Durante el siglo XIX nació un género narrativo en el cual la acción se desarrolla en coordenadas espacio-temporales imaginarias, pretendiendo especular de forma un tanto racional, sobre posibles eventos y avances científicos, tecnológicos o sociales, a los cuales la humanidad podría llegar en algún determinado momento del futuro.
La ciencia ficción o sci-fi, es un género proyectivo basado en fenómenos no sobrenaturales, el cual, para construir su narrativa, puede valerse de todo tipo de especulaciones que proyecten un mundo imaginario diferente al que conocemos, siempre y cuando lleguemos a esas situaciones por medio de algún método pretendidamente científico o tecnológico.
Se diferencia este género de otros, como por ejemplo la fantasía o de superhéroes, porque en la ciencia ficción no se utilizan elementos fantásticos, sobrenaturales o mágicos.
La ciencia ficción tiene a su vez subgéneros como la distopía, cyberpunk, space opera, space westerns, retrofuturismo, entre otros.
En la actualidad, el género de la ciencia ficción es intermedial, es decir, abarca distintos medios, como la literatura, televisión, cine, videojuegos, cómics y música.
Las manifestaciones tempranas del género suceden en la literatura de la primera mitad del siglo XIX, con obras como Frankenstein o el moderno Prometeo, escrito por Mary W. Shelley en 1818, y en algunos cuentos de Edgar Allan Poe como La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall, de 1830.
Las obras de Julio Verne, Viaje al centro de la tierra, De la tierra a la luna, Veinte mil leguas de viaje submarino, fueron obras de literatura científica que llegaron a predecir, o mejor dicho, a anticipar muchos de los avances tecnológicos que no sucederían hasta entrado el siglo XX.
Del lado británico, encontramos las obras de H. G. Wells que, más que narrar avances científicos, lo que el autor busca es proyectar su ficción en el futuro para hacer reflexiones y críticas sobre la sociedad de su época. La máquina del tiempo, La guerra de los mundos y El hombre invisible, son tres de sus imperdibles obras.
Pese a que el término ciencia ficción no existía en el siglo XIX, en las obras de Shelley, Poe, Verne y Wells, encontramos un antecedente en el que abundan artefactos e invenciones hasta entonces producto de la imaginación de los autores, pero que, años después, vendrían a llamarse submarinos, helicópteros, elevadores o ascensores, motores, armas de destrucción masiva, naves espaciales e incluso, el internet.
En la música, sucedían también composiciones precursoras a la sci-fi, como la Sinfonía del nuevo mundo, del compositor checo Antonin Dvorák, escrita en 1893; y Los Planetas, del británico Gustav Holst, estrenada en 1918. Estas obras hicieron vibrar a las audiencias de su época y los llevaron a imaginar un brillante porvenir dentro de un nuevo universo sonoro.
Dentro del cine de ciencia ficción prematura, está la película Viaje a la luna, realizada por el ilusionista y cineasta francés Georges Méliés, en 1902, en blanco y negro y en cine mudo. Es considerada como pionera y como uno de los filmes que vendría a revolucionar la cinematografía, debido a sus efectos especiales innovadores y por sus lujosos valores de producción.
Si bien el género ya tenía muchos años existiendo en el tintero de los creadores, la locución Ciencia Ficción se acuñó por primera vez en el año 1926, cuando el editor Hugo Gernsback utilizó la palabra en la portada de la revista Amazing Stories, la cual sería una de las más importantes de divulgación del género hasta el año 2005.
Sin embargo, hasta este momento de la historia, ninguna obra literaria, película o composición musical se había preocupado por representar de manera fiel un sonido futurista, el sonido de otros seres vivientes que no fueran del planeta tierra, o incluso, nadie se había imaginado cómo sería el sonido del espacio exterior.
Alguna vez se ha preguntado ¿A qué sonará la música dentro de 200 años? O tal vez se ha hecho una pregunta más atrevida ¿Los marcianos tendrán rock progresivo?
Lo invito a partir de aquí, a un viaje por algunas de las bandas sonoras más atractivas y emocionantes de la ciencia ficción.
La película Metropolis, de 1927, es un filme distópico que se proyecta cien años en el futuro. En ese 2026, la sociedad se ha dividido en dos grupos antagónicos: la élite que vive en la superficie de una bella y moderna ciudad llena de rascacielos y tecnología; y la clase trabajadora, que vive bajo tierra, oprimida y su vida se pasa en trabajar sin cesar para mantener los lujos y comodidades la élite.
La música de Metropolis estuvo a cargo del alemán Gottfried Huppertz. Fue escrita para orquesta sinfónica y fuertemente inspirada en la música alemana de compositores del siglo XIX, como Richard Strauss y Richard Wagner. El soundtrack es arrollador, aplastante y devastador. Tal vez no fue tan vanguardista en su forma musical, pero cumple muy bien su función dentro de este filme de cine mudo.
En 1956 se estrena la película Forbidden Planet, y su soundtrack, es el primero en la historia del cine en ser creado enteramente con sintetizadores e instrumentos electrónicos, simulando sonidos de un futuro no humano. El sonido fue diseñado por los pioneros de la música electrónica, Bebe Baron y su esposo Luis, quienes exploraron con timbres y sonoridades que parecían de otro planeta. El resultado fue una atmósfera inquietante y siniestra.
Sobre el proceso creativo del audio de Forbidden Planet, la pareja de compositores comentan:
Diseñamos y construimos los circuitos electrónicos en una manera muy similar a como funciona la psicología de los tipos de vida más simples. Al componer esta banda sonora, creamos circuitos cibernéticos individuales para los temas y motivos principales, en lugar de utilizar generadores de sonido estándar. Nos encanta escuchar a la gente decirnos que las tonalidades de Forbidden Planet les recuerdan a cómo suenan sus sueños.
(Bebe Baron y su esposo Luis)
En Forbidden Planet se plantea por primera vez en el cine el tema de los viajes espaciales a la velocidad de la luz, lo cual necesitó a su vez de nuevos efectos de sonido que no habían sido explorados aún. Solo piense que un avión comercial actual viaja a 900 km por hora y sus turbinas producen una intensidad de sonido de 150 decibeles —el segundo ruido más potente del mundo—, ahora imagine cómo sonaría la potencia de una nave viajando ¡a 300,000 kilómetros por segundo!
Otra obra del subgénero de las distopías, es la novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, donde se plantea una sociedad en un futuro donde los bomberos ya no apagan incendios, sino que son los encargados de iniciarlos y, de ser necesario, incinerar a quien quiera que sea sorprendido en posesión de cualquier libro.
En el futuro distópico de Bradbury estaba prohibido leer, porque, según el gobierno, leer genera angustias, pone a los humanos a pensar, a analizar y a cuestionar la realidad que los rodea. La novela se escribió en 1953 y la película se estrenó en 1966. La conmovedora banda sonora la escribió el neoyorquino Bernard Herrmann y logra un carácter nostálgico y abrumador. ¡Imagínese un mundo sin libros!
Casi con certeza, podría afirmar que el soundtrack más reconocible y famoso de la historia de la sci-fi es la suite Skywalker de las space operas de Star Wars. La saga proyectaba su primera entrega —episodio IV Una nueva esperanza—por primera vez en 1977. La música estuvo bajo la pluma y batuta de John Williams, quien no dudó de echar mano de muchos recursos del romanticismo de la música del siglo XIX para lograr un espectacular dramatismo musical en este y en muchos otros de sus soundtracks para películas del cine de ciencia ficción.
Uno de los elementos mejor logrados en la banda sonora de Star Wars es el uso del Leitmotiv, el cual es un recurso dramático que se define por el uso de una melodía o secuencia que caracteriza a un personaje en concreto a lo largo de una obra. Es decir, cada vez que aparece un determinado personaje en la película, sonará a su vez un determinado tema melódico. ¿Quién no recuerda el leitmotiv de la marcha imperial cada vez que aparece el malvado Darth Vader?
Entre otras de las grandes bandas sonoras de sci-fi de John Williams están Perdidos en el espacio, Encuentros cercanos del tercer tipo, Jurassic Park, La guerra de los mundos, E.T. el extraterrestre.
En la categoría de la ciencia ficción de terror, no podría dejar de mencionar Alien: el octavo pasajero, de 1979. Dirigida por Ridley Scott y musicalizada por Jerry Goldsmith (quien también habría sido el compositor de la banda sonora de la serie y película Star Trek).
La música de Alien no es para nada el cliché de los sonidos de pistolas láser o los tradicionales pitidos de computadora. Tampoco es esa música bonachona usada comúnmente en las óperas espaciales que representa a los extraterrestres como seres bondadosos y risueños.
Por el contrario, la música de Goldsmith busca retratar el espacio exterior como lo que seguramente es: un lugar aterrador, inhóspito, desolado y tremendamente ominoso.
Otro gran acierto de Ridley Scott se logró al dirigir el cyberpunk Blade Runner. Hoy es considerada una película de culto, pieza histórica y un hito visual postmoderno. La banda sonora estuvo bajo la creatividad del compositor griego Vangelis, quien se distinguió por lograr una amalgama entre los sonidos procesados por los sintetizadores analógicos y digitales, con sonidos acústicos y voces humanas, para crear una paleta con diferentes posibilidades de colores y atmósferas. Para la banda sonora del filme, mezcló música electrónica con folk, jazz y blues.
Para cerrar con broche de oro el siglo XX, las hermanas Wachowski dirigieron el filme The Matrix. La trama especula con un futuro en el que la humanidad está atrapada, sin saberlo, dentro de una realidad simulada que unas máquinas inteligentes han creado para utilizar a los humanos como fuente de energía. La película fue reconocida con cuatro premios Oscar, incluidos mejor sonido y mejor edición de sonido.
La música de The Matrix rasga nuestra realidad con los potentes acordes y sonoridades estridentes de Rock is Dead de Marilyn Manson, Du Hast de Rammstein, y Wake up de la banda californiana Rage Against the Machine.
Por último, no queda más que hablar sobre una de las más aclamadas y complejas de todas las bandas sonoras de la sci-fi: 2001: una odisea en el espacio.
Stanley Kubrick primeramente ofreció a Carl Orff —el compositor de la famosa Carmina Burana—, la encomienda de componer el soundtrack de su odisea. Sin embargo, el compositor rechazó la oferta por cuestiones de edad y de salud.
Como segunda opción, Kubrick comisionó la música a Alex North —con quien anteriormente había colaborado en Spartacus—, sin embargo, algo presintió Kubrick de último momento y, confiando en su buen olfato, decidió no utilizar la música de North, y en su lugar, utilizar música clásica ya existente.
En este filme el uso de la música desempeña un papel vital al momento de evocar estados de ánimo particulares.
Seguro recordará que la obertura de la película se musicaliza con el poderoso poema sinfónico de Así Habló Zaratustra, compuesta por Richard Strauss en 1896. O el momento cuando escuchamos las notas del vals nupcial del Danubio Azul de Johann Strauss, el cual se utiliza para acompañar el suave acople y el cortejo dancístico entre las naves espaciales. ¡Casi se puede sentir la ingravidez del Espacio!
Pero antes de estas bellas melodías, incluso antes de ver cualquier imagen o de saber nada sobre lo que Kubrick presentará en su película, escuchamos un impenetrable clúster cromático tocado por instrumentos cuerda y de viento madera, presentándonos un remolino de energía amorfa. Estos sonidos pertenecen a la obra Atmosphéres del compositor húngaro György Ligeti.
Kubrick, sintió que con estos sonidos lograba una representación del caos en el origen del cosmos en el punto mismo de su concepción, en el Big Bang.
Momentos más adelante Kubrick utilizará otra obra de Ligeti, El Kyrie del Requiem, para acompañar cada ocasión en que aparezca el misterioso monolito.
Por tercera ocasión en el filme, escuchamos una obra de Ligeti, ahora es Lux Aeterna, una misteriosa pieza coral micro tonal para 16 voces humanas, que sirve para iluminar un triste alunizaje y potenciar el terror cósmico que infunde el descubrimiento de una misteriosa señal en la luna.
La pieza final del filme es Adventures, igualmente de Ligeti, donde han desaparecido las armonías, el ritmo y la polifonía, solo hay risas ambiguas sin texto ni sentido, provocando una intensa sensación de aturdimiento y desorientación. Completamente surrealista y abstracto.
El final de 2001; una odisea en el espacio, es por más, una de las escenas que más dudas y preguntas ha dejado en la historia del cine. En la música tenemos algo igual de confuso y complicado de entender. Por un lado, la superposición y retroversión de las piezas de Kyrie y Atmosphéres, sugiriendo un quiebre entre tiempo y espacio, creando un vínculo entre lo que escuchamos al principio y final del filme, pero desprovisto de toda forma y orden.
Cuando se le preguntó a Kubrick sobre el significado del final de su película, dijo:
Mi intención era que la película fuera una experiencia intensamente subjetiva, que llegase al espectador en un profundo nivel de conciencia interior, tal como lo hace la música; tratar de explicarla sería emascular la obra, erigiendo una barrera artificial entre la concepción y la apreciación…
Por hoy, se le ha agotado la energía al capacitador de flujo de nuestro Delorean, pero compruebo una vez más, que la narrativa de la ciencia ficción ha mantenido a lo largo de su historia la capacidad de crear escenarios que inspiran debates filosóficos, científicos o sociales sobre la naturaleza de la humanidad y el futuro de la sociedad, de plantar interrogantes, señalar amenazas, pero sobre todo, de hacernos soñar con la posibilidad de algún día viajar a las estrellas… o de vuelta al futuro.