Nada, no espabilo. Mientras leo los créditos finales de la película Jurassic World recuerdo por qué no me reconcilio con las salas de cine asturianas.

Con la esperanza de disfrutar de un rato de evasión y arrastrado por un enano que de momento no se demora en los logros artísticos de un producto del tantas veces mal llamado Séptimo Arte, acudí a una de las tristes multisalas privadas de alma que hay en Asturias. Fueron más de dos interminables horas durante las que, mientras esquivé como pude los golpes en el estómago que fueron cada uno de los supuestos chistes de la película, me dio tiempo a reflexionar sobre lo humano y lo divino.

Asociar esta película con Spielberg, uno de los directores más dotados de la historia para la colocación de una cámara, es como relacionar una canción de Enrique Iglesias con Beethoven. De la primera parte de esta saga jurásica, rodada con el particular nervio del director norteamericano y que el gran Cabrera Infante catalogó como obra maestra, no queda absolutamente nada salvo otro récord cosechado, ya que rápidamente se ha convertido en la tercera película más taquillera de la historia. El problema es que la falta general de educación impide al espectador exigir algo más que unos cada vez mejores efectos especiales al servicio de la publicidad de ciertos productos (sonrojantes los planos del Mercedes) y así la cultura cinematográfica se convierte en una maloliente pescadilla que se muerde la cola: cualquier sala de Asturias que se atreviera a programar cine diferente se quedaría vacía en solo dos fines de semana, con lo que la oferta de la cartelera se acaba reduciendo a blockbusters (entiéndase taquillazos) en forma de comedias groseras, lagartos mutantes, osos de peluche drogadictos o mujeres encantadas de que las azoten y, respecto a esto último, creedme, no es lo mismo que el sacrificio de la carne se desarrolle en la casa de Christian Grey que en el convento de la Ida de Pawlikowski. Y que quede claro que no veo el mundo en blanco y negro ni el único cine que disfruto es el de Godard. Vamos, que no soy un -como diría el Dúo Divergente, a quien descubro en el estupendo blog Genericidios- chico Jot Down, aunque reconozca que me encantan muchos de los reportajes publicados por dicha revista. El problema no es que yo tenga un pensamiento gris -me apasionan, por ejemplo, las películas del universo Marvel- sino el infantilismo que desde hace ya muchos años se ha apoderado de la mayoría de las producciones de Hollywood, que son las únicas que puedo ver en pantalla grande. Los guionistas nos tratan como idiotas babeantes y a lo mejor nos lo hemos ganado a pulso, porque, en el caso que analizamos, el otro día no solo fue el peque de cinco años que me acompañaba el que disfrutó a lo grande, sino que gran parte de un crecido público apenas pestañeó con tal engendro de producción, a la altura de su risible protagonista, el Indominus Rex.

Y qué decir de los actores: entre el guapo Chris Pratt (muy divertido en Guardianes de la galaxia) y la inexpresiva Bryce Dallas Howard hay tanta química como entre un pirómano y un bombero. A aquellos y al resto del elenco, desde los niños hasta el malo, pasando por los técnicos del parque, está deseando uno que se los coma la bestia jurásica cuanto antes. A este dulce sadismo que brotó en mí contribuyó mucho el doblaje, que te deja los oídos como después de escuchar toda la discografía de Camela, al revés. Y así llego a otro punto que me tiene cabreado con los cines de la región: ¿por qué es imposible ver una película en versión original? Que me perdonen los estupendos dobladores de este país, quizás los mejores del mundo, pero no es normal que un producto cultural como se supone que es una película llegue seriamente desvirtuado a un espectador que no tiene capacidad de decisión a pesar de haber pagado una entrada inflada con un 21% de IVA por un gobierno que el día menos pensado nos cambia la canción de Movierecord por el NO-DO. ¿Es para cabrearse o no?

No soy un purista, todo lo contrario, pero la dulcificada experiencia del cine que mi cerebro ha ido asimilando desde aquella primera vez que acudí a ver al cine Esperanza de Mieres E.T., el extraterrestre hasta mis años mozos en las salas de los Clarín de Oviedo, se ha ido amargando motivada por la consciencia de que la única libertad de elección posible se produce desde el sofá de casa, después de acudir al videoclub.

Como no quiero acabar enfangado en mi propio vómito en medio de un desierto cultural, dejadme terminar con un poco de luz entre la tiniebla (¡cómo me gusta dramatizar!): NUMAX es el proyecto de unos quijotes gallegos que seguramente hartos de ver varios Jurassic World cualquiera decidieron unirse para abrir en Santiago de Compostela un espacio compuesto por una sala de cine que solo proyecta cintas en versión original, una librería y un laboratorio gráfico y de producción audiovisual. Con la que está cayendo, un oasis semejante sólo podría ver la luz en Galicia, ese último confín del mundo donde la locura se transmuta en genialidad, y esto me lo dicen mis venas. Aki Kaurismäki (quien no descarto tenga algún antepasado gallego), con cuya película Nubes pasajeras se inauguró el cine compostelano, acudió por sorpresa al pase para confesar al público: "NUMAX es el proyecto más loco del que nunca oí hablar, pero están por la cultura y yo también”.

Pues eso, si los trabajadores de la factoría catalana de electrodomésticos Numax, allá por 1979, decidieron autogestionarse para evitar el cierre planteado por los dueños y utilizaron el último remanente de la caja de resistencia para financiar un documental que registrara su lucha, ahora Ramiro, Irma, Pablo, Xoxé Carlos, Antonio, Margarita y mucha gente anónima que ha contribuido a que esta cooperativa se mantenga en pie unen sus fuerzas para pelear contra la banalización de la última frontera antes de la barbarie: la cultura que nos hará libres.

Enlaces

Web de NUMAX
Documental completo Numax presenta…
Blog Genericidios
Ficha de Parque Jurásico en imdb
Ficha de Ida en imdb
Sobre Aki Kaurismäki
¿Qué es un chico Jot Down?
Revista Jot Down