«La última vez que recordaba haber estado despierta se encontraba en una pequeña embarcación, remando al viento junto a su hermano. Sabía que no debía quedarse dormida, pero la brisa era tan suave y acariciaba su piel tan dulcemente que le costaba mantener los ojos abiertos, y era tan extraño volver a estar cerca de él... Ya no parecía estar enfermo. Sin embargo, ahora corría, y el ruido de sus zancadas al golpear el suelo mojado era tan fuerte que ensordecía el sonido de la lluvia. Entre callejuelas oscuras que las ratas habían hecho suyas escapaba sin aliento de algo que parecía acecharla. Debía mantenerse despierta, ¿por qué? No lo recordaba. Alguien le contó cómo saber si estás dentro de un sueño, lo llamaba sueño lúcido, algo relacionado con sus manos, ¿qué sería? No te puedes morir mientras estás soñando: estaba a salvo.

Las olas chocan contra el barco y nos salpican el cuerpo con violencia. Uno, dos, tres, cuatro... Mateo está mareado, le veo tambalearse desde donde estoy; no debería acercarse a la borda. Quiero gritar, pedir ayuda. No puedo. Me persiguen cuchillas afiladas que chirrían al contacto con las viejas tuberías del callejón. Estoy paralizada, no me puedo mover y él está a punto de caer al mar. Las cuchillas se acercan, necesito despertar. ¡Las manos! Debo visualizar las manos...

Un dolor profundo en el pecho y, al abrir los ojos, la imagen de aquel hombre siniestro con su inconfundible sombrero: ¿Freddy Krueger? No, Sigmund Freud.»

Los sueños: un mundo paralelo a la realidad en el que no existen reglas que se ajusten a la lógica. Cada noche nos sumergimos en un universo misterioso, cargados con una maleta de esperanzas, miedos, anhelos, recuerdos del pasado y deseos de futuro, pensamientos, emociones y experiencias. Y, con todo ello, abrimos la puerta de la mente que nos conduce al lugar donde el misterio y la fantasía son los protagonistas.

Desde tiempos inmemoriales nos hemos interesado por conocer el funcionamiento de la caja mágica que es capaz de crear terribles pesadillas, historias entrañables o tórridas fantasías, haciendo de esto el objeto de estudio de psicoanalistas.

Freud es considerado una de las figuras más relevantes del siglo XX, precisamente por transformar el modo en que hasta entonces había sido estudiada la mente humana. Expone que las emociones enterradas en el subconsciente afloran a la consciencia durante los sueños, y recordar parte de estos puede suponer la recuperación tanto de emociones como de recuerdos olvidados. Diferencia, así, el sueño manifiesto, experimentado a nivel de superficie, de los sueños latentes, no conscientes, que se expresan mediante el lenguaje de los sueños.

Los sueños, según Freud, son la realización de un deseo reprimido (incluye también las pesadillas). En muchos casos, estos aparecen codificados en forma de conjuntos caóticos de imágenes sin sentido, pero que a través de su análisis pueden convertirse en ideas coherentes. Esta deformación onírica no es más que la censura que la persona, por algún motivo, ejerce sobre sus propios deseos, que lleva a la distorsión de su contenido. El valor de su descodificación radica en la actividad subconsciente de la mente, en la información que deja al descubierto quiénes somos y por qué.

Porque no somos más que la materia de la que están hechos los sueños. Princesas, castillos, monstruos y dragones componen nuestro subconsciente y dotan a nuestras vidas de la libertad y el sentido que en muchas ocasiones le falta a lo anodino de la existencia.

Sueño y realidad son parte de lo mismo, y nadie mejor que Segismundo para reflexionar sobre ello:

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.