Las luces de las velas iluminan el altar que le he puesto. Me esmero en ponerle lo que más le gustaba sin escatimar en los precios. No lo veo como un gasto, lo tomo como la forma de invertir en una persona que amé tanto y que ya no pertenece al mundo de los vivos.

Durante el mes de octubre comienzo a levantar el altar en donde pongo mis ofrendas. Lo hago de diferentes niveles, a veces de dos –para diferenciar la vida de la muerte- y otras de siete –para resaltar los pasos que tiene que hacer para llegar a Dios y descansar en paz-. Cada año es diferente y busco hacerlo mejor que el anterior. Lo lleno de flores de cempasúchil, papel picado, incienso y copal, veladoras, calaveras de azúcar y chocolate, amaranto, habas, pan de muerto y mucho licor. Lo decoro con tanto esmero como si la estuviera vistiendo por última vez.

Todas las noches rezo, lo hago con mucha fe. A veces llego a pensar que lo hago más por mi alma que por la suya. Los vivos, como sea, seguimos cargando nuestras penas y yo necesito de Dios para liberarme de ellas. Ya sé que este es un mes de fiesta y de nostalgia, así que intento encontrar un equilibrio entre la felicidad y la tristeza, tomando chocolate caliente y comiendo pan de muerto. Bien dicen que sufren más los que se quedan que los que se van.

Siempre que pienso en ella, suspiro y miro al cielo, recordando todas las historias que quedaron inconclusas por su ausencia. Cuando se fue dejó tantos finales abiertos que hace que mi mente haga historias que a veces me carcomen por dentro y dejan mi alma colgada de un hilo.

Los familiares siempre nos buscamos para presumir del altar, es una forma envidiosa de decirnos quién la quiso más y a quién le sigue afectando su muerte. Algunos solo se presentan para comer y, a diferencia de la comida que nunca falta, ellos siempre sobran.

-¡Pero qué cambio! ¿Hace cuántos kilos que no te veía?
-Hace seis kilos que nos dejamos de ver.
-Pero cómo pasa el tiempo.
-Sí. Al igual que los kilos.

Los días de mi calendario los cuento con el rosario que llevo en mano. El avemaría lo rezo los primeros días y el padrenuestro al final del mes. Lo hago porque quiero entrar fuerte al cementerio. Cada año me hago la misma promesa y sigo sin poderla cumplir. Me prometo no llorar enfrente de su tumba, pero el vacío sigue reinando en mí mientras le digo: “Mi muerte solo hará un hueco en la tierra, la tuya hace un hueco en las vidas de quienes te conocimos”. A veces también lloro por coraje, mientras le reclamo: “Teniendo toda una vida por delante, la dejaste por detrás”. Son sentimientos que nadie puede juzgar.

A pocos días de finalizar el mes, me quiero rendir. Pienso que este luto tiene que acabar ya y que el hacerle un altar no me deja enterrarla. A veces pienso que debería dejar de hacerlo para sanar mis heridas y acostumbrarme a vivir con el dolor de su ausencia. No quiero perder más vida esperando a que ella regrese. Cargar con un muerto es muy pesado, así que una vez pasado el dos de noviembre me haré una promesa más, el próximo año no pondré el altar.

El día de muertos abro los ojos con pesar, porque sé que es el día que voy a visitarla al cementerio. Visto de negro todos los años para contrarrestar con las múltiples decenas de colores que hay por todas partes. Si no fuera por las lápidas, sería un campo de flores y no de muertos.

Camino entre las tumbas y miro cómo los familiares acompañan a sus muertos. Son tantos rostros por el camino que me hacen pensar que en todas las personas que conozco, de alguna forma, están ahí. En alguna facción o en un gesto, o solo porque quiero creerlo.

Por fin llego a su tumba y me arrodillo, le doy un beso a la lápida y, como siempre, una vez más le digo en voz alta.

-Por ti regresé para despedirme de ti.

Limpio la tumba mientras le hablo y le cuento todo lo que ha pasado en mi vida, intento ser detallista para que no se me escape ningún dato importante. Por ejemplo, el hecho de que mis líneas de expresión son más maduras, que ahora tengo algunas manchas en la cara por el sol y por la edad, y también que mi cuerpo ha cambiado, ya no es el mismo de ayer.

Yo sé que no puede responderme, pero tengo fe en que puede oírme, así que platico por horas de todo y de nada, de cómo disfruto del azúcar del pan de muerto que se queda en mis labios, del olor a mantequilla y del ligero toque a naranja que a veces tiene, del amplio abanico de colores de papel picado que da vida a toda la ciudad, de las decoraciones que llevan las calaveras de chocolate y que comen los niños con tanto gusto, y de Las Catrinas que, a pesar de ser esqueletos, visten tan elegantes y son tan hermosas que te invitan a querer morir. Pero lo más importante es que le cuento y le hago saber que, a pesar de todo, sigo aquí, en el mundo que me corresponde.

Después de un rato de estar con ella, me invade la nostalgia y es justo cuando empiezo a decirle lo mucho que me sigue haciendo falta y lo que daría por un abrazo más. También llegado el momento me enojo, y le reclamo por no estar aquí conmigo, le digo lo mucho que odio tener que platicar con una lápida que es tan fría como el cadáver que está seis metros bajo tierra.

A veces creo que parte de mi luto es pasar por todos estos estados de ánimo para poder sanar e irme en paz hasta el próximo año.

Pasadas las horas y antes de obscurecer, me despido, prometiéndole que la vendré a visitar en su cumpleaños y en el próximo día de muertos. Antes de irme, coloco flores de cempasúchil. Me gustan porque son un regalo de la naturaleza en el mes de octubre. Solo se visten de un color –naranja- pero es tan profundo que a distancia parece que están bañadas en oro. Son redondas y sus pétalos tan abultados que se asemejan a un diente de león, pero con la diferencia de que por mucho que soples ellas se mantienen juntas. Por este último detalle, considero que son las mejores compañeras de los muertos, porque a pesar de la adversidad se mantienen firmes y a pesar de estar muertas, mantienen su olor.

La ironía de recordar más a los muertos que a los vivos. Igual y es por eso que les damos tantas flores, por haberlos olvidado cuando aún estaban vivos. Seis años de flores para ti.