En algún lugar, no sé exactamente dónde, tengo las obras completas de Miguel Hernández y hoy, más que nunca, me hacen falta. Quiero leer sus poemas, descubrir uno nuevo, recordar los ya conocidos. Volver a saber de su ritmo, de su rima y de sus imágenes. Hay poetas de todos los tipos, hay poetas profundos, poetas del viento, de los sueños, del amor y poetas del alma. Hernández fue uno de estos últimos. Cuando él cantaba todo callaba y, sin embargo, su canto era simple y corría profundo como el agua de un río.

Una de sus poesías más hondas es Nanas de cebolla, escrita en la cárcel de Madrid, cuando se enteró, por su mujer, que ella no tenía comida para darle a su hijo, sólo pan y cebolla y escribió así: “En la cuna del hambre mi niño estaba. Con sangre de cebolla se amamantaba” y siguió: “Una mujer morena, resuelta en luna, se derrama hilo a hilo sobre la cuna”. Para cerrar el círculo, soñando la libertad que jamás llegó con: “Tu risa me hace libre, me pone alas. Soledades me quita, cárcel me arranca”.

Nuestro poeta muere de pulmonía poco después en la cárcel de Alicante sin ver a su hijo, cómo también murió en Andalucía uno de los más grandes poetas de lengua hispana, Federico García Lorca, desangrado por cinco balas. Pensando en Miguel Hernández y en Federico García Lorca, ambos genios del genere, junto con otro grande de las letras, muerto en el exilio en Francia, Antonio Machado, me pregunto ¿qué mal hicieron para sufrir penas tan duras? Y la respuesta es una: escribieron con el alma, un canto de duendes, que a todos hablaba y nadie, absolutamente nadie, podía dejar de escuchar sus cantos y palabras.

Y hoy estamos huérfanos de Miguel, de Federico y de Antonio y de muchos otros. Hoy nos falta la poesía más que nunca, hoy nace el alba desnuda sin ser cantada y me pregunto: ¿qué será del mundo sin poesía? Y no puedo aceptar la respuesta, ya que el mundo sin poesía no sería nada y en esto tenemos también una respuesta a todos los crimines perpetrados contra los grandes poetas, ya que entre nosotros existen personas y oscuras fuerzas que quieren convertir, a toda costa, el mundo en nada, como la mano que le negó la medicina a Miguel Hernández o la que apretó el gatillo para disparar a Federico García Lorca o ese dedo invisible que mandó al exilio a nuestro Antonio Machado.

Y hoy me falta, como jamás me ha faltado, Miguel Hernández. Me falta Federico García Lorca y me falta también el gran Antonio Machado, todos victimas del mismo mal, del odio a la vida y a la palabra de agua cristalina y afilada de dura escarcha.

A mis poetas
Hoy muero,
cómo moriste tú,
Miguel de mil olivos.
Cómo Federico embarrado
en sangre blanca.
Cómo Antonio
perdido en el exilio.
Muero por vuestras
letras truncadas.
Por la herida hecha poema,
por la tierra roída por los dientes.
Muero en el sentimiento,
en el lirio, la rosa y la azucena,
manchada de roja savia coagulada.
Muero en la rima,
en la canción olvidada.
En la palabra que cuelga
y en el suspiro.
En la oda y en el verso,
muero en el alba que tarda.
De amor en soledad
y en elegía jamás escuchada.
Muero entre frías sábanas y lamentos
muero para vivir y viviendo muero.
Para nacer de nuevo como las olas
y auscultar los ecos de cien voces,
que susurran en el aire suspendidos
póstumos poemas del alma.