,
que mar y cielo reflejan.