Empatía. Es una palabra que escuchamos a menudo, alabada como la piedra angular de la conexión humana, un ingrediente vital para una sociedad compasiva. Instintivamente la entendemos como la capacidad de ponernos en el lugar de otra persona, de sentir lo que ella siente. Pero, ¿es realmente tan sencillo? Aunque la intención detrás de la empatía es casi siempre positiva, la realidad es mucho más compleja. La empatía verdadera y constructiva es una habilidad matizada, distinta del “contagio emocional” más reflexivo y, a veces, abrumador. Comprender esta distinción, su base científica y sus retos inherentes es fundamental no solo para fomentar relaciones más saludables, sino también para salvaguardar nuestro propio bienestar.

Desmontando la empatía: más que un simple sentimiento

En esencia, la empatía es nuestra capacidad para comprender y compartir los sentimientos de otra persona. Sin embargo, los investigadores suelen dividirla en varios componentes distintos, aunque interrelacionados:

Empatía cognitiva (adopción de perspectivas)

Es la capacidad intelectual o imaginativa de comprender el estado interno de otra persona —sus pensamientos, sentimientos y perspectivas— sin necesariamente sentir esas emociones uno mismo. Se trata de decir: “Entiendo cómo ves esto y por qué puedes sentirte así”. Este tipo de empatía es fundamental para la comunicación eficaz, la negociación y la comprensión de puntos de vista diversos.

Empatía afectiva (resonancia emocional)

Es la capacidad de sentir lo que otra persona está sintiendo, de experimentar una respuesta emocional compartida. Implica reflejar o resonar con sus emociones. Cuando un amigo está alegre, es posible que tú también sientas una oleada de felicidad; si está angustiado, es posible que sientas una punzada de tristeza. Esto es a menudo lo primero que la gente piensa cuando se habla de empatía, y es un poderoso nexo de unión. Sin embargo, también es donde reside el riesgo del “contagio emocional”.

Empatía compasiva (preocupación empática)

Se basa en las otras dos. Implica no solo comprender y sentir por alguien, sino también sentirse impulsado a ayudar o aliviar su sufrimiento. Es el componente “me preocupo por ti y quiero ayudarte”. Esta forma se considera generalmente la más constructiva, ya que traduce la comprensión y el sentimiento en una acción prosocial sin necesariamente sentirse abrumado por las emociones del otro.

Las aguas turbias: retos en el camino hacia la verdadera empatía

Aunque la empatía puede ser una fuerza positiva, navegar por sus complejidades presenta varios retos importantes:

Contagio emocional frente a empatía afectiva

El contagio emocional es un proceso casi automático, a menudo inconsciente, de «contagiarse» de las emociones de los demás, como si se tratara de un virus. Aunque comparte raíces con la empatía afectiva, el contagio puede ser abrumador e inútil. Imagina que estás en una habitación con una persona muy ansiosa; es posible que tú también empieces a sentir ansiedad, aunque no haya una razón directa para ello. Esto no es verdadera empatía, sino simplemente absorber su estado emocional. Esto puede provocar angustia personal sin necesariamente ayudar a la otra persona. La verdadera empatía afectiva, cuando se gestiona, te permite sentir con alguien, pero manteniendo la separación emocional suficiente para poder apoyarle.

El “sesgo de empatía”

Nuestra empatía no siempre se distribuye de manera equitativa o justa. Tendemos a sentir más empatía por:

  • Las personas cercanas a nosotros (sesgo de grupo): La familia, los amigos, las personas de nuestra propia comunidad, nación o grupo social suelen provocar respuestas empáticas más fuertes que los desconocidos o aquellos que se perciben como “forasteros”.

  • Las víctimas identificables: La difícil situación de una sola persona con nombre y apellidos y una historia concreta a menudo nos conmueve más profundamente que las estadísticas sobre miles de personas que sufren de forma anónima. Este “efecto de víctima identificable” puede dar lugar a prioridades sesgadas en la ayuda y la atención.

Aunque son naturales, estos sesgos significan que nuestra empatía puede ser una mala guía para la toma de decisiones morales si no se modera con la razón y la justicia.

Fatiga de la compasión y agotamiento de la empatía

Para las personas que se dedican a profesiones de ayuda (médicos, enfermeros, terapeutas, trabajadores sociales, trabajadores humanitarios) o incluso para aquellas que son muy empáticas en su vida personal, la exposición constante al sufrimiento de los demás puede tener graves consecuencias.

  • Fatiga por compasión: Se caracteriza por un profundo agotamiento emocional y físico, una disminución de la capacidad de empatía y una sensación de desesperanza, que a menudo conduce al deseo de retirarse. Se trata de un estrés traumático secundario.

  • Agotamiento empático: Se trata de un estado más amplio de agotamiento emocional, físico y mental causado por un estrés excesivo y prolongado, en el que el propio compromiso empático se convierte en una fuente de agotamiento. Los síntomas incluyen cinismo, distanciamiento, una menor sensación de realización personal y dolencias físicas. Esto repercute directamente en la salud, lo que conduce a un aumento de las enfermedades relacionadas con el estrés, la ansiedad y la depresión.

La luz que nos guía: cómo nos ayudan la filosofía y la ciencia

Comprender estos retos es el primer paso; para superarlos se necesita la perspectiva tanto de la filosofía como de la ciencia.

Discernimiento filosófico

La filosofía nos anima a cuestionar cuándo y cómo la empatía es constructiva.

  • El estoicismo, por ejemplo, no aboga por suprimir las emociones, sino por comprenderlas y no dejarse dominar por ellas. Hace hincapié en centrarse en lo que podemos controlar (nuestras acciones y respuestas) en lugar de dejarnos abrumar por el sufrimiento que presenciamos. Esto puede ayudar a diferenciar entre sentir angustia (que puede ser paralizante) y sentir preocupación que motiva una acción racional.

  • Los marcos éticos nos llevan a considerar la justicia y la equidad. ¿Nuestra empatía nos lleva a tomar decisiones sesgadas? ¿Centrarnos en el sufrimiento de una persona (debido a una fuerte empatía) nos lleva a descuidar una necesidad mayor, aunque menos resonante emocionalmente? La filosofía nos ayuda a integrar la empatía con la razón para emitir juicios morales más equilibrados. Nos pregunta: “¿Esta respuesta empática conduce a un buen resultado o está nublando mi juicio?”.

La ciencia de la gestión de la empatía

La neurociencia y la psicología ofrecen herramientas prácticas:

  • Neuroplasticidad: Nuestros cerebros son adaptables. Las investigaciones sugieren que la empatía, en particular la empatía compasiva, puede cultivarse mediante prácticas como la meditación del amor bondadoso. Esto puede ayudar a pasar de la angustia del contagio emocional a la motivación más sostenible de la preocupación compasiva.

  • Regulación emocional: técnicas como la reevaluación cognitiva (replantearse una situación para cambiar su impacto emocional) y la atención plena (observar las emociones sin juzgarlas) pueden ayudar a gestionar la empatía afectiva abrumadora. Esto nos permite reconocer la emoción sin dejarnos consumir por ella.

Cultivar la empatía sostenible y gestionar el agotamiento

Pasar del mero sentimiento a la empatía verdadera y constructiva y evitar el agotamiento es un proceso activo:

  1. Desarrollar la conciencia de uno mismo: Reconozca su propio estado emocional. ¿Está sintiendo sus propias emociones o está absorbiendo las de otra persona? Esto es clave para distinguir la empatía del contagio emocional.

  2. Practicar la atención plena: La meditación regular de atención plena puede aumentar su capacidad para observar sus emociones sin sentirse abrumado por ellas, creando un amortiguador crucial.

  3. Establecer límites saludables: Está bien no asumir la carga emocional de todos. Aprende a decir “no” o a limitar tu exposición cuando sientas que te estás agotando. No se trata de falta de atención, sino de autoconservación.

  4. Pasa a la empatía compasiva: cuando sientas la punzada de la empatía afectiva, intenta conscientemente pasar a la empatía compasiva. Pregúntate: “¿Qué puedo hacer de forma constructiva para ayudar?”. Esto se centra en la acción, en lugar de limitarse a compartir el sufrimiento. A veces, el simple hecho de escuchar activamente es la acción más útil.

  5. Prioriza el cuidado personal: Esto es innegociable, especialmente si desempeñas un papel de cuidador o eres una persona muy empática por naturaleza. Asegúrate de dormir lo suficiente, alimentarte bien, hacer ejercicio y dedicarte a aficiones y actividades que te recarguen las pilas.

  6. Busca apoyo y conexión: Habla con amigos de confianza, familiares o profesionales sobre tus experiencias. Las cargas compartidas son más ligeras y la conexión puede reponer las reservas emocionales.

  7. Céntrate en la agencia y en las pequeñas victorias: cuando nos enfrentamos a un sufrimiento a gran escala, es fácil sentirse abrumado. Céntrate en lo que puedes hacer, por pequeño que sea. Reconocer los pequeños impactos positivos puede combatir los sentimientos de impotencia.

  8. Distanciamiento cognitivo: recuérdate a ti mismo que la angustia de la otra persona es suya, no tuya. Puedes ser comprensivo y ofrecer apoyo sin interiorizar su dolor como si fuera tuyo.

Conclusión: la empatía como un arte hábil

La verdadera empatía no es un estado pasivo de absorción emocional, sino un compromiso activo y hábil con el mundo. Requiere que comprendamos a los demás (empatía cognitiva), conectemos con sus sentimientos (empatía afectiva) y nos sintamos impulsados a actuar con benevolencia (empatía compasiva), todo ello mientras gestionamos nuestros prejuicios y protegemos nuestro propio bienestar.

Esta “verdadera empatía” nos permite conectar profundamente, actuar con sabiduría y contribuir a un mundo más solidario sin perdernos en el proceso.

Es un viaje más allá del mero sentimiento, hacia una forma de ser más consciente y compasiva.

Bibliografía

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